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Romero
vive. O, al menos, eso rezaban las pancartas que, pocas horas después
de su asesinato, tanta gente esgrimió, hace ya treinta y cinco años. Y
es que es cierto. Pese a que con aquel fatal disparo acabaron con su
vida, no así lo hicieron con su obra. Porque su obra era su pueblo. Y su
pueblo vivía. Vive. Y vivirá.
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