Posted: 21 Oct 2015 01:12 PM PDT
Prosigue en Roma el Sínodo sobre la familia, aunque haya decaído
notablemente el interés mediático, siempre tan voluble. Lleva dos semanas, y
aún queda la tercera. Luego corresponderá al papa elaborar y publicar su
Exhortación Apostólica Postsinodal. Eso llegará dentro de unos meses,
pero el otro día soñé que decía así:
“El papa Francisco a mis hermanas y hermanos
católicos del mundo entero. Os deseo la paz de Jesús. Ella nos une en la
diversidad del Espíritu como una familia.
No os oculto mi incomodidad al dirigirme a
vosotros como papa, pues no me elegisteis ni directa ni indirectamente, ni
tampoco elegisteis a quienes me eligieron. Son cosas de la historia, no del
evangelio. ¡Ojalá esto cambie pronto y deje la Iglesia de ser jerárquica,
piramidal, y sea un signo de la humanidad fraterna que Jesús soñó! Mientras
tanto, os hablo como hermano, sin otra autoridad que la que queráis
reconocerme.
Incómodo me sentí también con el Sínodo de la
Familia, que yo mismo convoqué y que congregó en Roma a tantos obispos que no
conocen los gozos y las angustias de las familias de hoy, familias de carne y
hueso, familias reales, familias diversas. Tan diversas que no caben en los
esquemas del Catecismo que seguimos enseñando, ni en los cánones de Derecho
Canónico tan frío que seguimos imponiendo en nombre de Dios. Perdonadnos.
Comprendo muy bien vuestro asombro y protesta
al ver que, mientras vuestras familias sufren tantas penurias, desde todos
los rincones de la tierra se reunían aquí durante tres semanas 400 personas,
cómodamente instaladas, entre ellas 270 cardenales, obispos y religiosos,
solo ellos dotados de voz y voto. Perdonadnos. Tal vez tenía razón la viñeta
que firmaba por aquellos días ‘El Roto’ en un periódico español: ‘Resucitar a
los muertos es fácil. Lo difícil es resucitar a la Iglesia’. Lo diría,
supongo, porque mira a la Iglesia como a un muerto que no quiere resucitar,
que prefiere seguir siendo pieza de museo, fósil de la vida que un día
inspiró formas vivas que ya no viven ni hacen vivir.
No sé si debí convocar este Sínodo. Os
confieso mi decepción a la vista de sus propuestas finales. ¡Tanta pompa y
tanto gasto, tanta palabra para eso! Pero no quiero mirar atrás. Quiero mirar
adelante y dar un paso al futuro. Quiero arriesgarlo todo, y sobre todo el
poder absoluto que el Derecho Canónico y los obispos me reconocen todavía. Lo
hago justamente porque no me parece un poder evangélico y ya no creo en él.
Creo en la vida. Amo a Jesús. Me siento libre, y no tengo miedo ni nada que
perder.
He meditado mucho sobre los dos temas que más
interés y debate suscitaron entre los padres sinodales y en los medios de
comunicación. Me refiero a la unión de gais y lesbianas por un lado y a la
comunión de los divorciados vueltos a casar por otro. Yo mismo promoví la
discusión. Con la mejor voluntad, propuse que la Iglesia manifestara
públicamente misericordia y respeto para con los homosexuales, pues no somos
quién para juzgarles, y que los divorciados vueltos a casar pudieran comulgar
en la mesa de Jesús siempre que cumplieran tres condiciones: arrepentimiento,
confesión ante su obispo y propósito de no reincidir. Hoy me arrepiento de
haber hablado en esos términos ofensivos y humillantes para homosexuales y
divorciados, pues equivale a tratarlos como culpables. Es injusto, y
contrario al evangelio. Les pido perdón. No les debemos una palabra de
conmiseración, ni solo de respeto, sino de pleno reconocimiento.
