Pedro
Casaldáliga. Un corazón generoso
Hay personas
que, por su trayectoria vital, siempre estarán en el punto de mira, siempre
lleno de odio, de los poderosos de la tierra por haberse enfrentado a sus
intereses, por defender a los más débiles y oprimidos de la tierra.
Este es el caso
de Pedro Casaldáliga, obispo en la prelatura de Sao Félix do Araguaia
(Brasil),
claretiano, un hombre de profunda humanidad y sencillez de vida que, desde que llegó a la bellísima y dolorida tierra de
Brasil, no ha dejado de acompañar y denunciar las injusticias que se cometen
contra los campesinos desposeídos de sus tierras, o cualquier sufrimiento
infligido contra cualquier persona por defender sus
derechos.
La causa
indígena ha sido una de las prioridades en su labor pastoral. Y en concreto los
indígenas Xavantes, un pueblo expulsado de sus tierras por la dictadura militar
en los años sesenta del siglo pasado y que ahora, en Noviembre del año pasado,
una sentencia judicial ha declarado que deben volver a sus tierras y, quienes
las ocupan ilegalmente, deben desalojarlas.
Esto ha
provocado que los poderosos, con intereses en el cultivo de la soja y otras
riquezas de esta tierra tan fértil, se hayan enfurecido contra este obispo
jubilado, de 84 años, enfermo de parkinson, habiendo recibido de nuevo amenazas
de muerte, como tantas otras veces durante su vida.
Para proteger la
vida de las personas que viven junto a él y al equipo pastoral de la Prelatura,
decidió dejar su casa en Sao Félix, ocultarse y dejar que pasara algo de tiempo
hasta que las aguas volvieran a su cauce. A finales de diciembre volvió de
nuevo, con la serenidad y alegría que le caracterizan, sin odio, pero con la
firmeza para seguir defendiendo sus causas, que son las del Reino, la buena
noticia de liberación que anunció Jesús, del que es un ferviente
seguidor.
No son las
ideologías las que le han movido durante su ya larga vida, sino esa fe en Jesús
de Nazaret, puesta al día en un rincón apartado y sufriente de
Brasil.
Yo le pude
conocer y abrazar durante unos días hace tres años, después de llevarnos
carteando durante más de veinte. Y lo que más me impresionó no fue la
trayectoria profética de este gran hombre de Dios, sino su intensa
espiritualidad, que se traduce en una profunda humanidad. Esa humanidad que le
convierte en una persona entrañable, cálida, acogedora, cercana,
inolvidable.
Alguien que se
ha dejado empapar de la humanidad de su Señor Jesús, y que lo demuestra en cada
gesto, en cada pronunciamiento, en cada palabra, que es su propia vida de
entrega desinteresada y gratuita por los destinatarios del Reino, del amor del
buen Dios de Jesús: los empobrecidos y marginados, los indígenas, los
campesinos, las mujeres…
Quien se muestra
fiel hasta el final, ese es el que alcanzará el mayor premio: el de un corazón
agradecido, repleto de nombres y de rostros, de amistad, de ternura. Lleno de
Dios.
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