Mientras Jesús se acercaba a Jerusalén para la fiesta de Pascua, la multitud lo aclamaba con hojas de palmera, gritando: “¡Hosana! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor, el rey de Israel!”. Es una explosión de la esperanza mesiánica del pueblo, que aguardaba a un mesías glorioso y potente. Jesús en cambio, cumpliendo con la profecía de Zacarías (9, 9), se montó en un burrito, ofreciendo una imagen bien diferente que la del poder. Por su parte, los fariseos comentaban preocupados: “¿Ven que no adelanta nada?
Miren, todo el mundo ha ido detrás de él”. Es verdad: “Todo el mundo va tras él, incluso “unos griegos”, que representan al mundo religioso no judío, que manifiestan su deseo: “Queremos ver a Jesús”. ¿Qué mueve a estos hombres? ¿La curiosidad? ¿La idea de encontrarse con un hombre extraordinario y prestigioso?
Tal vez, como quiere indicarnos el evangelio de san Juan, estos “griegos” habían llegado a Jerusalén para dar culto a Dios en el templo, y tienen que cambiar perspectiva, porque se encuentran con el verdadero templo de Dios, Jesús, adelantándose a todos los pueblos que irán a su encuentro, atraídos por él.
La respuesta de Jesús al
deseo de verlo aclara que “ha llegado la hora” en que todos podrán verlo,
porque “el Hijo del hombre va a ser glorificado” en lo alto de la cruz. Su
gloria será la manifestación de su amor hasta el extremo, y todos podrán
reconocerlo. Va a concluir la entrega de su vida, continuando lo que siempre
había hecho, pasando “haciendo el bien”. La culminación es la cruz,
no sólo como instrumento de muerte, sino como símbolo de una vida ofrecida, como
el grano de trigo que muere en el surco para dar vida nueva: “Si el grano de
trigo que cae en la tierra no muere, queda solo; pero si muere, da mucho fruto”.
Hay que aprender de él, no solamente
para reconocer la grandeza de su amor, sino para seguirlo por el mismo camino:
“El que tiene apego a su vida la perderá; y el que no está apegado a su vida en
este mundo, la conservará para la vida eterna”. Está en nuestras
manos la posibilidad de echar a perder la vida, justo cuando la guardamos y la cuidamos
egoístamente para nosotros mismos. Pero tenemos la posibilidad de hacerla
florecer para la vida eterna, en la medida que sepamos ofrecerla y gastarla en
el servicio. Es un camino de maduración interior, que nos libera de nuestras
visiones mezquinas, de nuestros dogmatismos y nuestras presunciones,
del instinto de imponer nuestras verdades, y nos abre hacia la acogida, la misericordia,
el respeto, la lucha por la justicia. Este es el camino que ha recorrido Jesús,
y el camino del discípulo, y es el caminoqueserápresentado en la misión a todos
los pueblos: “El que quiera servirme que me siga, y donde yo esté, estará también
mi servidor”. No es un camino fácil. Significa
muchas veces resistencia, rechazo,
persecución. Jesús mismo tiene miedo: “Mi alma ahora está turbada” Sólo la
cercanía del Padre leda el valor
para el último combate: “Ahora ha llegado el juicio de este mundo, ahora el
Príncipe de este mundo será arrojado afuera; y cuando yo sea levantado en alto
sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí”. El enemigo, el padre de la mentira,
homicida desde el principio, el príncipe de este mundo, será vencido en el
momento mismo
en que se cree vencedor, levantando a Cristo en la cruz. “Levantado en alto sobre
la tierra”, Jesús derrama vida para todos, manifiesta a todos el amor del Padre
y atrae a todos hacia él.
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