Por eso, en nombre de Jesús y de la Iglesia,
declaro que el amor homosexual es tan santo y bendito como el heterosexual, y
lo bendigo de todo corazón como sacramento del Amor o de Dios. Y declaro que
el amor humano quisiera ser pleno y eterno, sí, pero es sin embargo frágil, y
que cuando, por los motivos que fueren, un matrimonio se rompe por dentro sin remedio, deja de ser
matrimonio, y que buscar entonces probar la nulidad canónica para salvar la
indisolubilidad teórica es un artificio indigno, y que un nuevo matrimonio de
divorciados, en la medida en que el amor les mueve, es igualmente santo,
sacramento de Dios o del Amor, y yo lo bendigo.
Hermanas, hermanos, basta ya. Empecemos de
nuevo. Os bendigo a todos y os pido vuestra bendición. Vivid en paz. Vuestro
hermano Francisco, papa todavía”.
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Posted: 21 Oct 2015 01:11 PM PDT
El
papa Francisco lo ha dicho sin rodeos: es necesaria y urgente la “conversión
del papado”. No se trata, por supuesto de que el papa se convierta. Francisco
no ha dicho esto refiriéndose a una persona, el papa; sino afirmando que es
una institución, el papado, lo que tiene que cambiar, es decir, organizarse
de otra manera y funcionar de forma distinta a como lo viene haciendo desde
hace ya bastantes siglos.
El
mismo Francisco explicó ayer, en el Sínodo de Obispos, en qué tiene que
consistir este cambio. Lo que el papa ve que es urgente cambiar en la Iglesia
es el ejercicio del poder. Concretamente el ejercicio del poder por parte del
papado. Se trata de “descentralizar” el modo de gobernar. Para que la Iglesia
vuelva a ser gobernada como lo fue durante casi mil años, hasta el s. X.
Durante aquellos siglos, el gobierno ordinario de las Iglesias locales,
regionales y nacionales lo ejercían los Sínodos de cada región o de cada
país. Sólo en circunstancias extraordinarias, y para asuntos que no se podían
resolver en el ámbito local, intervenía el obispo de Roma, que, durante
siglos, se resistió a ser llamado “papa”, tema en el que insiste con palabras
fuertes el papa Gregorio I, San Gregorio Magno (s. VI).
Sería
atrevido y desacertado precisar ahora en qué va a quedar esto. Y cómo se van
a organizar las cosas de la Iglesia en los próximos años. Sea como sea, una
cosa es cierta: la Iglesia no puede seguir viviendo en la enorme
contradicción, en que vive ahora, en este orden de cosas. ¿En qué cabeza cabe
que la autoridad oficial, que hoy habla en el mundo, en nombre de Jesús y su
Evangelio, sea el único monarca absoluto que queda en Europa? ¿Con qué
autoridad puede este monarca ponerse a explicar el Evangelio, en el que “los
primeros tienen que hacerse los últimos”? ¿Cómo puede decirle a la gente que
los discípulos de Cristo no pueden ejercer el poder como lo ejercen los
grandes y poderosos de este mundo? (Mc 10, 35-45; Mt 20, 20-28; Lc 22,
24-27). ¿Y va a seguir diciendo esto un jefe de Estado que acepta (según el
Derecho Canónico) ser el único hombre en la tierra que posee una potestad
“suprema, plena, inmediata y universal, que puede ejercer siempre
libremente”? (can. 331, 2).
O sea, el papado se
atribuye un poder que no es como el de los “jefes de los pueblos”, sino más
fuerte que todos los demás poderes. ¿Qué sentido tiene entonces la
prohibición tajante del Evangelio: “No ha de ser así entre vosotros” (Mc 10,
43; Mt 20, 26)?
Impresiona
la lucidez y la honradez de Francisco. Como impresiona (quizá más) la ceguera
y la hipocresía de quienes se empeñan en que Francisco será la ruina de la
Iglesia. Difícil va a ser la conversión del papado. Pero más lo va a ser la
conversión de los fariseos. Porque ellos son los que se sienten más seguros
en la posesión de la verdad.
