viernes, 24 de enero de 2025

Cerrando ciclo temas interesantes esta semana: TERCERA PARTE La Iglesia y el proceso de secularización en el Uruguay. Creemos es un diferencial en la América española-luxo colonizada....

 El comienzo del siglo XX fue una época de dura lucha por la virulencia del anticlericalismo de José Batlle y Ordóñez, que impulsó medidas lesivas para los intereses de la Iglesia: eliminación de imágenes religiosas en hospitales públicos (1906); ley de divorcio (1907); supresión de enseñanza y prácticas religiosas en escuelas públicas (1909); entre otras.

El golpe de gracia fue la Constitución de 1917. Las autoridades eclesiásticas procuraron, a través de los constituyentes elegidos por la unión Cívica, mantener en todos sus términos el artículo 5, pero los esfuerzos resultaron infructuosos.

La Iglesia logró el reconocimiento de la propiedad de todos los edificios destinados al culto, salvo los que estaban en edificios públicos y, fundamentalmente, se emancipó del Patronato que tanto la había limitado, las diócesis vacantes pudieron ser provistas libremente por la Sede Apostólica.

La secularización uruguaya culminó exitosamente para los intereses de los sectores anticlericales. A partir de entonces uruguay fue reconocido por su sistema político laico, profundamente liberal y democrático.

LAS RESPUESTAS DE LA IGLESIA

Para enfrentar el creciente anticlericalismo los obispos de la época (Vera, Yéregui y Soler) recurrieron a distintas estrategias. El rol desempeñado por Jacinto Vera fue muy importante para reorganizar la institución; luego de su participación en el Concilio Vaticano I se estrecharon los vínculos entre la iglesia

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26 M. SOLER, Memorandum Confidencial al Venerable Clero Secular y Regular, Montevideo, 1905,

3-10.

27 idem.

uruguaya y la Santa Sede. Vamos a revisar sucintamente las iniciativas llevadas

adelante. Estas fueron coincidentes, en líneas generales, con las ensayadas en

otras repúblicas americanas (Chile, Argentina…), pero en uruguay no lograron

revertir el proceso secularizador.

a. Creación de un clero nacional

La escasez de personal religioso impidió una acción evangelizadora profunda

y perdurable. Mons. Vera intentó crear y consolidar el clero nacional, para

ello envió a varios jóvenes con inquietudes vocacionales a seminarios argentinos.

Los hermanos Rafael e Inocencio Yéregui28 estudiaron en Buenos Aires;

Mariano Soler,29 Ricardo Isasa30 y Norberto Betancur en Santa Fe. Isasa, Betancur

y Soler culminaron su carrera en Roma. Todos tuvieron posteriormente destacado

desempeño. Recién en 1880 estuvieron dadas las condiciones para

fundar un Seminario Diocesano; fue confiado a la dirección de la Compañía de

Jesús y en 1888 llegó a tener 42 estudiantes.

Para mejorar la acción evangelizadora se promovió la inserción de «corporaciones

regulares». En 1863 había solamente 3 comunidades religiosas, en

1888 el número subió a 13, y en 1904 a 27. En torno a 1900 sus efectivos, masculinos

y femeninos, eran cientos, mayoritariamente extranjeros y establecidos

en toda la República.31 Trabajaron en la enseñanza –para competir con la escuela

vareliana–, asistencia de enfermos, cuidado de huérfanos, atención del culto,

etcétera. Se destacaron particularmente los salesianos y jesuitas. Resultaron un

instrumento muy eficaz de propaganda y evangelización. Monseñor Soler opinaba

que gracias a ellas

«(...) se levanta la parte espiritual de las parroquias de campaña, porque muchas de

ellas cuentan ya con Colegios de Hermanas de la Caridad, que forman jóvenes y madres

cristianas, las que, con el tiempo, influyen poderosamente, con la virtud y el buen ejemplo,

en la constitución cristiana del hogar y de la sociedad. En el presente decenio se han

establecido varias congregaciones religiosas de caridad en esta capital y en diversos

pueblos de la Diócesis y se trabaja siempre (...)».32

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28 Segundo Obispo de Montevideo.

