jueves, 7 de febrero de 2013

Reflexiona el Pbro.Pancho, desde España

DESDE ESPAÑA NOS ENVÍA EL PBRO PANCHO SU APORTE PARA EL Dgo. 5º, T.Ordinario ciclo C

NAVEGA MAR ADENTRO"
5º Domingo T. Ordinario /Ciclo "C".
10 de Febrero de 2013 - P. Pancho.


Partimos de la realidad.-

Pablo VI, cuando inició la Segunda Sesión del Concilio Vaticano II, en Setiembre de 1963, hizo una pregunta sumamente importante: "Iglesia, ¿qué dices de ti misma?" Hoy, las  comunidades eclesiales, las comunidades parroquiales, y entonces también nosotros, necesitamos hacernos esa misma pregunta: "¿qué dices de ti misma?, ¿cómo te ves y cómo te ve el pueblo que te rodea?" ¿Envejecida, pobre en integración, poco participativa, desanimada,  sin entusiasmo misionero, pobre en creatividad, sin "caras nuevas", con escasa presencia de jóvenes, con el cansancio en nuestros sacerdotes y agentes pastorales, cerrada sobre sí misma, de espaldas a la realidad, con posturas generalmente negativas ante al mundo?
¡Cuántas preguntas podríamos hacernos! No con espíritu "derrotista", sino con la objetividad que brota de los hechos, de las situaciones que nos preocupan y que no podemos ocultar o negar por ceguera, por no querer reconocer. Este puede ser el punto de partida para nuestra reflexión de hoy, a la luz de la Palabra que acabamos de escuchar.

 Nos ilumina la Palabra del Señor.-

Una "constante" en la Historia de la Salvación es que Dios, para llegar a los hombres, lo hace a través de otros hombres, a los que "elige" y "envía" en "su Nombre". ¿Y qué tienen en común estos "elegidos" y "enviados" del Señor? Que no son "superhombres", que no son "ángeles", sino personas de carne y hueso, pecadores, marcados por la fragilidad y debilidad humana. ¡Esto no debemos olvidarlo nunca! "Soy un hombre de labios impuros", -dice Isaías- "que habita en medio de un pueblo de labios impuros" (1ª Lect. Is 6,1-2a. 3-8). "Aléjate de mí, Señor, que soy un pecador" -dice Pedro- (Evangelio: Lc 5,1-11). Y Pablo, en la 2ª Lectura nos dice: "Soy como un aborto;  soy el último de los apóstoles, indigno del tal nombre, por haber perseguido a la Iglesia de Dios" (1ª Cor 15,1-11).
Este sentimiento de no ser dignos, si es sincero, auténtico, es positivo, porque nos libera de un gran peligro: la autosuficiencia, la arrogancia. Pablo dirá, en la 2ª Carta a los Corintios: "Llevamos este  tesoro en recipientes de barro, para que quede bien claro que una fuerza tan extraordinaria procede de Dios, no de nosotros" (2 Cor 4,7).
Es signo de madurez reconocer con humildad y sin hipocresía las propias equivocaciones y los errores que cometemos en la vida; y las pobrezas de nuestra comunidad y de nuestra Iglesia.
Hay un relato muy simpático que puede ilustrar este planteo: En una clase la maestra preguntó a una alumna: "si los buenos fueran negros y los malos blancos, ¿tú de qué color serías?" La niña respondió: "A rayas, como una cebra". "El cristiano se sabe pecador y, al mismo tiempo, llamado a ser compañero de Jesús". Por eso, hoy hemos dicho con el Salmo: "Señor, te daré gracias, por tu misericordia y tu lealtad" (Salmo 137).

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