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Posted: 21 Oct 2015 01:10 PM PDT
Francisco anuncia la urgencia de “una sana descentralización”
de la Iglesia y una “conversión del Papado”
“El camino sinodal empieza escuchando al Pueblo, que participa
de la función profética de Cristo”
“La única autoridad,
también la del Obispo de Roma, es la del servicio, el único poder es el poder
de la cruz”
El Papa no está por
sí mismo, por encima de la Iglesia, pero sí dentro de ella como bautizado
entre bautizados; dentro del colegio episcopal como obispo de obispos, y
llamado a la vez, como sucesor de Pedro, a guiar la Iglesia de Roma
Jesús Bastante
Y, de pronto, sopló el
Espíritu en mitad del Aula Pablo VI. Con todos los padres sinodales, y
durante la celebración del 50 aniversario del Sínodo de Obispos, el Papa Francisco anunció la urgencia
de “una sana descentralización” de la Iglesia, que lleve a “una conversión
del Papado” y de la autoridad en la Iglesia, donde se
escuche, primero y ante todo, al pueblo de Dios, “que participa de la función
profética de Cristo”.
Francisco entró al
aula mientras el coro entonaba “Heal the World”, el himno que Michael Jackson
compuso para luchar por un mundo más unido en contra de las injusticias. Se
hacía raro escuchar al “rey del pop” en la Pablo VI, pero apenas resultó una
anécdota cuando, tras una suerte de interminables intervenciones (desde
Baldisseri a Schonborn, pasando por representantes de las iglesias de los
cinco continentes), Bergoglio tomó la palabra para señalar que “la única autoridad, también la del
Obispo de Roma, es la del servicio; el único poder es el poder de la cruz“.
“Desde el comienzo de
mi ministerio como Obispo de Roma, he querido valorar el Sínodo, una de las
herencias más bonitas del Concilio Vaticano II”, arrancó el Papa, destacando
la belleza de la “colegial responsabilidad pastoral”
“El mundo en el que
vivimos, y donde estamos llamados a servir, aun con sus
contradicciones, exige
de la Iglesia potenciar las sinergias, en todos los ámbitos de su misión“,
subrayó, indicando que “el
camino de la sinodalidad es el que Dios espera para la Iglesia en el tercer
milenio“.
Un camino cuyo
significado “está contenido en la palabra ‘Sínodo’. Caminar juntos: laicos,
pastores, obispo de Roma. Es un concepto fácil de llevar a palabras, pero
difícil de llevar a la práctica”, constató Bergoglio, quien dejó claro,
frente a los profetas de desventuras y los expertos en descartes, que “el Pueblo de Dios está constituido
por todos los bautizados, llamados a un sacerdocio santo“. Se
trata de la “infalibilidad de los creyentes”, del pueblo santo, al que ya se
refirió Bergoglio en Evangelii Gaudium.
“El pueblo de Dios es
santo en razón de esta unción, que lo hace infalible. Cualquier bautizado,
sea cual sea su función en la Iglesia, o su grado de instrucción, es un
sujeto activo de evangelización. Es
inadecuado un esquema de evangelización con “actores cualificados”; en los
que el resto del pueblo de Dios sea mero receptor de sus acciones“,
criticó el Papa, que recordó que el “sensus fidei” impide “separar
rígidamente los maestros y los discípulos”. Es por ello que “quise consultar
al Pueblo de Dios” en sendas encuestas, antes del Sínodo de la Familia.
“Una consulta, en
ningún modo, podría bastar para escuchar el sensus fidei. Pero
no es posible hablar de familia sin interpelar a las familias, ver sus
dolores, esperanzas y angustias”, justificó Francisco, quien añadió que a
través de las respuestas a los dos cuestionarios, “hemos tenido la
posibilidad de escuchar al menos algunas de esas cuestiones, que le tocan
cerca y sobre la que tienen tanto que decir”.
