¿Cuántos somos?

Apareció el “Anuario Pontificio”, un documento estadístico que mide altos y bajos en el tema de pertenencia religiosa en el mundo. Los datos, si bien son del año 2015, reflejan la situación actual del catolicismo. En la población total representan un 17.7% del total de habitantes. Anota un crecimiento de unos trece millones de bautizados en la fe católica respecto al año 2014. Es decir, hay un 83% que no pertenece a la tropa católica. Pero ha habido algo de crecimiento y eso pondrá satisfechos a algunos monseñores en Roma. Ha crecido el número de bautizados. Pero no se sabe si ha crecido el compromiso de pertenencia, que es lo que en definitiva tiene más valor.

Este afán de contar a la gente es un tema viejo en las comunidades humanas. También en los grupos religiosos. Hay algo así como un trauma por la competencia, sin saber que en la biblia, el censo es invento del demonio: el libro de 1 de Crónicas, 21: 1, señala: Y se levantó Satanás contra Israel e incitó a David a hacer un censo de Israel.
Siguiendo ese consejo demoníaco, el Anuario 2015 señala que el número de católicos ha aumentado en todos los continentes menos…¡en Europa!
Lógicamente, a mayor población corresponde un mayor número de bautizados, y así Brasil es el país con más católicos, seguido de México, Filipinas, USA, Italia, Francia y Colombia.
Respecto al clero, ha comenzado un descenso que no se veía desde el año 2000, hecho notable precisamente en Europa, con 2.500 curas menos. Salva la situación el continente africano que suma 1.100 curas más que hace quince años.
En cuanto a la vida religiosa femenina, se anota una caída de unas 50.000 monjas en los últimos cinco años.
Sucede todo lo contrario con el Islam que es la religión con el mayor crecimiento del mundo, tanto que se espera que a finales de este siglo supere al Cristianismo.
¿Se puede hablar de un fracaso de la labor misionera de la iglesia? Creo que no. Porque evangelizar según el modelo de Cristo no es hacer prosélitos sino humanizar el mundo. Por este lado hay mucho que hacer, pero mientras exista gente de fe que dialogue, que abrace, que construya, que gaste energías en el rompimiento de cadenas, la iglesia estará cumpliendo su misión.
Lo preocupante es saber si los buenos deseos se traducen o no en obras de liberación. Y para ello lo importante no es saber si somos muchos, sino comprobar que somos un aporte para que el mundo sea mejor.



Curas ¿cansados o casados? (tercera parte).


En el relato anterior (segunda parte) dije que era una lástima que el tema de la escasez de vocaciones sacerdotales se viera como un “enorme problema”.
Más que problema me parece que es una oportunidad que el Espíritu ofrece para que seamos creativos, audaces, visionarios. Es la oportunidad para que se ponga el tema sobre la mesa de las discusiones, los diálogos, los acuerdos, las decisiones.
Pero será una oportunidad desperdiciada si se toma como la búsqueda de fortalecer lo que actualmente existe. Poner “rodrigones” (así se llaman esos postes que afirman una muralla en peligro de desplomarse) es tarea inútil. Lo que se requiere en un cambio sideral al actual estado de cosas.
La tentativa que patrocina el papa Francisco (que no el Vaticano, que me parece es incapaz de cambiar un àpice del sistema) es solucionar el problema de la escasez ordenando de presbíteros (curas) a varones adultos, de vida controlada en el marco de las leyes civiles y canónicas; que tengan el reconocimiento de sus comunidades; que hayan participado en tiempos de preparación; que tengan la aprobación de sus familias (al menos de la esposa); que entren dentro de la categoría de “viri probati”, como se llama en latín a esos varones “probados” (en edad, en conocimientos, en liderazgo, en piedad y en espíritu de servicio). No me parece. Esto sería uno de los “rodrigones”. El asunto es más de fondo.
La opción permitiría a los hombres que ya están casados a ser ordenados como sacerdotes. Pero a los solteros si entran a formar parte del clero no se les permitiría casarse. Tampoco me parece.
Nadie puede explicar con razonamientos esta postura negativa de las leyes canónicas de la iglesia frente al matrimonio o la vida en pareja. Solamente se invocan decretos de tiempos pasados. Se trata de una postura que las autoridades eclesiásticas, a regañadientes, tienen que reconocer que el clero de la tradición oriental puede ser casado y que los pastores de algunas iglesias de la Reforma, tras su ingreso a la iglesia católica, mantienen su condición matrimonial.
¿De qué vertiente sin agua limpia, nos ha llegado este lodo que mira al sexo como invento del diablo y no como creación de Dios?
Pero de esto hablaremos en el tema siguiente, si es que los lectores tienen paciencia y bondad para leer, dialogar y compartir estos temas. (Continuará).

