“¿A
dónde vas, Pedro?"
José
Ignacio González Faus
RD
16 02.13
Honesto,
íntegro y encantador en el trato personal; tímido, huidizo y con dificultades
para dirigir.
Capaz también de una encantadora ironía sutil, que debió reprimir cuando comenzó
a ponerse capisayos. La timidez le hizo actuar demasiado duramente cuando tuvo
que hacer de “inquisidor”; su sensibilidad le volvió más afable cuando pasó a
ser pastor. De su historia personal habría que indagar más sobre su evolución
hacia posturas conservadoras. De su pontificado temo que el punto más ambiguo no
sea el “Vatikileaks” ni la pederastia, sino la sombra de Marcial Maciel que ha
resultado ser más alargada que la del ciprés.
He
contado en otra ocasión lo que le escuché en una clase en Tübingen
hacia
fines de 1966: hablando de dos grandes escuelas teológicas antiguas (Alejandría
más espiritualista y más conservadora, Antioquía más humanista y más abierta),
continúa preguntando: ”¿y en Roma?”. Se detiene un momento, se abotona la
chaqueta y se queda mirándonos: “en Roma, ya saben Uds, no se hace buena
teología”. La sonora ovación del alumnado todavía retumba en mis oídos.
Dicen que Wojtila lo nombró para la congregación de la fe, tras leer su
“Introducción al cristianismo”, porque vio en él un teólogo “abierto y
seguro”.

¿Por
qué posteriormente fue sacrificando la apertura a la seguridad?
Se habla de susto ante los excesos del 68 (que en Alemania fue peor que en
Francia y evocó a muchos intelectuales los momentos previos a Hitler). También
de la prepotencia de Hans Küng su compañero de cátedra en Tübingen; y del
influjo de su hermano mayor. No sé. Es tarea para los
historiadores.
En
Roma quizá comenzó una evolución inversa, como si, tras la decepción del
progresismo, tropezara ahora con la decepción del conservadurismo; pero ya
era demasiado tarde para acabarla. Cuando el viernes santo del 2005, siendo aún
cardenal, pronunció aquellas palabras: “cuánta suciedad en la iglesia… la
traición de los discípulos hiere más a Jesús”, muchos creyeron que se refería a
los casos de pederastia. Sin excluir esto, creen otros que aludía indirectamente
a cosas que estaban pasando en la Curia.
Las
intrigas, empujones y afanes de hacer carrera; los sobres con dinero que
repartía Maciel y que él se negó siempre a aceptar; la obsesión del Vaticano
por encubrir los escándalos de pederastia… le fueron abriendo los ojos. Por eso,
al ser elegido papa, pudo parecer que, por su honestidad y porque conocía el
paño, quizás conseguiría reformar la Curia (conviene recordar cómo había exigido
esa reforma el Vaticano II, y cómo la Curia se negó siempre a
ella).
Quizás
ésta ha sido la desilusión de su pontificado y una de las razones que han
debilitado sus fuerzas.
Dio pasos significativos: ordenó a Maciel que desapareciera de la vida pública.
Hizo sonoras y sentidas peticiones de perdón por los casos de pederastia: que
aún parecen insuficientes a algunos, pero que resultaban de una valentía
inaudita ante el modo de proceder encubridor, típico del Vaticano.
Desaparecieron otros nombres que prefiero no citar y que parecen ser los que
están detrás de los famosos papeles del mayordomo (pues en todos aquellos
correos no hay nada sensacional ni de interés, fuera de críticas constantes a
Bertone: como si fuesen una venganza o maniobra de aquellos a quienes Bertone
había sustituido).
Cuando
su viaje a Valencia decepcionó al episcopado español que anhelaba una condena
sonora del gobierno socialista. En su primera encíclica quiso decirnos que
Dios es Amor antes que cualquier otra cosa. Tuvo el episodio desafortunado
de Regensburg pero luego lo arregló relativamente bien.
De
todo este panorama saldría un balance de empate.
Pero hay otra espina que puede no haberle dejado en paz: y se llama Marcial
Maciel. La historia de este pequeño monstruo o enfermo es de las más increíbles
y escandalosas de los veinte siglos de cristianismo. Y el problema es que
Ratzinger sabía: cuando estaba en la congregación de la fe le hicieron llegar,
por procedimientos complicados, pruebas irrebatibles. Y cuando luego los
remitentes acudieron a él, cuentan que les dijo: “lo siento mucho pero no puedo
hacer nada porque Juan Pablo II tiene gran aprecio a este hombre”.
Así
lo narran los autores en un libro titulado “La voluntad de no saber”,
editado por Mondadori con la condición de que sólo circulara en México. ¿Le
faltó valor a Ratzinger para encararse con Wojtila, o tuvo miedo de escandalizar
al mundo? Déjeseme decir que son cosas que tocan sólo al juicio de Dios. Pero
esto explica la rápida decisión con que apartó de en medio a Maciel nada más
llegar a la sede de Pedro. Aunque haga más difícil entender la tibia política
que parece estar llevando el Vaticano con los
legionarios.
Por
mi parte, prefiero quedarme con la recomendación hecha por Benedicto XVI de que
todos los papas deberían leer y meditar la célebre carta que escribió san
Bernardo al papa Eugenio III, donde está aquella frase: “no pareces sucesor
de Pedro, sino de Constantino”. Agradezco este consejo al dimitido papa y me
permito recomendar efusivamente esa carta a su sucesor. Aunque debo reconocer
que, por lo que hace a un futuro inmediato de la Iglesia, no soy precisamente
optimista.
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