Y es que “una Iglesia
sinodal, es una Iglesia de la escucha. Escuchar y sentir. Es una escucha recíproca: pueblo
fiel, colegio episcopal, obispo de Roma. Los unos escuchando
a los otros, y todos a la escucha del Espíritu Santo, el espíritu de verdad,
para saber qué dice Él a la Iglesia”.
En este punto, “el
Sínodo de Obispos es el punto de convergencia de este dinamismo”. “El camino sinodal se inicia
escuchando al pueblo, que puede participar en la función profética de Cristo,
siguiendo el principio de la Iglesia del primer milenio. El camino continúa
escuchando a los pastores, a través de los padres sinodales, auténticos
custodios e intérpretes de la fe de toda la Iglesia, que debemos saber
distinguir de lo espeso de la opinión pública”.
“En la vigilia del
Sínodo del pasado año -recordó el Papa-, afirmaba que el Espíritu Santo,
tengamos el don de la escucha. Escucha de Dios, para sentir el grito del
pueblo. Escucha del pueblo, para respirar la voluntad a la que Dios nos
llama”.
Finalmente, el camino
sinodal “culmina en la escucha del Obispo de Roma, llamado a pronunciarse como pastor y
doctor de todos los cristianos, no a partir de su personal convicción,
pero sí como supremo garante de la obediencia y la conformidad de la Iglesia
a la voluntad de Dios, al Evangelio de Cristo y a la tradición de la
Iglesia”, explicó el Papa.
“El hecho de que el
Sínodo actúe siempre cum Petro et sub Petro -no sólo cum Petro, también sub
Petro- no es una limitación de la libertad, sino una garantía de la unidad”,
observó Francisco, quien advirtió que la sinodalidad, “como dimensión constitutiva
de la Iglesia” es necesaria para entender el ministerio jerárquico. “Si sostenemos que Iglesia y Sínodo
son sinónimos, ninguno puede ser elevado por encima del otro.
En la Iglesia es necesario que cualquiera se abaje para entrar al servicio de
llos hermanos durante el camino”. Desde el Papa hasta los fieles.
“Jesús ha constituido
a la Iglesia, poniendo en su vértice al colegio apostólico, en la que Pedro
es la roca, que tiene que confirmar a sus hermanos en la fe. Pero en esta
Iglesia, como en una pirámide dada la vuelta, el vértice se coloca en el
lugar de la base, por eso los que ejercen la autoridad se llaman “ministros”,
porque son los más pequeños de todos. Sirviendo al pueblo de Dios”, recordó
el Papa a los obispos. Y se puso a sí mismo de ejemplo, como vicario de
Cristo, “vicario del mismo Jesús que en la Última Cena se inclinó a lavar los
pies de los apóstoles”.
“Los sucesores de Pedro no son sino
los siervos de los siervos de Dios“, recordó el Papa. Y fue
más allá: “la única autoridad es la autoridad del servicio, el único poder es
el poder de la cruz”. Las palabras de Jesús, Quien quiera ser el primero, que
sea el servidor, resultan fundamentales. “Aquí radica el ministerio de la
Iglesia”, subrayó.
“En una Iglesia
sinodal, el Sínodo
de Obispos es solo la manifestación más evidente de un dinamismo de comunión
que inspira todas las decisiones eclesiales (…). Así, el
Sínodo, que representa al episcopado católico, se convierte en expresión de
la colegialidad episcopal, dentro de una Iglesia toda sinodal”, reclamó
Francisco, quien puso como ejemplo las iglesias particulares, las provincias
y regiones episcopales, las conferencias episcopales… y el Papado.
“En una Iglesia
sinodal no es
oportuno que el Papa sustituya al episcopado local en el discernimiento de
cada problemática. En este sentido, veo la necesidad de proceder a una
saludable descentralización“, proclamó Francisco, arrancando
la única ovación que interrumpió su discurso.
