DESPERTAR DEL SUEÑO PAPAL
Soy de la era del papel, y nunca imaginé que esto de las redes pudiera
tener tanto poder de difusión. Ello me anima a escribir ahora a cuantos
comentaron mi escrito anterior sobre el papa Francisco. A niveles personales
sólo he contestado a tres (un hermano jesuita y dos laicos latinoamericanos) que
se mostraron más recelosos o críticos. A los entusiasmados, no quisiera
hacerles ahora de aguafiestas: simplemente recordar que también las fiestas
necesitan agua, para no agostarse.
1.- A toda gran esperanza le es
intrínseco el peligro de que “más dura sea la caída”. Atención pues. Los gestos
iniciales del papa Francisco han sido muy alentadores, pero hay que tener en
cuenta dos cosas: han sido sólo de formas,
aunque fueron formas con simbología muy adecuada. Y, si se los mira
serenamente, veremos que han sido muy elementales: le comentaba ayer a una
amiga que es como si nos entusiasmáramos porque una persona de cuarenta años,
que nunca hablaba, de pronto dice claramente papá y mamá; será esperanzador
pero ¡son cosas tan de cajón!. (Ello es señal más bien de hasta qué punto
estábamos habituados todos nosotros a cosas absurdas).
2.- Con el tiempo habrá que ir pasando de las formas al fondo. Y ahí,
el hermano Francisco puede tropezar, como mínimo, con cuatro grandes
dificultades:
a) la curia romana que resistirá hasta el máximo y tiene enorme poder.
No sé si la curia es un nudo de víboras como algunos insinúan. No creo que sean
malas personas sino más bien víctimas de una estructura que fomenta la intriga
y el carrerismo como insinuó el cardenal Martini. Sobre el poder de la curia me
comentaba ayer otro amigo que los papas se encuentran en ella como el ciudadano
vulgar en sus conocimientos de informática que, de repente, se ve ante un ordenador
descomunal que no conoce: si todo el
equipo informático (la curia) decide no colaborar (“no sé”, “esto no es de mi
competencia”…), el pobre ciudadano se desesperará impotente, como un nuevo
Luciani, y como nos ha pasado alguna vez a nosotros con esto de las
computadoras.
b) Hay que tener en cuenta que la crisis de la Iglesia no radica sólo
en los estamentos institucionales (los llamados “jerárquicos”), sino en
infinidad de movimientos de la base eclesial, de corte
fundamentalista, que parecen querer servir a Dios como a ellos les gusta y no
como Dios quiere ser servido.
c) Hay que contar con que todos los poderes de la tierra, por mucho
que asistan a la consagración del obispo de Roma, no desean un mundo más
fraterno sino la salvaguarda de lo que ellos consideran sus “intereses vitales”;
y que, en defensa de ellos, siempre acaban uniéndose Herodes y Pilatos (o
Merkeles y Putins o pongan los nombres que ustedes quieran).
Y finalmente d) se dice, aunque yo no la conozco, que Francisco es
conservador en su teología. Habrá que esperar a ver si eso significa algo, pero
puede ser bueno tenerlo en cuenta. A mí personalmente, no me ha satisfecho en
sus primeras palabras la repetición en hablar “del diablo”. No porque yo niegue
su existencia -que tampoco sé tanto como algunos progres seguros- pero sí
porque tengo problemas sobre ella y sobre el significado correcto del lenguaje
bíblico cuando habla del Enemigo (Satán)
o del Separador (dia-bal.lon). La
existencia de un ser que junte a la vez, la perfección ontológica de lo personal y la consistencia absoluta del mal, que es la negación misma del ser,
no me parece fácil de entender. Prefiero, por eso, el lenguaje neotestamentario
del “misterio de iniquidad” (2 Tes 2,7) que pone de relieve esa verdad del mal
como misterio que trasciende nuestros niveles de existencia. Hablar así me
habría resultado más razonable. Pues, en mi opinión, la enseñanza bíblica sobre
el diablo no es “que existe” sino que, si existe, está vencido (lo cual ya no
es una verdad meramente de información, sino “por causa de nuestra salud”, como
enseña el Vaticano II al hablar de la verdad de la Biblia).
