En el encuentro quedamos en volver a reflexionar este texto, profundo, explicado sencillamente para que todos lo entendamos
Que el texto utilice el lenguaje escatológico nos ha despistado. El que nos hable de talegos y tesoros en el cielo o que Dios llegará como un ladrón, nos ha alejado del Dios de Jesús. Dios no tiene que venir de ninguna parte, menos como ladrón. Está llamando siempre, pero desde dentro. No puede pretender entrar en nosotros sino aflorar a nuestra conciencia.
No hay que confiar en un dios todopoderoso externo, sino en el hombre creado a su imagen y que tiene al mismo Dios como fundamento. No es pues, cuestión de actos de fe en Él, sino confianza absoluta en lo que de Dios hay en nosotros que nunca podrá rallarnos.
Hay que estar despiertos, no porque puede llegar el juicio cuando menos lo esperemos, sino porque la toma de conciencia de la realidad que somos exige plena atención a lo que realmente somos y no es fácil de descubrir. Ha sido Dios el primero que ha confiado en nosotros desde el momento en que ‘decidió’ darse él mismo sin limitación alguna.
A la institución no le interesa la idea de un Dios que da plena autonomía al ser humano, porque no admite intermediarios. Para ellos es mucho más útil la idea de un dios que premia y castiga, porque en nombre de ese dios pueden controlar a las personas. La mejor manera de conseguir sometimiento es el miedo. Eso lo sabe muy bien cualquier autoridad.
El Padre ha tenido a bien confiaros el Reino. Este es el punto de partida. Si el Reino-Dios es el tesoro encontrado, nada ni nadie puede apartarme de él. Todo lo que no sea esa realidad absoluta, que ya poseo, se convierte en calderilla. El Reino es el mismo Dios escondido en mí. Los demás valores deben estar subordinados al valor supremo que es el Reino-Dios.
Esa fe-confianza, falta de miedo, no es para un futuro en el más allá. No se trata de que Dios me dé algún día lo que ahora echo de menos. Esta es la gran trampa que utilizan los intermediarios. A ver si me explico con claridad: Dios es un continuo presente, es eternidad. Esa eternidad es la que tengo que descubrir en mí aquí y ahora en el presente.
La idea que tenemos de una vida futura desnaturaliza la vida presente hasta dejarla reducida a una incómoda sala de espera. La preocupación por un más allá nos impide vivir en plenitud el más acá. La vida presente tiene pleno sentido por sí misma, no es un medio para alcanzar algo. Todo lo que proyectamos para el futuro está ya aquí a nuestro alcance.
La esperanza cristiana no se basa en lo que Dios me dará, sino en que sea capaz de descubrir lo que Dios me está dando siempre. Para que llegue a mí lo que espero, Dios no tiene que hacer nada. Yo soy el que tiene mucho que hacer, pero en el sentido de tomar conciencia y vivir la verdadera realidad que soy. Para eso hay que estar despiertos.
Los seguidores de Jesús, todos judíos, fueron incapaces de librarse del Dios del AT. El Dios de los evangelios es una mezcla de ese Dios y de la increíble novedad del Dios Abba que descubrió. Lo preocupante es que después de dos mil años, nosotros nos sentimos más a gusto con aquel Dios justiciero y antropomórfico que con el Dios amor de Jesús.
El Dios de Jesús ni puede castigar por un pasado ni puede prometer nada para un futuro, porque ni tiene pasado ni tiene futuro. Dios es un eterno presente. No tiene ningún sentido preguntarnos si interviene en la historia, porque Él no tiene historia.
Fray Marco
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