Por ello, el Papa
mostró su empeñó en “edificar una Iglesia sinodal en misión, a la que todos
seamos llamados, según el rol que el Señor nos diga”. Laicos, obispos, Papa
de Roma. Con unas implicaciones ecuménicas, que implican el propio “ejercicio
del primado petrino”.
“Estoy convencido de
que, en una
Iglesia sinodal, también el ejercicio del primado petrino recibirá una mayor
luz. El Papa no está por sí mismo, por encima de la Iglesia,
pero sí dentro de ella como bautizado entre bautizados; dentro del colegio
episcopal como obispo de obispos, y llamado a la vez, como sucesor de Pedro,
a guiar la Iglesia de Roma, que preside en el amor a toda la Iglesia”.
Por ello, reclamó “la necesidad, la urgencia, de pensar
en una conversión del Papado”, para llegar a “una Iglesia
sinodal en un mundo que invoca la participación, la solidaridad y la
transparencia”. “Como Iglesia que camina junto a los hombres, partícipe de
los trabajos de la Historia, custodiamos el sueño de la dignidad inviolable
del pueblo y del servicio de la autoridad, podrán ayudarnos a que la sociedad civil se
edifique en la justicia y la fraternidad, generando un mundo
más bello para las generaciones posteriores”, concluyó, en un discurso
histórico.
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Posted: 21 Oct 2015 01:08 PM PDT
“Puede haber más
amor cristiano en una unión irregular que en una pareja casada por la
Iglesia”
*Adolfo Nicolás pide
a los jesuitas creatividad para afrontar los nuevos retos
“La revolución de
Francisco es la revolución de la normalidad”
La ley siempre busca
un orden eclesial fundamental, pero el Evangelio va siempre más allá y
siempre nos deja indefensos
“El Papa no quiere
caminar sólo. De hecho, caminando sólo podría ir más rápido”
“También en la
iglesia se necesita una ley que se actualice a la misericordia, al Evangelio”
“El Papa no quiere caminar sólo. De
hecho, caminando sólo podría ir más rápido. Podría ser un
“star”, pero si caminas sólo después viene la resaca. Francisco quiere
caminar con los obispos, saber qué piensan, convencerlos a través de esta
experiencia sinodal. Quiere
el bien de la Iglesia, y la Iglesia necesita tiempo para cambiar“.
Quien así habla es el padre Adolfo
Nicolás, prepósito general de los jesuitas, entrevistado por
Il Corriere della Sera.
El Padre Adolfo
Nicolás, 79 años, sale del Aula del Sínodo caminando hacia Borgo Santo
Spirito (donde se encuentra la Curia jesuita). Ventinovesimo sucesor de San
Ignacio de Loyola, es el Padre General de la Compañía de Jesús. Una vez se le
definía como el “Papa Negro”. Forma
parte de la comisión nombrada por Francisco para escribir la “relazione”
final del Sínodo. “El fruto de nuestro trabajo se entregará
al Papa que luego de escuchar a todos, hará su discernimiento y decidirá”.
Padre, abriendo el
Sínodo el Papa ha dicho: “No es un parlamento”. ¿Qué se entiende con esto?
“Una Asamblea que
tiene como principio el Evangelio no funciona según la lógica de los votos,
sino que es un grupo que discierne”.
También Francisco
habla de “discernimiento”. ¿Qué cosa significa para un jesuita?
“Según San Ignacio, el
discernimiento no puede ser nunca en general, debe ocurrir siempre entre dos
opciones: Si entre a y b, escogemos b es porque está más cerca al Evangelio”.