29 Tercer Obispo y primer Arzobispo de Montevideo.

30 Administrador Apostólico de Montevideo.

31 Cfr. ACEM, C. 173, c. Censo.

32 M. SOLER, Visita Ad Limina (1896), 15, ACEM, Arzobispado de Montevideo, C. 4.

b. Fundación de medios de prensa

En la década de 1870 se fundaron órganos de prensa oficiales de la curia con

el objetivo de enfrentar los embates de la prensa liberal, difundir la doctrina

cristiana e informar a los católicos. Entre 1871 y 1877 salió El Mensajero del

Pueblo, semanario dirigido por el P. Rafael Yéregui; posteriormente, de 1886 a

1918, apareció La semana Religiosa.

La causa católica contó, además, con un medio semioficial orientado por laicos:

el periódico El Bien Público, fundado en 1878 por el insigne poeta Juan

Zorrilla de San Martín, que siguió imprimiéndose buena parte del siglo XX. Publicaba

cuestiones doctrinales, noticias de actualidad y artículos polémico-apologéticos.

En 1885 tuvo problemas con el gobierno por su actitud crítica de la

ley de Matrimonio Civil Obligatorio, fue censurado y debió cambiar temporalmente

de nombre, pasó a llamarse El Diario Católico.

c. Fomento de la actividad evangelizadora en el interior del país

Los prelados se preocuparon particularmente por fomentar la evangelización

en el interior del país propiciando la realización de misiones rurales. Pretendían

combatir lo que en la época denominaban «apatía» e «indiferentismo»

y promover el «progreso moral» y «espiritual» de los fieles.33 Los propios

obispos recorrieron el campo procurando tener un contacto directo con sus feligreses.

Durante los días que duraba la misión (entre cuatro y ocho), los sacerdotes

realizaban charlas de contenido doctrinal, celebraban misa y administraban

los sacramentos del matrimonio, bautismo y confesión. Buscaban eliminar el

«amancebamiento» y otros «vicios morales» como el juego, violencia y holgazanería.

Al final de cada misión se erigía una cruz en un sitio elevado con el objetivo

de perpetuar entre los comarcanos la memoria del acontecimiento.

Se crearon organizaciones dedicadas exclusivamente a las misiones. La más

importante fue el «Centro Apostólico San Francisco Javier», fundado el 17 de

agosto 1896 por iniciativa de un grupo de damas católicas de Montevideo y con

el respaldo de la Compañía de Jesús.34 Su propósito era

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33 En 1872 un sacerdote le decía a Mons. Vera: «ilmo. Sr. Manifiesto mis dolores que me hace concebir

este pueblo recién formado (...) Son muy cumplidos unos con los otros pero con la iglesia (...) se

avergüenzan: las visitas, las murmuraciones y el ocio y mate los entretenimientos con que cumplen

exactamente» (Carta del Padre Francisco Leivas a Mons. Jacinto Vera, 29 de octubre de 1872. ACEM.

Vicariato Apostólico. Correspondencia de Mons. Vera, C. 305, c. 31).

34 Los detalles de sus primeras empresas han quedado registrados en un importante documento titulado

Obra de civilización o viajes del Centro Apostólico a los diecinueve departamentos de la República

Oriental del Uruguay por un Padre de la Compañía de Jesús, Montevideo, 1914.

«(...) llevar la luz de la instrucción moral y religiosa a los moradores de la campaña,

que por vivir lejos de todo centro de población, viven en lamentable ignorancia de su último

fin. (...) el conocimiento de Dios (...) es lo que el Centro lleva a los alejados del comercio

de las ciudades y pueblos; con este conocimiento, que es el fundamental, lleva el

Centro a estos infelices la regeneración moral, el orden en su vida y costumbres, la paz

con los hombres y la amistad con Dios».35

Entre 1896 y 1908 el Centro realizó una gira completa por los 19 departamentos

de la República. Los resultados cuantificados revelan una actividad febril:

211 misiones, 23.986 comuniones, 12.524 confirmaciones, 3.016

bautismos y 318 matrimonios regularizados.36 La falta de continuidad en la realización

de misiones y la carencia de sacerdotes impidieron una acción prolongada

en el tiempo que calara profundamente en los habitantes de la campaña.