Curas ¿cansados o casados? (cuarta parte).
El tema de los diáconos.

Con esa propuesta acerca de los “viri probati” que comenté en el relato anterior (trcera parte), los que quedan fuera de la cancha son los diáconos. En realidad, en la organización eclesial, no representan algo interesante, además que ellos mismos se entienden dentro de un esquema, a mi juicio, erróneo.
Hablando así a la volea, me parece que los diáconos son unos curas fracasados. No pueden ejercer algunas actividades reservadas al presbítero, les gusta figurar en el altar pero quedando, para su desconsuelo, en un lugar secundario. En la misa, pueden leer el evangelio, pueden decir “este es el sacramento de la fe” después de la consagración del pan y del vino, y están autorizados para decir a la asamblea “pueden darse el saludo de paz”. ¡Bien poca cosa!
No son presbíteros (curas). Pero tampoco son “laicos” en el sentido ordinario de esta palabra. ¿Qué son? No se sabe. Para mí que están desubicados dentro del armario clerical.
Las responsabilidades que les asigna el Código de Derecho Canónico (nn. 757, 835, 910, 943 y 1087) las pueden asumir cualquier animador de comunidad cristiana: Esas responsabilidades son: administrar el bautismo (pero hay ministros de bautismo), distribuir la Eucaristía (pero hay ministros de la eucaristía), llevar el viático a los moribundos (pero hay delegados y delegadas que realizan este servicio), asistir y bendecir el matrimonio (pero hay ministros y delegados autorizados para esto), leer la Sagrada Escritura a los fieles (pero hay lectores bíblicos), presidir el culto y la oración de los fieles (solamente si falta el cura), servir en el ministerio de la palabra al pueblo de Dios (pero ya existen los animadores comunitarios), administrar los sacramentales como pueden ser el agua bendita, la bendición de casas, imágenes y objetos y por último presidir el rito fúnebre y la sepultura, asuntos que puede realizar cualquier cristiano en razón de su sacerdocio bautismal.
Ciertamente pueden ser varones casados. Pero si enviudan…¡no pueden contraer nuevo matrimonio! Ese complejo sexual que dicta en la iglesia estas normas facistas demorará todavía un tiempo antes de ser superado.

En la antigua y sana tradición de la iglesia, los diáconos eran los que atendían, organizaban y se responsabilizaban de los temas contingentes de la comunidad: atender la distribución de las ofrendas para los pobres, cuidar de la atención fraternal de los integrantes de la comunidad, llevar consuelo y compañía a las personas solas, necesitadas, aproblemadas…

Hoy día todas esas respuestas pastorales las dan personas, equipos y grupos surgidos en la misma comunidad.
Creo que el diácono ha quedado absolutamente desfasado en este tiempo.
Y cuando surgen voces pidiendo que se re-establezcan las “diaconisas”, podemos preguntarnos ¿para qué?
Porque todo lo que podrían realizar ya lo están haciendo numerosas mujeres que dedican tiempo, cariño, esfuerzo y femineidad a una iglesia que tiene todavía cabeza de varón pero que tiene cuerpo de mujer.
¿Qué opina usted de esta situación? Porque si quiere tomarse en serio a usted mismo, infórmese, dialogue, defienda sus criterios y opiniones, conozca otros razonamientos y participe en el debate. Usted no puede mirar la vida social ni la vida eclesial como el gato mira el televisor: ve figuras que se mueven pero no entiende algo de lo que pasa.

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¿Curas cansados o casados? segunda parte.


