NAVEGA MAR ADENTRO"
5º
Domingo T. Ordinario /Ciclo "C".
10
de Febrero de 2013 - P. Pancho.
Partimos de la realidad.-
Pablo VI, cuando inició la Segunda Sesión
del Concilio Vaticano II, en Setiembre de 1963, hizo una pregunta sumamente
importante: "Iglesia, ¿qué dices de
ti misma?" Hoy, las comunidades
eclesiales, las comunidades parroquiales, y entonces también nosotros,
necesitamos hacernos esa misma pregunta: "¿qué dices de ti misma?, ¿cómo
te ves y cómo te ve el pueblo que te rodea?" ¿Envejecida, pobre en
integración, poco participativa, desanimada,
sin entusiasmo misionero, pobre en creatividad, sin "caras
nuevas", con escasa presencia de jóvenes, con el cansancio en nuestros
sacerdotes y agentes pastorales, cerrada sobre sí misma, de espaldas a la
realidad, con posturas generalmente negativas ante al mundo?
¡Cuántas preguntas
podríamos hacernos! No con espíritu "derrotista", sino con la
objetividad que brota de los hechos, de las situaciones que nos preocupan y que
no podemos ocultar o negar por ceguera, por no querer reconocer. Este puede ser
el punto de partida para nuestra reflexión de hoy, a la luz de la Palabra que
acabamos de escuchar.
Nos
ilumina la Palabra del Señor.-
Una "constante" en la
Historia de la Salvación es que Dios, para llegar a los hombres, lo hace a
través de otros hombres, a los que "elige"
y "envía" en "su Nombre". ¿Y qué tienen en
común estos "elegidos" y "enviados" del Señor? Que no
son "superhombres", que no son "ángeles", sino personas de
carne y hueso, pecadores, marcados por la fragilidad y debilidad humana. ¡Esto
no debemos olvidarlo nunca! "Soy un
hombre de labios impuros", -dice Isaías- "que habita en medio de un pueblo de labios impuros" (1ª
Lect. Is 6,1-2a. 3-8). "Aléjate de
mí, Señor, que soy un pecador" -dice Pedro- (Evangelio: Lc 5,1-11). Y
Pablo, en la 2ª Lectura nos dice: "Soy
como un aborto; soy el último de los
apóstoles, indigno del tal nombre, por haber perseguido a la Iglesia de Dios"
(1ª Cor 15,1-11).
Este sentimiento de no ser dignos, si
es sincero, auténtico, es positivo, porque nos libera de un gran peligro: la
autosuficiencia, la arrogancia. Pablo dirá, en la 2ª Carta a los Corintios: "Llevamos este tesoro en recipientes de barro, para que
quede bien claro que una fuerza tan extraordinaria procede de Dios, no de
nosotros" (2 Cor 4,7).
Es signo de madurez reconocer con
humildad y sin hipocresía las propias equivocaciones y los errores que
cometemos en la vida; y las pobrezas de nuestra comunidad y de nuestra Iglesia.
Hay un relato muy simpático que puede
ilustrar este planteo: En una clase la
maestra preguntó a una alumna: "si los buenos fueran negros y los malos
blancos, ¿tú de qué color serías?" La niña respondió: "A rayas, como
una cebra". "El cristiano se sabe pecador y, al mismo tiempo,
llamado a ser compañero de Jesús". Por eso, hoy hemos dicho con el Salmo: "Señor, te daré gracias, por tu
misericordia y tu lealtad" (Salmo 137).
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