!Has que vea Señor!
La ceguera, una de las discapacidades más terribles, muchas veces no es una
ceguera física, sino espiritual. No ver al otro. No ver qué le pasa, qué
necesidades, tiene. No ver la miseria del que pasa con sus carritos todos los días por la puerta de nuestras casas. En la salida de los supermercados, dónde la gente sale rápido con una montaña de compras hacia sus lujosos autos, buscando de todas formas posibles, no ver a esos molestos “pobres” pidiendo algo para comer o una moneda.
Hay algunos mas elegantes en grandes shoppings centers que bajan por un
ascensor directo al estacionamiento y no tienen que ver lo que los molesta. Lo que verdaderamente importa no es visible al ojo humano.
La ceguera espiritual de no ver más allá, de no darse cuenta también de las cosas buenas y trascendentes que nos regala Dios a diario, y a lo largo de nuestras vidas.
__ has que vea Señor__ le digo en mi oración, porque tiemblo de pensar que
Jesús actuó en mi vida y no lo vi. Ver para agradecer como lo hizo el ciego del
evangelio que cuando vio su rostro, se postró ante ÉL.
Has que vea, porque Jesús curó el ciego sin que este se lo pidiera, al contrario del ciego que estaba en la orilla del camino y gritaba para que Jesús lo curara. A este, Jesús se acerca, escupe en la tierra y hace barro, y eso es muy significativo, porque con algo simple, pero nuestra creación, la tierra y su saliva con el aliento de su Espíritu le devuelve la visión.
Amasó el barro como y nos creó el Padre, después soplo su espíritu de vida en
nosotros. El otro elemento vital es el agua. Se lavó y se le abrieron los ojos. Barro, aliento divino y agua viva.
Me encanta hablar del barro, porque me trae recuerdos de infancia.
Los pobres nacemos y nos criamos en el barro. El barro era algo
natural, el piso era de barro en dónde me crie, y cuando llovía se
hacía “greda” que en español sería arcilla, y con mis hermanas
hacíamos muñecos, les hacíamos los ojos grandes hundiendo una
ramita, los moldeábamos durante largo rato con nuestras manos
hasta que quedaban como nos gustaba, y sino lo deshacíamos y
empezábamos otra vez, y cuando salía el sol los poníamos a secar,
teníamos verdaderas familias hechas de barro, y con ellas
jugábamos sin parar.
Por supuesto eran familias a las que no les faltaba nada y eran
muy divertidas y felices.
Hoy veo a mi nieto de 6 años manejando una tablet, y cuando viene
a verme me pide que le cuente esas historias, pero me mira desconfiado si las estoy inventando o no, porque le parecen imposibles de que hayan sucedido así. Madilene.
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