A la formación clerical en los seminarios, como señalamos en la primera parte, se añade la ley del celibato.
En los orígenes la razón del celibato se establece en referencia a lo sagrado. En ese pensamiento puritano y casi herético, siendo el clérigo reservado para las funciones sagradas no podría contaminarse con actos sexuales. Esta fue la razón primitiva, y ella permanece hasta hoy, aunque hayan sido agregadas otras motivaciones, como el tema económico y administrativo. Pero La base era la oposición entre sexo y sagrado.
De esta manera la separación entre clérigo y laico es mayor todavía. Pues el celibato separa de manera simbólica muy fuerte. Separa de todas las mujeres y separa de los hombres casados. Para muchos pueblos la entrada en el mundo de los adultos es el matrimonio. Sin el matrimonio el sacerdote permanece fuera del mundo. Es lo que se pretendía fortalecer.
Además de eso, el celibato da a los sacerdotes un sentimiento de superioridad moral notable. Debido a que son célibes, los curas se sienten más “santos”, más heroicos, moralmente superiores, lo que les atribuye una autoridad moral para definir los valores morales en todos los asuntos. El celibato es como la barrera que separa a los santos de los pecadores. Si el cura se reconoce pecador, es como señal de humildad, es una prueba más de su superioridad moral. No es el caso de los laicos, que son pecadores por esencia…según esa mentalidad errónea.
De ahí la convicción en el mundo popular que el matrimonio es sinónimo de pecado. Por esto los sacerdotes no se casan, cree el pueblo simple. En cuanto a los laicos, ya que son pecadores, por definición, el matrimonio es permitido, pero no deja de ser pecado también, un pecado tolerado. Esta convicción todavía puede encontrarse en el mundo popular.
Todo esto concuerda plenamente con el modelo de sacerdocio que se pretendió inculcar en el siglo XVII.
Sin embargo, una vez que nacen dudas respecto a la relevancia histórica de este modelo, todo comienza a ser cuestionado. De ahí que el sentimiento de pérdida de identidad del sacerdote se ha convertido en un problema permanente en la Iglesia de hoy.
Desde luego estas posturas prohibitivas no tienen base bíblica. Se sabe que algunos de los apóstoles eran casados. De Jesús no se dice algo al respecto, por lo que pudo o no pudo haber contraído matrimonio. Por deducciones que se pueden sacar de los relatos evangélicos, parece que Jesús tuvo una vida muy libre, muy suya, muy independiente. Los relatos apócrifos hablan de actitudes amorosas de Jesús hacia algunas mujeres. Pero todo eso no tiene importancia en la historia oficial de la redención. De todos modos lo que se sabe de Cristo, por relato de algunos de sus seguidores, se refiere a los tres últimos años de su vida. De los treinta o cuarenta años anteriores, no se dice palabra. Solamente se anota que Jesús niño, “crecía en edad , en sabiduría y en gracia, delante de Dios y de la gente”.
Por todo esto, en este tiempo en que el papa Francisco ha expresado que se puede abrir el sacerdocio a varones casados, no debe considerarse un escándalo.
Lo preocupante de este asunto es que el tema se pone sobre la mesa, no por doctrina, sino por necesidad. En entrevista con el periódico alemán Die Zeit, el Papa dijo que la falta de sacerdotes era un “enorme problema” para la Iglesia católica.
Ahí se toca el tema de fondo. ¿Por qué es un “enorme problema” en una tradición religiosa que afirma que todos sus integrantes, al ser bautizados en el nombre de la Trinidad, son también “sacerdotes”? Me parece que la respuesta es: porque un grupo especial, el clero, se ha apropiado de todo el escenario en lo que se refiere a la comunicación con lo trascendente. Y mientras más crece el clericalismo, más se reduce el sacerdocio universal de los bautizados.
Pero de este asunto hablaremos en la tercera parte. (Continuará).

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Curas ¿cansados o casados? (primera parte).

