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martes, 21 de mayo de 2019

EDITORIAL OBSUR. de Paul. (Segunda parte)

desaparecidos por la represión.
Imposible algo más gráfico para ligar esa base podrida sobre la que vivimos con las violencias actuales
en nuestra convivencia. Quienes prefieren mirar para el costado, salvo algún breve espasmo de
indignación en estos días, quienes pretenden tener todas las recetas para hacernos vivir en paz, ¿podrán
seguir ignorando todo lo que cuestiona nuestra convivencia y las posibilidades de construir una paz en la
justicia y que en estos días ha aparecido a la luz de manera tan descarnada? Nosotros, en todo caso, no
deberíamos permitirlo.
Para terminar: de algo de esto hubiéramos deseado que hablaran nuestros obispos en su mensaje para
este año electoral. Sabemos que no era fácil, ni tampoco pretendíamos que lo hicieran a nuestra manera,
por supuesto que no. Desde el año pasado quedamos con la sensación de que el documento sobre la
fragmentación, que solo mereció una brevísima atención de la opinión pública y aun de la eclesial (sí,
lamentablemente), tampoco gozó de continuidad en la esfera episcopal, cuando podría haber sido una
fuente fecunda de nuevos análisis y abordajes de nuestra realidad.
Fuimos de los que creímos que junto con la pobreza y la inequidad que aún persisten en el país, más allá
de que se hayan reducido de manera notable, esta llaga abierta de nuestro pasado reciente es otro motivo
grave de separación, de violencia latente, de imposible reconciliación y paz. Creemos que en este
terreno que toca tan agudamente los sentimientos humanos y de justicia más elementales, que pone en
cuestión de modo tan agresivo el valor de la vida humana entre nosotros, tenemos un gran debe, que no
pretendemos que sea asumido solo por nuestros obispos sino por toda la comunidad. Necesitamos
pensar y reflexionar juntos para enfrentarlo, y ser así servidores nada menos que de eso que fue y es por
lo que Jesús dio su vida, como lo
estamos celebrando en esta Semana Santa: la reconciliación universal. ¿Podremos ser creíbles si no?
Y una cosa final, muy triste: en estos días necesitados de serenidad para enfrentarnos con nosotros
mismos y tomar conciencia de nuestras responsabilidades, ¿qué explicación puede haber para que uno
de nuestros obispos declare, como comentario al último mensaje de la CEU, que en las escuelas públicas
se enseña a los niños de cinco años a masturbarse? Triste y sin explicación. Y no nos enojemos si en
respuesta nos recuerdan el escandaloso espectáculo que estamos dando al mundo con los abusos que
tanto rechazo nos causan. ¡Por favor, no nos avergüencen más! Un poco de recato.
La última palabra es de esperanza. Nada ni nadie nos la va a quitar, porque ella está fundada para
nosotros en la resurrección del Señor. Ella nos permite ver que en Jesús, así como en tantas otras y
otros, vence lo débil a los ojos del mundo, lo débil que está habitado por el poder invencible del amor.
Tenemos fe en nuestro pueblo, tenemos fe y esperanza en que podemos enfrentar nuestros errores. Y
mantener la convicción de que en la constancia, la verdad y la justicia lograremos ir tejiendo una
convivencia mejor, más a la altura de la dignidad humana.
¡Muy felices y esperanzadoras Pascuas!

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