José Arregi posee la rara habilidad de que lo complicado se haga sencillo, que lo arduo se vuelva poesía, que lo oculto se convierta en sorpresa. Y que lo que hemos leído decenas de veces, de pronto adquiera una luminosidad insospechada.
Así lo demuestra en una charla que he leído últimamente de él que tituló “La tierra es de Dios”, un magnífico texto del que extraigo estas líneas que ahora os ofrezco:
Así lo demuestra en una charla que he leído últimamente de él que tituló “La tierra es de Dios”, un magnífico texto del que extraigo estas líneas que ahora os ofrezco:
Abramos los ojos de fuera y de dentro, hasta que veamos que no hay ni fuera ni dentro, hasta que descubramos con claridad meridiana que todos los seres compartimos la misma luz y la misma noche, hasta que el dolor de los demás transforme nuestra mirada, hasta que nuestra mirada se vuelva transformadora. Eso es contemplar.
Contemplar es ver lo invisible. Contempla el Misterio invisible en todo lo que ves, con ojos nuevos. “Dichosos vuestros ojos porque ven”, dijo Jesús a sus discípulas y discípulos. Contemplar es atender.
Atender es mirar y vivir con atención. Atender es dejar que el Misterio de la realidad se revele plenamente en todo cuanto es: en la hoja que cae, en el vuelo del pájaro, en el clamor de los refugiados en nuestras fronteras.
Atender es hacer silencio, calmar emociones, liberarse de apegos, de saberes, creencias y esquemas mentales. Atender es ver a Dios en cada ser, el Todo en cada parte, y sentirse uno con todos los seres.
Atender es dejarse acoger en el Corazón bueno de todo, y acogerlo todo con buen corazón. Atender es sintonizar, simpatizar, compadecerse y cuidar al herido. Atender es mirar la realidad con lucidez y con entrañas, y así recrearla.
Somos lo que vemos, y somos igualmente lo que la mirada de los otros hace que seamos. Nuestros ojos, cuando miran, son capaces de hacer que todo sea bueno, o un poco mejor. Como Dios en el Génesis: “Miró Dios y vio que todo era bueno”.
Atender es crear. Atender es vivir o ser en plenitud, simplemente SER uno con Todo, con Dios, ser pura relación de consideración, miramiento, respeto de la inagotable diversidad de lo que es, más allá de toda palabra e imagen que define, limita, divide, que nos encierra, estrecha, angustia.
Una contemplación que no se traduzca en compasión y compromiso, que no sea creadora, no es verdadera contemplación. Un compromiso militante que no se inspira en la mirada contemplativa (no digo religiosa), no es libre ni liberador, no crea. Donde se da lo uno se da lo otro, y donde falta lo uno falta lo otro.
La mística no tiene que ver con experiencias ajenas al mundo y a la vida con sus luchas, alegrías y sufrimientos. La “mística” es inseparable de la Tierra, el cuerpo, la vida cotidiana, la relación de los cuerpos y de los espíritus, la lucha y la militancia el “Buen Vivir” de todos los seres. La “experiencia espiritual” no es una experiencia diferente de las demás experiencias, sino la hondura y la verdad última de toda experiencia.
Contemplar es ver lo invisible. Contempla el Misterio invisible en todo lo que ves, con ojos nuevos. “Dichosos vuestros ojos porque ven”, dijo Jesús a sus discípulas y discípulos. Contemplar es atender.
Atender es mirar y vivir con atención. Atender es dejar que el Misterio de la realidad se revele plenamente en todo cuanto es: en la hoja que cae, en el vuelo del pájaro, en el clamor de los refugiados en nuestras fronteras.
Atender es hacer silencio, calmar emociones, liberarse de apegos, de saberes, creencias y esquemas mentales. Atender es ver a Dios en cada ser, el Todo en cada parte, y sentirse uno con todos los seres.
Atender es dejarse acoger en el Corazón bueno de todo, y acogerlo todo con buen corazón. Atender es sintonizar, simpatizar, compadecerse y cuidar al herido. Atender es mirar la realidad con lucidez y con entrañas, y así recrearla.
Somos lo que vemos, y somos igualmente lo que la mirada de los otros hace que seamos. Nuestros ojos, cuando miran, son capaces de hacer que todo sea bueno, o un poco mejor. Como Dios en el Génesis: “Miró Dios y vio que todo era bueno”.
Atender es crear. Atender es vivir o ser en plenitud, simplemente SER uno con Todo, con Dios, ser pura relación de consideración, miramiento, respeto de la inagotable diversidad de lo que es, más allá de toda palabra e imagen que define, limita, divide, que nos encierra, estrecha, angustia.
Una contemplación que no se traduzca en compasión y compromiso, que no sea creadora, no es verdadera contemplación. Un compromiso militante que no se inspira en la mirada contemplativa (no digo religiosa), no es libre ni liberador, no crea. Donde se da lo uno se da lo otro, y donde falta lo uno falta lo otro.
La mística no tiene que ver con experiencias ajenas al mundo y a la vida con sus luchas, alegrías y sufrimientos. La “mística” es inseparable de la Tierra, el cuerpo, la vida cotidiana, la relación de los cuerpos y de los espíritus, la lucha y la militancia el “Buen Vivir” de todos los seres. La “experiencia espiritual” no es una experiencia diferente de las demás experiencias, sino la hondura y la verdad última de toda experiencia.
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