Me parece muy atinado el
comentario sobre el reconocimiento elogioso que la Madre Teresa de Calcuta
recibió y recibe de los poderosos, en detrimento de otros benefactores sociales
que lucharon y siguen luchando por un mundo mejor. A mi criterio, responde
al hecho de que existen dos miradas diferentes sobre la caridad.
Para algunos, una actitud caritativa
es la que, inspirada por el amor al prójimo, consiste en aliviar el sufrimiento
de quienes se encuentran en situación vulnerable.
Esta intervención,
tradicional en el ámbito eclesial, si bien es loable, se limita a ayudar
mediante limosnas, donaciones, contribuciones diversas o mediante el servicio
personal, a los necesitados. Obviamente, esta acción es bienvenida por quienes
padecen una situación dolorosa, pero no cambia la situación del beneficiario
porque, una vez agotado el recurso provisto o finalizada la labor de quien
brindó el apoyo, aquel se encuentra nuevamente en la situación inicial y vuelve
a requerir la intervención ajena.
Demás está decir que
cuando la ayuda es ofrecida por el Estado, si no es acompañada por acciones
complementarias, se transforma en mero asistencialismo.
Por lo tanto, este
paternalismo desempeñado desde el Estado, desde la Iglesia o desde
organizaciones privadas, no resuelve los problemas de fondo de las personas
asistidas, porque no apunta a modificar las causas que originaron tal nivel de
vulnerabilidad.
Esa es la razón por la
cual.benefactores de la humanidad como la Madre Teresa de Calcuta reciben el
aplauso de la sociedad en general; inclusive de aquellos sectores de poder que
son, con toda certeza, responsables de la inequidad, al llevar a vastos
sectores de la población a situaciones extremas de necesidad.
Esos sectores de poder,
por el contrario, persiguen y revisten de peligrosidad a otros servidores
públicos que no se limitan a asistir con ayuda económica, material o de
servicio personal; sino que proveen a los grupos poblacionales oprimidos de
otro tipo de herramientas. Me refiero a lo que actualmente se engloba bajo la
denominación de "empoderamiento". Esto es: devolverles el poder del
que carecen como consecuencia de las desigualdades sociales. Se trata del poder
que confiere la conciencia de la propia dignidad, del conocimiento de los
derechos que le asisten y de los recursos que emanan de la organización
colectiva. Se trata de movilizar voluntades en pos del bien común, de despertar
conciencia sobre las potencialidades humanas y, para nosotros, cristianos, se
trata simplemente de poner en obra la Palabra. De salir al encuentro de los
pequeños, los empobrecidos, las periferias -convencidos nosotros, en primer
lugar- de la voluntad de Dios, que es la de un mundo donde no haya oprimidos ni
opresores, donde todos y cada uno estén investidos de igual dignidad. Ni más ni
menos que el Reino del que nos hablaba (y nos sigue hablando) Jesús.
Es evidente que está
situación sólo se da en una sociedad sin exclusiones ni privilegios; algo que
los poderosos del mundo prefieren ignorar, mientras tranquilizan sus
conciencias con paliativos e intervenciones puntuales que sólo contribuyen a
mantener un orden social por demás injusto, en el que benefactores como la
Madre Teresa son ampliamente reconocidos, pero en última instancia
insuficientes para terminar con el dolor humano. AliciaDeSaTorres
Integrante de Ceb.JeanDumont. BuenosAires
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