d. Desarrollo del asociacionismo católico

El asociacionismo católico tuvo una época de expansión, especialmente a

partir del obispado de Jacinto Vera. Estas organizaciones laicales (cofradías y

hermandades) estaban orientadas por sacerdotes, director», «asesor», o «capellán

», y poseían estatutos y autoridades propias. Fueron un medio de evangelización

urbana y estaban dedicadas a la realización de actos devocionales,

piadosos y/o caritativos. La patrona, la Virgen en cualquiera de sus advocaciones,

Cristo, o un santo, debía inspirar virtudes y valores.

Los estatutos reglamentaban minuciosamente los actos religiosos y prescribían

un código de conducta para sus miembros. Las siguientes disposiciones tomadas

del libro de actas de la Pía unión de Hijas de María (mayo de 1878,

Parroquia de la ciudad de Rosario) resultan ilustrativas:

«La profesión pública que hacen las Hijas de María de ser devotas de Nuestra Señora

las obliga naturalmente a dedicarse con más empeño que las demás a la práctica de

las obras de piedad. Así no dejarán, al levantarse por la mañana, de dar gracias a Dios

consagrando a El los primeros pensamientos; rezarán tres Padre Nuestros y Ave Marías

a honra de la Santísima Trinidad, un Credo y una Salve, sin perjuicio de otras devociones

suyas que tengan de costumbre. Harán, siempre que les sea posible, un rato de oración

mental o lectura de algún libro espiritual; harán firme propósito de no ofender a

Dios en el día (...). A la noche antes de recogerse harán examen de conciencia, rezarán

tres Padre Nuestros y Ave Marías, otro más por las ánimas del Purgatorio y pedirán por

último la bendición a María.

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35 ibidem, 339.

36 ibidem, 332-333.

«En todo tiempo y circunstancia harán diligencia y empeño las congregantas en imitar

las virtudes, de que tienen un modelo acabado en la vida de María Santísima y de

Santa Rosa, particularmente la humildad, la modestia, la pureza, obediencia, mortificación

y amor al trabajo.

«Evitarán con todo cuidado las diversiones peligrosas, la compañía de personas ajenas

al espíritu de piedad o imbuidas de máximas contrarias a la religión, o corrompidas

por malas costumbres. Se guardarán asimismo de la lectura de libros prohibidos».37

Estas disposiciones estaban pensadas y dedicadas a las mujeres, última «reserva

moral» de la Iglesia, que «salvarían» a las familias y a la sociedad uruguaya.

La hermandad representaba un bastión contra los embates del

secularismo. Las congregantas debían preservarse de todo aquello que pudiera

ir contra la doctrina eclesiástica y la moral cristiana. El control clerical correspondía

al Director, pero involucraba también a las mismas congregantas quienes

debían vigilar y denunciar a quienes transgredieran los reglamentos.

Existen varios documentos oficiales de la Iglesia uruguaya que revelan el rol

asignado a estas organizaciones. Los prelados insistían recurrentemente en la

eficacia salvífica de la incorporación a estas organizaciones y encomiaban a los

clérigos para que promovieran las asociaciones patronales en sus respectivas

parroquias.38 Para autorizar la erección de una cofradía era necesario solicitar

permiso al obispo.39 En las asociaciones se intentó formar cuadros de resistencia

al anticlericalismo. Contribuían, relativamente, a compensar las carencias

de personal eclesiástico «clericalizando» a los laicos en organizaciones rígidas

donde la obediencia era fundamental. Son testimonio de una etapa de endurecimiento

de la Iglesia; constituyen un ejemplo del repliegue clerical y de la forma

temerosa en que se miraba al mundo moderno que acechaba contra la ciudadela

de la «civilización cristiana».40

e. Los Congresos Católicos

Entre 1889 y 1911 se realizaron cuatro Congresos Católicos (1889, 1893,

1900 y 1911), verdaderos cónclaves de laicos, sacerdotes y religiosos de los

que surgían iniciativas para hacer más efectiva la tarea de la Iglesia. En el 4º

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37 Libro de Actas de la Pía Unión de Hijas de María, 1878, APNSR.

