También libró batallas internas dentro de la Iglesia Católica. Cuando sus colegas obispos insistían en “no meterse en política” mientras ellos mismo continuaban haciendo política tras bambalinas y negociaban con el poder, Hesayne gritó a voz en cuello que “la Iglesia debe meterse en política” pero, en este caso, para defender los derechos de los más pobres.
Fue el primero de los obispos que anunció públicamente su convencimiento de que el obispo de La Rioja Enrique Angelelli había sido víctima de un atentado por parte de la dictadura. La institucionalidad eclesiástica guardó silencio entonces y apenas este año el papa Francisco reconoció el martirio de Angelelli.
Para Hesayne, también para Novak y De Nevares, este fue un permanente motivo de conflicto en el seno de la jerarquía católica.
Desde la perspectiva estrictamente teológica y pastoral también fijó posiciones que lo distinguieron de sus pares contemporáneos. Transitó América Latina dialogando, acompañando y respaldando a los teólogos de la liberación y predicando que las llamadas comunidades eclesiales de base (las CEBs), pequeñas estructuras de base de la Iglesia reunidas en torno al compromiso cristiano, a la fraternidad y la solidaridad con el pueblo, constituían la semilla de “otra” Iglesia posible, para dejar atrás las grandes estructuras y movimientos, las parroquias cada día menos pobladas y apenas visitadas por feligreses perdidos en el anonimato.
Miguel, el Turco, el “padre obispo” como prefería que lo llamaran, fue amigo de sus amigos y solidario con los que, por cualquier motivo, enfrentaban todo tipo de sufrimientos. Lo hizo sin preguntar nunca lo que pensaban, creían o hacían. Y con todos ellos fue solidario, cercano, próximo. Con sentido sacerdotal, pero sobre todo con una enorme calidad humana que se ubicó siempre por encima de coincidencias o diferencias. + (PE/Página 12)