Los santos,
no solo los que tienen estatua y nicho, fiesta en el calendario, sino también
los santos anónimos, lo dicen todo sobre la vida humana y sobre la vida
cristiana. Ellos son la gran riqueza de
la humanidad . Sus vidas y su
experiencia de fe son lugar teológico, teofánico, en el que se nos revela Dios.
Los santos nos gritan la increíble grandeza humana a la que se puede llegar viviendo con responsabilidad, aunque se parta de la degradación más profunda. Situarse ante los santos, estén o no reconocidos como tales por la iglesia resulta siempre incómodo, sobre todo cuando están vivos.
Por eso titulaba muy acertadamente Benavente en una de sus obras teatrales : " Los santos, para el cielo y los altares". Allí no molestan ni interpelan. En la tierra, si, Por eso tenemos la hipocresía de honrar a los santos del pasado y perseguir a los contemporáneos. Y esto aunque tengan la mansedumbre de un Francisco de Asís. Cuando uno se situa al lado de ellos, se siente avergonzado, como un enano al lado de un gigante.Alguien decía
con expresión bronca: “ Con su vida nos insultan” Nos dejan en evidencia a los mediocres. Ponerse a su lado es una indefectible cura de
humanidad y una fuerte invitación a la
contrición.
Dios tiene, ciertamente un proyecto para cada
uno de nosotros, cada uno tenemos nuestras potencialidades y sus reservas de
energías para contribuir al bien común.
Para cada uno la plena realización
consiste en alcanzar el propio
nivel, la estatura que lleva cada uno implícita en su ser, el despliegue de
las energías dormidas. Lo mismo ocurre en el orden, de la santidad. Es obvio que cada uno está llamado a “ser”
y “hacer” todo lo que pueda ser
y hacer. En el orden espiritual esto es la “santidad ” . Cada uno está llamado alcanzar su “santidad” como dirá
el Concilio, la perfección de la
caridad. (LG 40.2) Esto es lo que quiere decir cuando nos invita a todos sus
seguidores: “ Sean perfectos como su
Padre celestial es perfecto” (Mt. 5,48) Lo proclama como una exigencia para todos
sus seguidores en el sermón de la montaña, en el que señala las
condiciones universales para la pertenencia al pueblo de la nueva alianza. Intentemos ser personas apasionadas por Jesús y su Causa, cuyas vidas como diría Charles de
Foucauld, “ GRITEN EL EVANGELIO”
Breve
comentario de “El Don de la Palabra” (2002) autorizado por el autor
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