38 Cfr. ARquIDIÓCESIS DE MONTEVIDEO, Esquema de las constituciones Sinodales, Montevideo,

1925, 185-186.

39 Cfr. ARquIDIÓCESIS DE MONTEVIDEO, Tercer Sínodo Diocesano, Montevideo, 1951, 98.

40 Estas organizaciones comenzaron a decaer irremediablemente a partir de la década de 1950. La

crisis socioeconómica y la inserción de la Iglesia posterior al Vaticano II las hicieron disfuncionales

con la realidad histórico-religiosa.

Congreso, convocado por Mons. Isasa en 1911, se concretaron las instituciones

que estaban en germen: la unión Social (coordinación de obras asistenciales y

caritativas surgidas bajo el estímulo de la Rerum Novarum de León XIII), la

unión Económica (coordinación de organizaciones católicas dedicadas al ahorro

y préstamo), y la unión Cívica (partido político que se presentó a las elecciones

de constituyentes de 1916). Nacieron varias organizaciones que

constituyeron una sólida estructura eclesial que aspiraba a cubrir todas las necesidades

del cristiano.

f. El Club Católico

Para contrarrestar el monopolio ideológico del racionalismo en las élites

culturales se fundó el Club Católico el 20 de junio de 1875. Pretendía brindar a

la juventud religiosa un ámbito de estudio y formación para luchar contra el anticlericalismo

reinante en la universidad. Mons. Jacinto Vera acogió calurosamente

esta iniciativa laical, designó directores a Mariano Soler y Ricardo Isasa.

El primero resultó un decidido animador del Club, realizó conferencias y cursos

destinados a la edificación y formación de los militantes de «la causa» sobre

temas muy variados: teorías darwinistas, racionalismo, protestantismo, etc.

g. Acción en el plano educativo

La reforma escolar impulsada por José Pedro Varela a partir de 1877 buscó

imponer una educación estatal gratuita, laica y obligatoria. A partir de entonces

la Iglesia estimuló la fundación de una serie de instituciones relacionadas con la

enseñanza que buscaban establecer un contrapeso a los avances del laicismo en

la educación:

El «Liceo de Estudios universitarios» en 1877, iniciativa de Mariano Soler con el fin

de que se convirtiera en una universidad católica.

El «Instituto Pedagógico» en 1882, para contrarrestar la acción del laicismo en la escuela primaria; Francisco Bauzá, ilustre historiador y legislador católico, fue elegido Presidente.

A su amparo se fundaron varias escuelas en Montevideo y en el interior del país,

se elaboraron programas especiales para ellas y Bauzá redactó los textos.

La «Asociación de enseñanza Católica» en 1885.

Surgió una extendida red de colegios administrados, en su gran mayoría, por

congregaciones religiosas.

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CONCLUSIÓN

La implantación de la Iglesia en Uruguay fue tan tardía como la colonización española de su territorio. Se trató de un catolicismo epidérmico y formal.

La dependencia eclesiástica de la diócesis de Buenos Aires le quitaba a los clérigos orientales dinamismo, creatividad y capacidad de iniciativa. En la larga duración puede apreciarse claramente que careció de recursos económicos significativos, sacerdotes ilustrados, salvo excepciones, y un centro superior de educación. Estuvo mal preparada para enfrentar los desafíos que se le plantearon a partir de la independencia nacional. El Estado se autoproclamó heredero del Patronato y por tanto, reivindicó su hegemonía sobre la Iglesia.

La Constitución de 1917 fue interpretada por los católicos como una derrota.

Adquirieron conciencia de la pérdida definitiva de la vieja y añorada estructura de «cristiandad» y de la irreversible realidad de convivir en una sociedad plural y laica. Esto favoreció el repliegue eclesial y la paulatina merma de su influencia sociocultural. Fenómenos nuevos como el rápido desarrollo de confesiones protestantes, pentecostales y cultos sincréticos de origen afrocristianos, coadyuvaron en el transcurso del siglo XX a disminuir notoriamente la ya cuestionada ascendencia católica.

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