Desde su nuevo destino misionero en LAMBARÉ, Asunción, Paraguay
Si hay algo que señalan
las lecturas de este domingo, es la distancia tremenda entre Dios y
nosotros, o mejor entre nosotros y Dios…
El es santo, él vive en
la gloria, lo alaban los serafines…el profeta hombre de labios
impuros, pecador…
Cuando Pedro se abre a la
posibilidad de que alguien le enseñe el camino, luego de una jornada
frustrada de pescador…”maestro, jefe…en tu nombre lo haremos”,
cuando ve las redes llenas viene y le dice: “Señor soy un
pecador”.
Lo mismo hay que decir de
Pablo, que se considera el último de los apóstoles, pero apóstol
por la gracia de Dios y no por méritos propios…
b. Por otra parte: este
Dios, se acerca al ser humano, a la criatura, lo purifica (Isaías),
lo convierte (Pablo, de perseguidor en perseguido), le ofrece un
nuevo camino, como en el caso de Pedro. Lo hace partícipe de su vida
y misión. Es curioso el Evangelio:
Jesús trasmite palabra
de Dios: la gente lo busca por eso, está ávida de Dios (ayer como
hoy, pero no siempre encuentra palabra de Dios, mensaje de Dios,
presencia de Dios…). Y Jesús que habla a todos, sin embargo,
también cuenta con la ayuda de Pedro, le pide la barca, pero más
aún: tiene un proyecto para su vida.
Pedro, más allá de su
fracaso como pescador (no había pescado nada), se abre a la
posibilidad de que alguien la ayude…escucha las Palabras de Jesús
y accede, obedece…Cuando uno está abierto, cuando uno no se cree
dios (sabelotodo, poderoso, autosuficiente), hay posibilidad de vida
nueva, de nuevos escenarios. Dejarse conducir, dejarse enseñar, por
los otros, por la vida, por Dios…
La fe es aceptar, vivir y
proclamar, que mi vida no es una casualidad, sino que existe una
llamada de amor que entrecruza mi existencia, desde la eternidad.
Alguien que me llama a la vida, a la fe y al seguimiento de Jesús, a
comprometer mi existencia según sus designios de amor…Alguien que
me llama continuamente, y desafía lo más hondo de mi ser, aun lo
más escondido de mi ser, a fin de que fructifique en vida…
Eso aceptó Isaías, y su
vida se transformó: no le pesó su ser de pecador, porque Dios actúa
en lo pequeño y frágil. Eso aceptó Pedro, y la pesca fue fecunda…y
a pesar de su confesión de pecador (aléjate porque soy un pecador)
Jesús lo convierte en pescador de hombres…Eso aceptó Pablo, y el
señor lo hizo apóstol de los gentiles…
¿Qué espera el Señor
de cada uno de nosotros/as? ¿Qué me ha dado, cuál es mi historia
transformada, cuál es mi experiencia de fe, qué me pide vivir hoy?
Todos los días, a cada instante, Dios nos llama, a veces con voces
de afuera, pero para hacer resonar la voz que está en lo más hondo
de nosotros/as. Él está. Y espera lo mejor de cada uno/a. Amén.
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