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sábado, 9 de marzo de 2024

Gloria comparte reflexión de Bernardino Zanella.- Entregó a su Hijo(Juan 3, 14-21)

Si hay algo necesario y urgente para la sociedad de hoy, es que haya siempre más personas que sean presencia y signo de un mundo nuevo y que, a pesar de las limitaciones humanas, hagan visibles relaciones de compromiso, bondad, de paz, de equidad y justicia, de alegría, ternura y compasión.

Leemos en el evangelio de san Juan 3,
14-21:

 La “gloria” de la cruz es el revés de la “gloria” del poder.

Para explicar todo esto a Nicodemo, un importante abogado judío, Jesús recuerda algo parecido, que se encuentra en el Antiguo Testamento, en el libro de los Números. Durante la travesía del desierto, el pueblo de Israel conoció momentos de grandes pruebas, por su falta de fe, por sus celos y conflictos, falta de compromiso, por sus rebeldías.   Una de esas pruebas fue la plaga de las serpientes venenosas que mordían a la gente causándole muerte. Por sugerencia de Dios, Moisés liberó al pueblo levantando en un poste una serpiente de bronce, de manera que si uno era mordido, levantando la mirada a la serpiente de bronce quedaba sano.

De un modo parecido, la humanidad mordida por la serpiente antigua, la que tentó al pecado a los padres de los orígenes, puede encontrar la salvación y la vida mirando a Jesús levantado en la cruz. Él es la manifestación del amor de Dios, porque “Dios amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo único”.

Un Dios que ama al mundo, con toda su grandeza y toda su miseria: ésta es la grande noticia, la fuente de
la verdadera alegría, y un Dios que no tiene otra manera para manifestar todo su amor, que enviando a su mismo hijo para enseñar a la humanidad el camino del amor y de una vida que ni la muerte puede destruir: “para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga vida eterna”. Es un amor ofrecido a todo el mundo, no a un solo pueblo, sin ninguna discriminación, y que espera una respuesta de fe para que la vida fluya en el creyente para siempre. Hace falta levantar la mirada a él, quitándola de las cosas que hacen arrastrar al hombre en el suelo, sujeto a la mordedura de la serpiente venenosa.

Dios se ofreció a sí mismo en su hijo, para acoger todo el sufrimiento y toda la miseria humana, para que nadie se sienta solo, en ningún momento, y para dirigir a la humanidad hacia un camino nuevo, la realización de su proyecto de justicia y de paz.   Sin duda, nadie es inocente.

Pero Jesús no ha venido para juzgar, para condenar. No es el Mesías juez, como lo esperaba Juan Bautista. La salvación es ofrecida gratuitamente a todos. La tragedia se puede dar cuando el hombre decide rechazar este amor gratuito, y prefiere “las tinieblas a la luz”, porque la luz podría revelar la maldad de sus obras: “Todo el que obra mal odia la luz y no se acerca a ella, por temor de que sus obras sean descubiertas”.
Seguir a Cristo luz, la luz que es la vida, es la verdadera vocación de la humanidad. Él cumple la profecía de Isaías: “Yo, el Señor, te llamé en la justicia, te sostuve de la mano, te formé y te destiné a ser alianza del pueblo, la luz de las naciones, para abrir los ojos de los ciegos, para hacer salir de la prisión a los cautivos y de la cárcel a los que habitan en las tinieblas” (42, 7).

Siguiendo a Cristo, luz de todos los pueblos, los discípulos llegarán a ser un reflejo de su luz, como nos recuerda el mismo Isaías (58, 7-10): “Si compartes tu pan con el hambriento, y albergas a los pobres sin techo, si cubres al que está desnudo y no te despreocupas de tu propia carne, entonces despuntará tu luz como la aurora… Si eliminas de ti todos los yugos, el gesto amenazador y la palabra maligna; si ofreces tu pan al hambriento y sacias al que vive en la penuria, tu luz se alzará en las tinieblas y tu oscuridad será como el mediodía”.  Bernardino

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