Vuelve a aparecer en las informaciones relacionadas con la iglesia católica, el tema del sacerdocio para varones casados.
Cada cierto tiempo se instala el asunto en las discusiones eclesiales y después todo queda en lo mismo, para ser retomado de nuevo y de nuevo olvidado hasta mejor ocasión. Este estado de cosas podría permanecer hasta el final de los tiempos.
¿Por qué costará tanto mirar el problema sin prejuicios, dialogar sin imposiciones, acordar soluciones sin escándalos?
Parece que esto tiene su origen en la separación entre lo sagrado y lo profano: una división artificial si se considera que todo lo profano tiene una dimensión sagrada en cuanto pertenece a la esfera del ser humano, hecho a imagen y semejanza de Dios. Y también todo lo sagrado tiene un aterrizaje en lo humano, en lo terreno, en lo temporal y tangible. Solamente así puede sacralizar. Solamente así puede humanizar.
Pero, desde hace cientos de años, el servicio sacerdotal a la comunidad cristiana quedó usurpado por el clero.
Anoto aquí lo expresado por el teólogo Joseph Comblin, a quien tuve como profesor en la facultad de teología, cuando fue expulsado por la dictadura brasileña y antes de que fuera expulsado por la dictadura chilena.
Decía Comblin que fue creciendo la separación entre el clero y el pueblo. Se multiplicaron los signos visibles de la separación: ropa diferente, casa aislada, no participación de los curas en el trabajo manual, en el comercio, en las actividades profanas. El cura se reservaba exclusivamente para actividades sagradas. Usaba un lenguaje propio.
El cura no puede aparecer en los lugares públicos de encuentro de personas: teatros, estadios, circos, lugares de diversión, playas y cines. No puede ver espectáculos profanos. Su conversación debe ser muy reservada. En la propia iglesia todo muestra la separación: Hay un espacio reservado para el cura y otro para el pueblo, y nadie puede pasar la frontera, a no ser por absoluta necesidad, por ejemplo, el sacristán o las encargadas de la limpieza. El confesionario, que aún permanece en muchos templos, es un modelo de esta separación. El confesor y el penitente ni siquiera pueden mirarse y reconocerse. La distancia es total. No es diálogo entre las personas, sino diálogo entre pecado y absolución. El pecado entra por un lado y la absolución sale por el otro.
¿Cuál es la razón de ser de tal separación? Si consultamos los libros de espiritualidad sacerdotal del siglo XVII no hay duda: se trata de la separación entre lo sagrado y lo profano, exactamente lo que Jesús vino a suprimir. El cura es el hombre de lo sagrado: su dominio es el mundo sagrado, el edificio del templo, el lugar de administración de los sacramentos. Su mundo es poblado de objetos sagrados: el material de los sacramentos, las imágenes, los libros sagrados. Su trabajo es el sacrificio. La misa es vista en la línea de los sacrificios del Antiguo Testamento. El cura es aquel cuyo trabajo consiste en celebrar la misa.
Lo que él hace son misas. De hecho su sacerdocio consiste es esto: mantener las funciones sagradas. El resto es facultativo, y puede ser peligroso. No lo constituye como sacerdote.
Estas actividades sacerdotales son totalmente inaccesibles a los laicos. Ellas marcan una separación radical. Son dos modos de vida totalmente separados, pues entre lo profano y lo sagrado no hay comunicación.
Durante tres siglos se construyó un edificio destinado a consolidar y garantizar el aislamiento del sacerdote, que era el ideal que debía ser preservado de cualquier manera. Había la teología del sacramento del Orden. Metafísicamente sacerdote y laico eran dos realidades diferentes. En su ser metafísico el sacerdote era diferente del laico. Esta separación metafísica debía tener sus aplicaciones en la práctica.
La preparación para el sacerdocio tenía por finalidad separar al sacerdote del mundo exterior. El candidato al sacerdocio aprendía la filosofía y la teología escolásticas, que eran incomprensibles para las personas de afuera, y lo tornaban incapaz de entender los pensamientos de los otros. Los estudios levantaban una barrera que impedía cualquier comunicación. El cura no podía dialogar, él debía sólo enunciar la verdad de la cual era depositario, suponiendo que los otros entendiesen. Así fueron los misioneros de la Colonia: enseñaban en portugués o castellano a los indios que no los podían entender, para explicarles que debían someterse a los soldados del rey que era el Gran Maestro de la Orden de Cristo y tenia delegación del Papa para imponerles sus órdenes.
Los seminarios eran hechos para aislar. Eran como un monasterio autosuficiente. Los alumnos no tenían necesidad de salir. Tenían todo en la casa. Estaban bien protegidos contra cualquier contacto mundano que los pudiese contaminar. (Continuará).