Allanar el camino hacia Jesús
José Antonio Pagola
«Entre vosotros hay uno que no
conocéis». Estas palabras las pronuncia el Bautista refiriéndose a Jesús, que
se mueve ya entre quienes se acercan al Jordán a bautizarse, aunque todavía no
se ha manifestado. Precisamente toda su preocupación es «allanar el camino»
para que aquella gente pueda creer en él. Así presentaban las primeras
generaciones cristianas la figura del Bautista.
Pero las palabras del Bautista están
redactadas de tal forma que, leídas hoy por los que nos decimos cristianos,
provocan en nosotros preguntas inquietantes. Jesús está en medio de
nosotros, pero ¿lo conocemos de verdad?, ¿comulgamos con él?, ¿le seguimos de
cerca?
Es cierto que en la Iglesia estamos
siempre hablando de Jesús. En teoría nada hay más importante para nosotros.
Pero luego se nos ve girar tanto sobre nuestras ideas, proyectos y actividades
que, no pocas veces, Jesús queda en un segundo plano. Somos nosotros mismos
quienes, sin darnos cuenta, lo «ocultamos» con nuestro protagonismo.
Tal vez, la mayor desgracia del cristianismo
es que haya tantos hombres y mujeres que se dicen «cristianos», en cuyo corazón
Jesús está ausente. No lo conocen. No vibran con él. No los atrae ni seduce. Jesús
es una figura inerte y apagada. Está mudo. No les dice nada especial que
aliente sus vidas. Su existencia no está marcada por Jesús.
Esta Iglesia necesita urgentemente
«testigos» de Jesús, creyentes que se
parezcan más a él, cristianos que, con su manera de ser y de vivir, faciliten
el camino para creer en Cristo. Necesitamos testigos que hablen de Dios como
hablaba él, que comuniquen su mensaje de compasión como lo hacía él, que
contagien confianza en el Padre como él.
¿De qué sirven nuestras catequesis y
predicaciones si no conducen a conocer, amar y seguir con más fe y más gozo a
Jesucristo? ¿En qué quedan nuestras eucaristías si no ayudan a comulgar de
manera más viva con Jesús, con su proyecto y con su entrega crucificada a
todos. En la Iglesia nadie es «la Luz», pero todos podemos irradiarla con
nuestra vida. Nadie es «la Palabra de Dios», pero todos podemos ser una voz
que invita y alienta a centrar el cristianismo en Jesucristo.
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