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miércoles, 4 de enero de 2023

JOSEPH RATZINGER: DE TEÓLOGO CONCILIAR, A VIGIA DE LA ORTODOXIA.- Juan José Tamayo

JOSEPH RATZINGER: DE TEÓLOGO CONCILIAR A VIGIA DE LA                                                                            ORTODOXIA

Juan José Tamayo                                         (EL PAÍS, 31 de diciembre de 2022)

La dedicación de Joseph Ratzinger a la teología ha sido discontinúa,como él mismo reconoce en su autobiografía Mi vida: cuando empezaba su trabajo teológico sobre la dogmática a la luz de Concilio Vaticano II se vio interrumpido por el nombramiento primero como arzobispo de Munich y,unos meses después, como cardenal.A su vez, se ha caracterizado no tanto por la evolución, cuantopor la involución al combatir las ideas que él mismo defendió durante los primeros años de su actividad teológica, y se ha desarrollado dentro de la más pura ortodoxia, como él mismo reconoce.

Inició la docencia teológica muy joven en diferentes universidades alemanas: Bonn, Münster, Tubinga, en diálogo con los climas culturales y filosóficos de la modernidad y con los teólogos protestantes de su época. Participó como perito en el Concilio Vaticano II de 1962 a 1965 junto con algunos de los más importantes teólogos como su colega en Tubinga Hans Küng, Karl Rahner, Edward Schillebeeckx, Bernhard Häring yYves Congar. Contribuyó con ellos a la elaboración de los documentos conciliares que abrieron el camino de la reforma de la Iglesia, del diálogo con las religiones y con el mundo moderno, del giro antropológico y de la ubicación la Iglesia en la sociedad.

Dos son sus obras que reflejan el clima reformador de la Iglesia y de la teología: Introducción al cristianismo, que intenta responder a la pregunta cómo confesar a Jesús de Nazaret en un mundo donde avanza la increencia, y El nuevo pueblo de Dios, donde reconoce la autonomía de la teología, critica lo que él llama “teología de encíclicas”, que reduce la teología “a ser registro y -tal vez también- sistematización de las manifestaciones del magisterio, rechaza el centralismo pontificio y defiende la falibilidad teórica del papa.

Quizá por el desconcierto que provocó en él la revolución estudiantil del 68 y por su percepción -a mi juicio equivocada- de que el marxismo había entrado en las aulas de teología, como él mismo confiesa en la citada autobiografía, inició el camino hacia un pensamiento teológico, cultural y político conservador que le llevó a distanciarse de sus colegas conciliares y a vincularse con teólogos y colectivos cristianos de una tendencia no precisamente conciliar como Comunión y Liberación, Comunidades Neocatecumenales, Opus Dei, etc. Esta tendencia se reforzó cuando accedió primero a la cúpula del poder doctrinal como presidente de la Congregación para la Doctrina de la Fe (CDF) de 1982 a 2005 y después a la cúpula del poder eclesiástico como papa de 2005 hasta su renuncia en 2013.

Tres son los textos que demuestran su deriva involucionista. El primero es la Instrucción sobre algunos aspectos de la teología de la liberación, de 1984, de la CDF durante su presidencia. En él se acusa a esta corriente teológica nacida en América Latina de “grave desviación de la fe cristiana” por reducir la fe cristiana aun humanismo terrestre, emplear acríticamente el método marxista de análisis de la realidad, que, a juicio del cardenal Ratzinger no puede disociarse de la filosofía atea del marxismo, ofrecer una interpretación racionalista de la Biblia, identificar la categoría bíblica de “pobre” con la categoría marxista de “proletariado” y entender la Iglesia Popular como Iglesia de clase en su acepción marxista. Las acusaciones no se quedaron en el papel, sino que se tradujeron en procesos, sanciones y condenas de obras de algunos de los principales teólogos de la liberación como Jon Sobrino y Leonardo Boff.

El segundo ejemplo es elInforme sobre la fe, que recoge la larga entrevista concedida al periodista italiano Vittorio Messorien agosto de 1984 y publicada en 1985. En él critica el grave deterioro del cristianismo tras el Concilio Vaticano II y propone un proyecto de restauración de la Iglesia en plena sintonía con el papa Juan Pablo II, a quien acompañó a lo largo de todo su pontificado y de quien se convirtió en el principal asesor ideológico, llegando incluso a corregirle por sus encuentros interreligiosos.

El tercer texto que demuestra la involución de su pensamiento es la Declaración DominusIesus, de 2000, también de autoría de la CDF, en la que, con una actitud rayana en el fundamentalismo, identifica la Iglesia católica con la Iglesia de Cristo, con una clara exclusión de las otras iglesias cristianas, califica el pluralismo religioso de relativismo y ofrece una visión negativa de la cultura occidental.La condena en este caso fue contra la la teología del diálogo interreligioso y recayó, entre otros, en el teólogo de Sri Lanka TissaBalasurya, en el teólogo belga Jacques Dupuis, que enseñó en la India durante cuarenta años, y en el teólogo estadounidense Roger Haigth. 

Como balance final, me parece positiva la contribución de Ratzinger en el Concilio Vaticano II al paso del anatema al diálogo filosófico y cultural, pero le considerocorresponsable del cambio de paradigma producido durante el pontificado de Juan Pablo II y el suyo del diálogo al anatema de las nuevas corrientes teológicas.Le reconozco el mérito de haber mantenido lúcidos diálogos con pensadores no creyentes como Jürgen Habermas (Jürgen Habermas y Joseph Ratzinger, Diálogo entre fe y razón. Dialéctica de la secularización, FCE, México, 2008, traducción de Pablo Largo), Paolo Flores d’ Arcais(Joseph Ratzinger y Paolo Flores d’ Arcais, ¿Dios existe?. Espasa, Madrid, 2008, traducción de Carmen Bas Álvarez y Alejandro Pradera Sánchez) yPiergiorgioOdifreddi, In camino allaricercadellaverità. Lettere e colloqui con Benedetto XVI, Rizzoli, 2022)desde posiciones diferentes e incluso contrapuestas.

Pero le critico por no haber respetado el pluralismo ideológico al interior de la Iglesia y no haber sido capaz de tender puentes de comunicación con sus colegas que disentían de su interpretación en algunos de los grandes temas del cristianismo.Y lo hizo desde las dos cúpulas principales de poder del Vaticano: la doctrinal en la CDF, que presidió durante casi un cuarto de siglo, y la papal durante los ocho años que fue Sumo Pontífice. desde donde condenó a quienes no comulgaban con la teología romana conservadora que él representaba.Se convirtió así en vigía de la ortodoxia y en defensor del “depósito de la fe”, pero descuidó la importancia de la ortopraxis en el seguimiento de Jesús de Nazaret, el Cristo liberador. 

Siempre me ha sorprendido la descompensación que existe en la Curia vaticana en la representación de las tres virtudes cardinales: fe, esperanza y caridad.  Solo existe la Congregación para la Doctrina de la Fe. Las virtudes de la esperanza y de la caridad-amor no tienen quiénes las defiendan en el Vaticano.

Juan José Tamayo es teólogo de la liberación y autor de Juan Pablo II y Benedicto XVI. Del neoconservadurismo al integrismo (RBA, Barcelona).

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