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jueves, 6 de marzo de 2025

COMENTA, Nuestro hermano en la fe, Alejandro, C.M.F. Dgo 9 n¿marzo. CUARESMA. CiudadRedonda

 Queridos hermanos, paz y bien.

Cerezo Barredo domingo 1 de cuaresma CQuienes encuentran virus en su ordenador, saben muy bien lo que significa formatear el disco duro para borrarlos, instalar de nuevo el sistema operativo, los programas y descargar de nuevo los archivos. Algo parecido queremos hacer en Cuaresma quienes reconocemos que el sistema operativo de nuestro Bautismo se ve amenazado por virus interiores y exteriores. La Cuaresma es para recorrer de nuevo el camino de nuestro Bautismo. La instalación, la reiniciación nos llevará todo este tiempo de cuarenta días.

Es muy importante hacerlo bien. Está en juego la Alianza de Dios con nosotros y de nosotros con Dios. Vamos de Pascua en Pascua, de Pascua a Pascua. Si nos habitara esta certeza y la Pascua fuera para nosotros una atmósfera que envolviera y penetrara nuestro vivir, no necesitaríamos nada más. Tendríamos el mejor antivirus. Sabríamos de dónde venimos, a dónde vamos, cómo habérnoslas con lo que nos pasa, cómo sobreponernos con cara de Pascua a los hechos duros de la vida que se nos imponen.

Todos los años, en la primera semana de Cuaresma, la liturgia quiere que reflexionemos sobre las tentaciones de Jesús. Presenta la manera como el Maestro las ha afrontado para que también nosotros las podamos reconocer y superar.

Una de las armas que está siempre a mano es la Palabra. La Escritura dice: “la Palabra está cerca de ti: la tienes en los labios y en el corazón”. Se refiera a la palabra de fe que os anunciamos. San Pablo les dice a los primeros cristianos de Roma que Jesús es el único Señor, tanto para los judíos como para los griegos. En la sinagoga judía sólo podían entrar los judíos, pero, a partir de la muerte y resurrección de Cristo, ya no hay distinción entre judíos y griegos, porque Jesucristo es el único Salvador del mundo. Esta universalidad de la fe cristiana que predicaba Pablo es algo que debemos predicar también hoy nosotros, los cristianos del siglo XXI. Nadie está excluido de la salvación, porque Cristo vivió, murió y resucitó para salvarnos a todos. Por eso nuestra Iglesia es una Iglesia católica, es decir, universal. La tentación del exclusivismo político y religioso pudo ser una tentación judía, pero nunca debe ser una tentación cristiana. La Pascua de Cristo lo cambió todo.

El evangelio de hoy sabe todo él a Pascua. Como en los días finales, Jesús conoce en su propia carne la prueba, la lucha, la fatiga. Pero conoce también la victoria. A primera vista, aparece a merced de otros poderes: el Espíritu lo va llevando por el desierto. Y el diablo lo trae y lo lleva a lo alto, o al alero del templo. Si leemos más despacio la historia descubrire­mos más elementos que acaso nos permitan comprenderla mejor. La escena nos parece extraña. Pero en ella no se hace otra cosa que esceni­ficar un combate que, cualquiera que sea el marco o contexto definido por las circunstancias exteriores, en definitiva, se produce en el interior de Jesús y se produce en el inte­rior de nosotros mismos.

La vida del Señor no fue un tranquilo paseo de tarde de domingo. Antes de la serena tarde del Domingo está la noche del Jueves y la mañana y la tarde del Viernes, cuando lo llevan del Sanedrín a Pilatos, y de Pilatos a Herodes y de Herodes a Pilatos, y finalmente de Pilatos a un monte pequeño desde donde se divisa Jerusalén y el alero del templo. El escenario exterior es distinto, pero la prueba interior es la misma. Estas tentaciones son el modelo de cualquier otra tentación. Por ese motivo, el diablo se retira, completadas todas las tentaciones, “hasta el momento oportuno”. Ese momento será la horas de la pasión, de las tinieblas, la hora de la prueba decisiva, la de la muerte en la cruz.

¿Qué descubrimos en estas escenas y estas pruebas? Jesús se ve traído y llevado por dos espíritus. El Espíritu Santo y el espíritu malo. Pero no es simplemente una cáscara de nuez sacudida por vientos contrarios. En él hay un timón: el timón de su libre voluntad. Y aún hay más: Jesús dispone de un mapa o guía de ese albedrío: la Palabra de Dios, que es el alimento de un Hijo de Dios, su estrella polar, la que le señala las direcciones prohibidas y los tramos peligrosos, la que le marca el verdadero, aunque difícil, rumbo. Le vemos optar entre los dos espíritus; le vemos hacer sus cuentas con el malo, porque en la vida tenemos que hacer nuestras cuentas con el malo.