¿Por eso decía “ningún
compromiso”? No se trata de encontrar una vía media…
“No. Es un proceso en
el cual uno busca entrar en contacto con el Espíritu Santo y encontrar
aquello que es más justo entre diversas alternativas, cuál de éstas es más
fiel a la voluntad de Dios. No es una operación diplomática, sino un
preguntarse seriamente y en profundidad para saber qué es lo mejor hoy para
la familia, en particular para la familia cristiana”.
Se tiende a oponer
doctrina y misericordia ¿También esta es una alternativa?
“No. A veces se
presenta así porque la doctrina no ha incorporado la misericordia. También en
la iglesia se necesita una ley que se actualice a la misericordia, al
Evangelio”.
¿En qué sentido
actualizar?
“La ley siempre busca
un orden eclesial fundamental, pero el Evangelio va siempre más allá y
siempre nos deja indefensos”.
El Cardenal Menichelli
decía al “Corriere de la Sera”: “No encadenemos la Palaba de Dios”.
“Es así. Se trata de
encontrar en el derecho un espacio de misericordia. Porque el derecho como lo
tenemos hoy en la Iglesia, no siempre es también misericordia. Tiene
principios y es porque el derecho debe ser claro. Sin embargo, la
misericordia no es clara, siempre tiene una ambigüedad porque no es posible
conocer a fondo el corazón humano, sus debilidades. La caridad no se puede
normar”.
Entonces, ¿Cómo hacer
frente a las situaciones “difíciles”?
“Los sacerdotes son
aquellos que aplican la ley, por eso estudiamos el derecho canónico. Pero los
sacerdotes deben saber, como ha dicho también Juan Pablo II, que el último
número del derecho canónico, la ley suprema, es la salvación de las almas. Y
porque el Evangelio es la última norma, los sacerdotes deben aplicar las
normas según el Evangelio y no lo contrario”.
Y lo contrario, ¿Ha
ocurrido en la Iglesia?
“Sí. Pienso en Pablo
VI que decía a los sacerdotes: Estos son los principios, pero por favor, sean
pastores, acompañen a la gente en su realidad. Sin embargo, otros decían y
dicen aún: Se necesita ser pastor, pero estos son los principios. En
apariencia es lo mismo, pero el orden se ha cambiado”.
Francisco evoca al
Buen Samaritano, como Pablo VI al Concilio. ¿Existe afinidad entre los dos?
“Por supuesto. Con
frecuencia a Francisco no se le entiende bien. Él es muy teológico y sabe lo
que dice la doctrina, lo sabe muy bien y no la quiere cambiar. Pero quiere
encontrar las puertas abiertas para la pastoral. Como ha dicho también en la
Misa de Apertura, una Iglesia que se cierra no es la Iglesia de Cristo.
Propone en primer lugar la apertura a la persona: no los principios, sino las
personas. Espero que ésta sea la fuerza que dirija el Sínodo”.
¿El camino sinodal en
dos etapas es casi un Concilio?
“Es una propuesta del
Concilio Vaticano II para temas concretos”
Al abordar las
situaciones “difíciles”, ¿están en juego ideas diversas de Iglesia?
“Mi impresión es que
las expectativas que se están proyectando sobre el Sínodo le son extrañas. El
Sínodo no es sobre los divorciados, no es sobre las parejas homosexuales,
sino esencialmente sobre la familia: ¿Cómo ayudar a las familias? Algunas
tienen heridas muy profundas”.
¿No son consideradas?
“La familia está
amenazada por el egoísmo, el relativismo, el subjetivismo, de todo aquello
que amenaza la sociedad. Pensemos en los políticos: es difícil encontrar uno
que piense en el bien común, incluso en los pobres, migrantes, los últimos.
Tienden a pensar en su propio interés, en el interés del partido”.
¿Por eso el Papa nos
invita a “meterse a la escuela” de la familia?
“Sí. La familia supone
un sacrificio muy grande de los padres que deben organizarse según el interés
de los hijos. Su primera preocupación es: ¿Cómo pueden vivir, comer,
educarse? Esto debemos aprender”.
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