El Papa
hizo su exhortación, tan bella, tan sugerente, tan entendible sobre el gozo del
evangelio, es decir sobre cómo cada cristiano y las comunidades estamos llamados
a ser sal de la tierra y luz del mundo. Llevar la luz de Cristo a otros: no
apropiarnos para algunos, sino abrir juego para muchos, TODOS, conozcan, amen,
sirvan y alaben a Dios (oración de San Antonio M. Claret).
La sal da sabor (no se está o
no se es desabrido), la sal en la Biblia es un signo de duración, de eternidad,
en el primer testamento (una alianza de sal, una alianza que permanece entre
Dios y el hombre). El cristiano está llamado a colorear con evangelio la vida
personal, las relaciones, los encuentros, el trabajo, el tiempo de
recreación…las relaciones entre los pueblos, el cuidado de la creación. Todo. Y
por eso invita a otros, porque ese Evangelio de Jesús da sentido a su vida, la
ilumina, le da sabor. Claro que para esto, hay que dejar una fe conformista,
quieta, superficial: a la fe hay que cuidarla, acrecentarla, compartirla,
suscitarla…Qué lindo disfrutar una comida sabrosa.
Lo mismo la luz, está para
iluminar…. Hay que apostar porque
cada comunidad sea luz en su ambiente: preocupado por los pobres, los
despreciados, el bien de todos, aportando en la sociedad civil, incluso poniendo
a disposición de ellos lo que somos y tenemos. A esto estamos
llamados…“compartir tu pan con el hambriento y albergar a los pobres sin techo;
cubrir al que veas desnudo y no despreocuparte de tu propia carne. Entonces
despuntará tu luz como la aurora…” (Isaías 58, 7-8).
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