José Arregi
.Mientras seguíamos inquietos
las fluctuaciones del Ibex o las incertidumbres de la Bolsa de Shangai,
discutíamos míseramente sobre cuotas de inmigrantes, las justas para cubrir
nuestras necesidades económicas o lavar nuestra conciencia, o exhibíamos
frívolamente la capacidad de jigas de nuestro último Smartphone, la imagen de
este niño sirio de tres años, solo, desamparado, muerto en una playa turca, nos
ha encogido el corazón. No lo podemos mirar, pero ¿cómo dejar de mirarlo? Sus
pequeños ojos apagados nos miran y nos reflejan. Su sangre helada, como la de
Abel, nos grita desde el fondo del mar y de la tierra: “¿Dónde está tu
hermano?”.
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