Oye voces que tiran de él en una dirección: dile a esta piedra que se convierta en pan; tírate de aquí abajo, déjate servir.

1ª tentación: No sólo de pan vive el hombre. «No vayas a buscar pan. Crúzate de brazos, y convierte las piedras en panes». Porque son piedras lo que pretende que te comas. Son piedras (o manzanas con gusanos) lo que te empeñas en comerte. Y sabes muy bien que las piedras no alimentan. Pero se te van los ojos detrás de todo lo que ves, y te empeñas en coleccionar ropas y caprichos, como si así fueras más que otros, como si así pudieras tapar tu vacío interior. Y te alimentas con largas horas de televisión, para no tener tiempo de pensar, y de orar, y de escuchar a otros, y hacerte preguntas, y ocuparte en algo que merezca la pena. Y te enchufas todo tipo de ruidos en los cascos para no darte cuenta de que muchos te necesitan, para no oír el sufrimiento de los hombres, para seguir en tu oasis, que no es más que un simple espejismo. Y te tragas tus problemas sin querer resolverlos. Y te empachas de vulgaridad y sensaciones.

Pues Jesús, que también sabe de esto, viene a darte un aviso, a desenmascarar al Tentador, y te dice: – Haz un hueco en tu vida a la Palabra, mastica la Palabra, vive la Palabra, cambia de vida y ábrete mucho más a Dios. Yo busqué mi pan, no tenté a Dios, y tuve pan en abundancia. Yo mismo aprendí a convertirme en Pan.

2ª tentación: Servicio. El que quiera ser el primero de todos sea el servidor de todos. ¡Qué bien te conoce el diablo! Te complicas la vida, te marchas por caminos que no te llevan a ningún sitio; te dejas llevar por tus impulsos, por tus sentimientos, por lo más fácil… Y luego tiene que venir Dios a sacarte de tus líos. Vive diciéndole a Dios que se ponga a tu servicio y que haga caso a tus antojos… Vive pidiendo que tu vida sea un puro capricho y que Dios bendiga tu comodidad. Pide cosas para ti, que tú eres el importante. Si los demás tienen problemas: ¡asunto suyo! Que tu oración empiece por «yo» y siga con el «para mí», y no se te ocurra dejar la menor ocasión para que sea Dios quien te pida algo. Vive recurriendo a Él en cada pequeño bache y pídele un milagro para que te demuestre quién es. Que Él te lo resuelva todo, y tú: ni proyectos de vida, ni sacrificios ni renuncias: ¡Vive el presente!

Pero Jesús, de nuevo, viene a desenmascarar: «No pondrás a prueba al Señor tu Dios». Él no está a tu servicio. Él no está para resolver tus problemas. ¿Aprenderás, como yo, a decirle: «Hágase tu voluntad»? ¿Te atreverás a decirle: «Aquí estoy, envíame»? ¿Le meterás de una vez en tu vida? ¿O prefieres seguir haciendo caso al diablo?

3ª tentación: ¿Para qué sirve ser hijo de Dios? Para estar fuera de peligro. Es una gran tentación. Por ser hijo de Dios, creerse con derecho a estar por encima de los límites de nuestra condición humana. Gozar de inmunidad; ser un supermán; ser invulnerable; vivir rodeado de garantías y sin riesgos. Tirarse desde el alero del templo. O tirarse desde el alero de la cruz, con las heridas restañadas, asistido por una legión de ángeles que le impidan tropezar cuando carga con la cruz. Estar por encima del dolor y de la impoten­cia.

Pero la réplica de Jesús es neta: ser hijo de Dios no significa contar con eso, contar con Dios para eso, para estar aquí y ahora por encima de los límites de lo humano. Y eso supone renunciar a todo signo espectacular. Los signos del Reino de Dios, del verdadero mesia­nismo, son la cercanía a los marginados, aquellas curaciones algo artesanales de los enfermos, el servicio a la vida de la gente maltratada por la vida, enderezar la esperanza. Así mostró un rostro de Dios desconocida­mente bueno. Jesús apostó por los medios sencillos y pobres para hacer presen­te y mostrar ese rostro de Dios desconoci­damente bueno. La vitalidad de una Iglesia y el grado de su seguimiento del Señor no se miden por la riqueza de sus medios ni por sus triunfos terrestres. Se mide por la fidelidad.

Empieza la Cuaresma. Recibes unas invitaciones. A ser un servidor, no un aprovechado; a que venza la generosidad sobre el interés. A no doblegarte, a luchar por ser fiel a los valores superiores, más exigentes, pero más humanizadores. A la profundidad frente al espectáculo: una invitación al encuentro cotidia­no con Jesús. De cada uno depende aprovecharla o no.

Vuestro hermano en la fe, Alejandro, C.M.F.



                                                                                            

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