miércoles, 24 de septiembre de 2014

AYER ENVIAMOS PELÍCULA SOBRE EL TESTIMONIO DE DM. PEDRO en BRASIL. AHORA, Ricardo Coseano desde Argentina nos cuenta el TESTIMONIO EVANGÉLICO DEL SACERDOTE MUGICA

Queridos/as hermanos/as.
Yo no conocía este relato del médico que lo asistió a Carlos Mugica. Es conmovedor.
Los abrazo, Carlos cp
Los últimos minutos de Carlos Mugica
por Larcade Suffern, Marcelo 
 Uno de los médicos que recibió al padre Carlos Mugica luego que de fuera gravemente herido en 1974 relata la conmovedora experiencia de haberlo atendido en el Hospital J.F. Salaberry.
 A pesar de ser una fecha lejana, recordar el 11 de mayo de 1974 me produce una conmoción no ligera. Desencadena en mí una serie de procesos y recuerdos, de imágenes imborrables, con muchos interrogantes. La verdad se conoció parcialmente; los cómplices y responsables se encargaron de embarrar la cancha, borrando rastros de los ideólogos.
 Era un sábado a la tarde de un otoño avanzado. Había lloviznado casi todo el día y yo tenía guardia en el Hospital J.F. Salaberry, con el trabajo habitual para la hora y el día de la semana. Estábamos terminando de operar y luego nos reuniríamos en el pabellón de la Guardia para cenar, uno de los pocos momentos en que compartíamos la mesa los integrantes del servicio. Recuerdo a algunos de los médicos que trabajamos esa noche: el doctor Alberto Itcovici, cardiólogo y amigo personal, que fue quien recibió al herido, lo evaluó y asistió hasta el último momento, el doctor Ricardo Puiszo y el doctor Montoya, anestesiólogo.
 De pronto nos avisaron en el quirófano que acababan de llegar dos pacientes en estado grave, con heridas de bala en tórax y abdomen. Eran épocas muy terribles, no podíamos ni queríamos acostumbrarnos a semejante violencia, pero se imponía la realidad. En contados minutos estaban hechos los estudios preoperatorios para pretender resolverlos quirúrgicamente.
 En los alrededores de la sala de operaciones nos esperaba un público desconocido, prepotente, alejado del respeto que el ambiente médico pretende siempre. La regla de que el quirófano es sagrado, silencioso y obediente a la mirada del equipo quirúrgico no era respetada. Una gran cantidad de personas totalmente desconocidas, muchas armadas, nos rodeaba en ese lugar.
 Cuando me acerqué a los pacientes, vi que se trataba de un sacerdote y de su amigo; habían sido atacados al salir de la misa en la parroquia cercana de San Francisco Solano (entre Villa Luro y Mataderos). Era el padre Carlos Mugica, a quien conocía y admiraba por su acción por los pobres, y otro hombre, ambos con heridas múltiples.
 La evaluación preoperatoria con los estudios realizados a ambos, me indicaba que debía operar en primer término al más grave, que era Carlos Mugica, mientras un equipo se encargaría de evacuar el hemoneumotórax del otro paciente.
 El padre Mugica, que se encontraba consciente y lúcido, me pidió que operara en primer término a su compañero, Ricardo Capelli, con varias perforaciones de bala en tórax izquierdo y compensado, mientras él continuaba confesándose con su amigo, el padre Vernazza.
 Por mi experiencia como médico puedo asegurar que Mugica no era un paciente aferrado a la vida. Tenía fuerzas para gritar pero no lo hacía; tenía fuerzas y motivos para quejarse, pero no lo hacía. Era notable la aceptación de lo que le tocó, sin quejas de dolor ni de angustia. He atendido a muchas personas de Iglesia (sacerdotes, religiosas, laicos comprometidos con su cristianismo) que mueren con una alegría que me sorprende. Mugica era uno de ellos… Tenía una gran tranquilidad, absoluta; no se quejaba ni culpaba a nadie. Que un paciente de tamaña gravedad, desangrándose y lúcido, propusiera ceder su lugar a un semejante, nos llevó a comprender lo que estábamos viviendo, nos encontrábamos en presencia de un cristiano comprometido hasta el final, que cedía su lugar, con prioridad indiscutible, ante un prójimo.
 Mi insistencia en operar en primer término al padre Mugica se basaba, además de ser lo que correspondía por la buena práctica, en que comenzaba a descompensarse por la magnitud de las lesiones graves que le había producido el ataque a quemarropa con proyectiles de gran calibre.
 Dada su insistencia y sin pérdida de tiempo operé a Ricardo Capelli, y acto seguido llevamos a Carlos Mugica al quirófano que ya estaba preparado.
Su hipotensión (baja presión), la dificultad para compensarlo y la gravedad de las lesiones producidas en tórax y abdomen comenzaron a imponernos la realidad. A pesar de detener la hemorragia y reparar las lesiones, la reposición de sangre y líquidos no era suficiente. Con cada minuto que pasaba era más complicado y difícil mantener los parámetros vitales (tensión arterial, frecuencia cardíaca, perfusión y oxigenación de tejidos vitales). Todo ello en un ambiente sumamente tenso, con dificultad para expresar emociones e invadido por desconocidos cuya función presentíamos: tener la certeza de que lo actuado había sido contundente y efectivo.
 El primer paro cardíaco fue revertido y seguido por una transitoria recuperación que no duró mucho. El fin terrenal del padre Carlos Mugica y su paso a la Casa del Padre no se hizo esperar.
 La certeza que buscaban los desconocidos, prepotentes e inhumanos asistentes de este martirio del siglo XX, se había producido con el dolor desgarrador de una mayoría que lloró y continúa llorando y recordando al padre Mugica, un santo contemporáneo de carne y hueso.
Cuando me dijo, más de una vez, “atendélo a él”, lo decía convencido. Como médico nunca lo he visto. Sólo puedo imaginarme a una madre diciendo algo así en relación a su hijo.
 Vivió la muerte como un paso de la vida. Eso lo pude ver y palpar, y es conmovedor.


"No acepten lo habitual como cosa natural, pues en tiempos de confusión generalizada, de arbitrariedad consciente, de humanidad
deshumanizada, nada debe parecer imposible de cambiar"


                                                                                                          Bertolt Brecht

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