03.09.2025
En el oscuro océano de la desesperación, de la sinrazón, de la indiferencia y de la miseria
que existe en nuestro mundo se alza un grito desgarrador:
“Dios mío, Dios de la vida, ¿por qué nos has abandonado?”.
Y en el cruel silencio del sufrimiento no escuchamos ninguna respuesta,
y no parece haber nadie para echar una mano, para acompañar durante el desconsuelo,
para crear alternativas que siembren semillas de esperanza.
Las personas más vulnerables y desprotegidas están tiradas, heridas, narcotizadas, mutiladas
en las cunetas de los caminos de nuestra tierra. No tienen muchas veces ni apariencia humana.
Y quienes les han empujado a este lastimoso estado se ríen y se burlan de ellos diciéndoles:
“Si vuestro Dios es tan poderoso y tan bondadoso, que venga ahora a salvaros,
si tanto os quiere, que os proteja”. Y, aunque parezca increíble, muchas veces,
los hombres y las mujeres más despreciadas y excluidas tienen su confianza depositada en ti,
siguen poniendo su esperanza en tus manos, y así se sienten seguros como si estuvieran
todavía en el seno materno. Cuando nos acercamos y escuchamos sus experiencias, sus testimonios,
nos ayudan a recuperar la humanidad perdida, la ternura y el compromiso, iluminan de nuevo los sueños
de las futuras generaciones. Solo contando sus vidas, sus luchas y esperanzas, recordaremos sus
nombres y sus rostros para que no queden sepultados bajo la amnesia y el polvo del olvido.
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