O. YORIO. CUENTOS PARACONTEMPLAR LA VIDA
Historia de un perro que me curó: Pompón y Tomás
El texto de Jonás tiene mucho que ver con las cosas que nos pasan a lo largo de nuestra vida. A mí me resulta simpático eso de que los animales se vistan silicio y hagan penitencia... pero lo más notable es que esa penitencia tuvo su eficacia, porque Dios no destruyó Nínive. Y tanta eficacia tuvo que Jonás se enojó con Dios. «¿Cómo me hacés predicar y después no cumplís con lo que prediqué?» (Jonás 4,2b). ¿Se acuerdan que a Jonás Dios lo hizo predicar lo de los cuarenta días (Jonás 3,1-10) después que lo trajera a la fuerza? Él habló. La gente se arrepintió. Hasta el rey. Y como Dios se compadeció y no destruyó a Nínive, Jonás se enojó con Él (Jonás 4,1-11). Ahí fue donde Dios le dio un arbolito para que gozara de la sombra, después se lo secó, y más se enojó Jonás. Le vino una rabia hasta la muerte.
Entonces Dios le dijo: «A vos te viene rabia porque se seca un arbolito, ¿y vos querés que yo cumpla con mi palabra de matar a todo este pueblo, hombres, animales?» (Jonás 4,11).
Por eso la eficacia de la penitencia: cómo se puede cambiar el rumbo de la historia con la oración, con la conversión. La naturaleza misma, los animales, participan de esa conversión.
Refiriéndome a esto siempre cuento la historia de un perro que me curó:
Yo les tenía mucho miedo y recelo a los perros. No me gustaban para nada. No podía tener trato con ellos. No los quería.
Un día, mientras vivíamos en la comunidad del Bajo Flores, a Luis, uno de mis compañeros sacerdotes, le regalaron un cachorrito de ovejero belga. De esos ovejeros negros que de chiquitos, de tan peludos, parecen ositos. Cuando lo trajo era apenas de días. Recién lo habían podido destetar. Aunque era tan lindo, a mí me producía rechazo.
Allí en la villa, el que más se quedaba en la casa era yo. El cachorrito me buscaba, me seguía, me hacía fiestas. Yo lo trataba con mucha frialdad; pero él venía, me lamía los pies, me desataba los cordones de los zapatos. Fue creciendo y más juguetón se ponía. Pensé que me lo iba a poder alejar; pero no. Me prefería a mí pese a toda mi frialdad e indiferencia. Tanto persistió, fue tanta su insistencia que un día aflojé, me dio cargo de conciencia y decidí quererlo. Me permití darme cuenta que realmente me había ganado el corazón. Yo tenía cuarenta y tres o cuarenta y cuatro años.
Fue en ese mismo momento en que admití que lo quería, que me acordé.
Cuando yo era muy chiquito -contaría unos cinco años-, tenía un perrito blanco. Pompón se llamaba. Siempre iba conmigo. A mí me gustaba salir corriendo por el pasillo de mi casa hasta el borde de la vereda de la calle y él se me adelantaba o iba a mi lado. Ese día yo salí corriendo a la calle y al llegar al cordón de la vereda, me paré. Él siguió de largo y delante de mí lo mató un auto.
Yo me había borrado todo eso. Pero fue automático: yo lo quise al perrito y en ese mismo momento me acordé. Parece que para no sufrir, hice la negación y no quería volver a encariñarme más con ninguno. El cariño de ese perrito me hizo recuperar una capacidad perdida: mi comunicación con los perros. El comunicarse con los perros es un pedazo de vida. En mí era un lugar de mi vida que se me había bloqueado, y el perrito, con su cariño, me curó. La encarnación nos revela el valor de toda la materia.
La primera herejía en el cristianismo fue la de querer poner un poco de distancia entre el espíritu y la materia, afirmar que el espíritu es el bueno y la materia lo malo.
La encarnación del Hijo de Dios y la resurrección muestran a las claras que para Dios todo es bueno, que el Espíritu no se opone a la materia sino que la materia manifiesta al Espíritu y se plenifica con él.
El cuerpo es bueno. La resurrección es la revelación, la plenitud de la encarnación. La contemplación lleva a comunicarnos no sólo con las personas, implica una comunicación con la naturaleza, con los animales y un poder darles lugar dentro de nosotros, darles un espacio en lo que es el camino hacia la resurrección, el camino para una libertad, para un amor.
San Pablo dice que toda la creación está gimiendo mientras pide más libertad, más amor, y que está sujeta por los egoísmos del hombre.
Un perro me hizo bien. ¡Cuántas cosas nos hacen bien y nos comunican libertad!
La actitud de la contemplación tiene relación con un reconocer ese grito de la naturaleza que pide libertad y la capacidad de toda la creación de caminar hacia la vida resucitada.
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