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martes, 11 de marzo de 2025

Amerindia.- El lenguaje apocalíptico.- Rosa RAMOS.-

  “Serán vecinos el lobo y el cordero,  y el leopardo se echará con el cabrito, el novillo y el cachorro pacerán juntos,   y un niño pequeño los conducirá…”   (Isaías 11, 6)

 Una imagen tan extraña e irreal, como bella. El pequeño príncipe de Saint de Exupéry navega sentado plácidamente sobre un cetáceo gigante, en un océano en el que “vuelan” multitud de mariposas sin que sus alas se dañen. Ese océano en movimiento también es firmamento con estrellas: identificadas aguas y vía láctea primordiales, que generan diversas formas de vida en perfecta armonía. El niño venido de un pequeño planeta a buscar amigos, no suelta su rosa ni esta se deshoja en el agua en movimiento. Cuánto para ver, para contemplar en una imagen “infantil”.

 

Una imagen que es poesía, sin duda, y que evoca las visiones apocalípticas del profeta Isaías.

 

Pero, ¿es posible escribir un artículo de espiritualidad a partir de esta imagen y de la visión del profeta en este tiempo álgido de la humanidad? ¿No es temerario o simplemente absurdo? Lo intentaré.

 

Corren tiempos difíciles, las noticias escalofriantes de múltiples guerras -algunas más publicitadas que otras-, de pueblos desplazados por causa de esas guerras, del cambio climático o de las hambrunas ya endémicas y nulas posibilidades de desarrollo local en dichos sitios expoliados. Tiempos de voces altisonantes de poderosos despóticos que tildan de criminales a los migrantes y están dispuestos a eliminarlos, deportarlos, o enviarlos a famosas cárceles inhumanas.

 

Frente a tanto saqueo de los recursos naturales, al atentado sistemático de la biodiversidad con proyectos faraónicos que sólo buscan lucro a costa de la destrucción de la casa común; frente a tanta inhumanidad para con pueblos enteros y empobrecidos; frente a la ambición que esquiva las leyes, esta imagen idílica o apocalíptica, me conmovió. Me movió entrañas y sueños.

 

Este año se cumplen ya diez de la valiente y documentada denuncia del Papa Francisco en Laudato si. Cada año se suceden encuentros, foros, asambleas, reclamos… pero nada parece detener la fiebre de ambición que destruye sin piedad. Existen sí, movimientos desde espacios eclesiales fundamentalmente, que siguen difundiendo el documento y concientizando acerca del cuidado y defensa de la casa común y la vida en su diversidad. Hay voces que claman en el desierto, pero ni esas voces ni los movimientos parecen tener efectos a nivel macro, donde las grandes decisiones son movidas por la ambición ciega. Hace décadas que Hans Jonas declaraba que el tiempo de la ceguera se había terminado, pero…. dicha ceguera es voluntaria y no claudica.

 

No obstante, tan voluntaria como la ceguera de algunos, es la perseverancia de otros en soñar. Quizá por ser seguidores de un soñador que salió de Nazaret sin más créditos que ser hijo de un carpintero, que hablaba con extraña autoridad y pretendía cambiar, subvertir, pesadas y absurdas cargas impuestas a los pequeños, en nombre de un emperador o de una religión. Que se reunía, comía, tocaba y se dejaba tocar por gente estigmatizada, que proclamaba que el sábado era para el hombre y no al revés y así liberaba para amar.

 

Diríamos hoy, siguiendo a aquel nazareno que toda vida vale, que todos merecen tierra, techo, trabajo y pan (como dice Francisco); que los bienes son para la vida buena de todos y no para la satisfacción egoísta de algunos señores de vida y muerte, de muerte más que de vida, sin duda.

 

Benditos sean los soñadores de ayer, de hoy y de siempre, que nos enseñan a construir relaciones verdaderamente humanas y un mundo mejor. La historia y la literatura nos los recuerdan, podemos seguir bebiendo de esas fuentes.

 

Seguramente todos hemos leído de niños y releído de grandes al Pequeño príncipe de Saint de Exupéry, sus lecciones siguen vivas para todos, no sólo para cristianos. Un extraño niño que veía lo invisible en una simple caja, que se asombraba incrédulo al encontrar a un señor cuyo placer era pasarse la vida contando dinero… Un niño que llegado de un minúsculo planeta al nuestro, en su búsqueda infructuosa, acaba haciéndose amigo de un zorro, con el que puede compartir sus gozos y sus inquietudes como los maravillosos atardeceres que veía tan solo moviendo la silla, o el cuidado paciente de su rosa orgullosa… Un amigo del que también puede aprender verdades tan simples como inolvidables acerca de domesticar, del cuidado, o de lo esencial.

 

El lenguaje profético -en palabras o en imágenes- es audaz, desafiante, convocante. Que este “principito” ahora pintado con trazos de su autor y otros nuevos que me recordaron la profecía de Isaías, nos anime a no dejar de soñar y de bregar por la vida, por todas las vidas y por la de este planeta azul.        Rosa Ramos

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