Pero esto es sólo un ejemplo. Lo importante es cobrar conciencia de
que las cuestiones de fondo son muy serias y no se arreglan con gestos, por
imprescindibles y bonitos que estos sean. Ello nos exige, a la vez, serenidad,
esperanza y colaboración pero ningún entusiasmo ciego. Ahora que se acerca
semana santa, puede ser oportuno evocar que las multitudes humanas somos así:
gritamos un día: hosanna y bendito el que viene en Nombre del Señor, para cinco
días después gritar: crucifícale. Jesús nunca fue un optimista a pesar de que
traía el más bello de los anuncios (la paternidad de Dios y reinado de la
fraternidad); pero, aun sabiendo que somos malos, Jesús se atrevía a esperar
que imitemos la bondad del padre Celestial. Ni los partidos de futbol se ganan
gritando simplemente “este partido lo vamos a ganar”, sino encontrando la
manera de abrir el cerrojo rival. Pues bien, parodiando a Jesús: “aquí hay
mucho más que un partido”.
3.- A las dificultades enumeradas habrá que añadir la oposición de un
sector de la opinión mediática que intentará revolver puntos oscuros. Tras la
elección de Bergoglio, en cuanto pude constatar que los media sabían ya de todo,
me pareció que lo más evangélico por nuestra parte era no querer ocultar nada
(porque eso acaba haciéndonos más daño), sino poner en práctica las sabias
palabras de Pablo VI que me recuerda Julín (un cura amigo dominicano):
“aceptamos con humildad y reflexión crítica y admitimos lo que se señala con
justicia. Roma no necesita ponerse a la defensiva cerrando los oídos a observaciones
que proceden de fuentes respetadas, y menos aún cuando esas fuentes son amigas
y hermanas”.
En este contexto, las declaraciones de Orlando Yorio, hermano del
jesuita torturado y expulsado, me parecen muy dignas de respeto: sólo piden
conocer del todo la verdad. Y a ello tienen pleno derecho porque los familiares
de una víctima guardan algún deber respecto a ella que es algo distinto del
deber de perdonar. (Jalics, en cambio, sigue vivo y plenamente reconciliado y, según
he leído, ha modificado algo lo que explicaba en el capítulo V de su libro -Ejercicios de contemplación- aunque sin
citar ningún nombre).
No necesitamos ningún encubrimiento porque sabemos bien que la Iglesia se apoya sobre
una “roca”, pero una roca agrietada: que negó a Cristo cobardemente, pero a
quien Jesús logró cambiar. Pedro fue muy querido en la Iglesia primera que
conocía su debilidad. Si hubiera algún pasado que lamentar, entonces estaríamos
poniendo en práctica lo que el mismo Francisco nos pidió antes de dar su
bendición: que le perdonáremos nosotros a
él. Y cabría imaginar una nueva escena evangélica donde los hodiernos Vicarios
de Cristo que son los pobres de la tierra le preguntan al sucesor de Pedro “¿nos
amas más que éstos?” (más que todos nosotros). Por tres veces y para poder
decirle después: “guíanos”. Y quizás añadiendo una nueva pregunta: “¿nos amas
más que a éstos?” Y en “éstos”
segundos están todos los poderes económicos de la tierra (banqueros, ejecutivos
de multinacionales, millonarios, narcotraficantes, magnates del petróleo …) y
otros que quizás asistan a misa y den un pequeño pellizco limosnero a la Iglesia, pero han de ir
aprendiendo lo que significa una Iglesia de los pobres y un papa para los
pobres, como dijera nítidamente el obispo Bossuet en su impresionante sermón
“sobre la eminente dignidad de los pobres en la Iglesia”.
En resumen otra vez: serenidad esperanzada y colaboración. Una
colaboración que evite convertir el entusiasmo actual en un gallinero de
reivindicaciones insolidarias, donde cada cual va sólo a la suya, y que es una
de las razones por las que fracasan tantas reformas posibles.
Vosotros lo veréis. Yo, seguramente, ya no tanto.- José Ignacio
González Faus.
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