EL CONFINAMIENTO, UNA OPORTUNIDAD
1.El
confinamiento, un stop liberador. “Yo estoy encadenado –escribe
Pablo a su querido discípulo Timoteo-, pero la Palabra de Dios no está
encadenada” (2 Tm 2,9). Por eso le escribe. En nuestra situación actual, los
evangelizadores estamos confinados, pero la Palabra de Dios no puede estar confinada,
por eso escribo. La imposibilidad de muchos movimientos hace que todos, incluso
los que realizan tareas laborales a domicilio, dispongamos de más tiempo; lo
importante es que sepamos invertirlo fecundamente. Lo primero que hay que decir
al respecto es que un stop en la vida de las personas estaba siendo una especie
de necesidad social. Estamos viviendo en la era del vértigo, incluso muchos
jubilados. “Hemo convertido la vida en una autopista entre la cuna y el
sepulcro” –ha dicho un psicólogo significativo de nuestros días-. Ha nacido con
mucha pujanza en Estados Unidos un movimiento denominado “Despacio”, cuya
finalidad es enseñar a sus miembros a tomar las cosas con calma. Un amigo mío
humanista nos repite con cierta frecuencia: “Hacemos tanto bien, que no tenemos
tiempo de ser buenos”. Y, claro, lo que importa, por encima de todo, es ser
buenos para hacer bien el bien. Nos comunican en estos días varios amigos al
grupo de amigos: “Este confinamiento me está viniendo muy bien; me está dando
la oportunidad de comunicarme más pausadamente y sin prisas con familiares y
amigos por los medios modernos de comunicación”. Hay grupos enteros que animo
que mantienen una comunicación más intensa entre sí los miembros que lo
integran que en tiempos de reunión. Son también bastantes las personas que
agradecen el parón porque les está permitiendo entregarse más intensamente a la
lectura, a la reflexión y a la oración, cuando en tiempos normales se les
escurrían las horas como el agua entre los dedos. Es elogiable que muchos que,
en los días laborables, no podían o no se les ocurría participar en la
Eucaristía, lo hagan ahora con ocasión del confinamiento, siguiendo la
celebración parroquial o la de otros canales. Esta es una forma de sacar bien
del mal.
2.Entrar
dentro de sí. La vida
vertiginosa que nos arrastra saca a muchos fuera de sí, les exilia de su
intimidad. Incluso, estando en casa, los medios de comunicación incomunican a
muchos con los que conviven codo con codo.
Santa Teresa alertaba contra el
peligro de convertirse en “almas ventaneras”. La ventana era, en su tiempo la
televisión de nuestros días. Advertía que no se puede esperar nada bueno de
“personas derramadas”, que viven hacia fuera. Tal vez tienen la casa llena de
goteras, pero viendo la lluvia o la nieve de fuera, no se enteran, no oye el
goteo de dentro. Pablo VI lamentaba: “El hombre contemporáneo ha salido de su
casa, ha perdido la llave, y no puede entrar en ella”. Nuestra gran filósofa
zaragozana Adela Cortina señalaba hace unos días: “El hombre actual ha
renunciado a la in-timidad y se ha entregado sin reservas a la extimidad,
ha abandonado su casa y está fuera de si. La regeneración del hijo pródigo
empezó cuando “entró dentro de sí”, se miró en las aguas del río, se vió hecho
un verdadero desastre, y decidió: “volveré a casa” y emprender el viaje de
regreso (Lc 15,20). El confinamiento es una oportunidad para “entrar dentro de
sí”, para encontrarse consigo mismo en cercanía y profundidad, para reconocer
el mundo de nuestros sentimientos, nuestros deseos, nuestros sueños
inconscientes, nuestras fobias y filías, nuestros afectos y rechazos; es un
buen tiempo para la autocrítica despiadada, para poner orden nuestro mundo
interior.
3.Crecer
en la comunión. La agitación vertiginosa que arrastra al hombre
actual hace que los encuentros y las relaciones humanas pequen de
superficiales, que sea tangenciales: se dan muchos encuentros, se establecen
muchas relaciones, se realizan muchos
gestos de amistad, pero lo que hay en ellos es sólo camaradería. Este estilo de
vida produce lo que el Papa Francisco llama epidemia, pero que bien podemos
considerar pandemia; es la soledad, como lo demuestran los datos
sociológicos sobre las personas que se sienten afectivamente desamparadas. Es
la soledad interior en medio de la muchedumbre, a pesar del parloteo, de las
numerosas tertulias; con ello se produce el fenómeno que David Riesman
denunciaba con el título de su famoso libro La muchedumbre solitaria: apretujados
por fuera y solos por dentro. La gente dice muchas cosas, cuenta muchas
historias, narra sus batallitas, informa sobre sucesos; la gente “dice”, pero
no “se dice”, no se comunica a corazón abierto, no cuenta lo que le muerde por
dentro, no hay comunicación de intimiedad a intimidad. Muchos corazones son
cajas fuertes cerradas con cerraduras numeradas. Y, sin embargo, la gente
necesita hablar, necesita personas que les escuchen. Para el gran especialista
en el tema de la amistad, Pedro Laín Entraglo: “La amistad es hoy un mirlo
blanco o una grulla negra”.
He
promovido muchos grupos de matrimonios y familias a lo largo de mi vida
sacerdotal, todos integrados por personas cualificadas en su mayoría, y tengo
que lamentar que casi el cien por cien de ellos han confesado con gran
sinceridad que no dedican, ni mucho menos, el tiempo suficiente al diálogo
matrimonial ni a la comunicación con los hijos. Y, sin embargo, no hay que
darle vueltas, el diálogo, la comunicación morosa y amorosa, son el alimento
básico de toda relación humana liberadora, de toda verdadera amistad, de todo
cariño sincero. Donde no hay diálogo íntimo, hay irremisiblemente soledad. Y
donde hay soledad, hay sufrimiento, desencanto. Afirma el filósofo Gabriel
Marcel: “No hay sino un dolor verdadero: estar sólo”. En contraposición, afirma
el salmista: “Ved qué bello, qué gozoso es que los hermanos vivan siempre
unidos” (Sal 133,1). Y nuestro filósofo Ortega y Gasset afirma: “Una amistad
bien cincelada es la cima del universo”. Afirma el gran filósofo Hegel: “Yo soy
nosotros”. Nuestro destino humano es la comunión, la amistad. Este es el
mensaje nuclear del Evangelio. “Jesús vivió y murió para congregar a los hijos
de Dios que estaban dispersos” (Jn 11,52). ¡Qué bien lo entendieron y vivieron
sus primeros discípulos, por eso los miembros de la comunidad de Jerusalén
“tenían un solo corazón y una sola alma”. Afirma un bello poema litúrgico:
“Allí donde va un cristiano / no hay soledad, sino amor, / pues lleva toda la
Iglesia dentro de su corazón. / y dice
siempre “nosotros”, incluso si dice “yo”. Conviene recordar de nuevo el testimonio de Tertuliano, teólogo de los
primeros siglos: “Los paganos comentaban refiriéndose a los cristianos: “Mirad
cómo se quieren”.
Si
aprovechamos esta oportunidad del confinamiento para mejorar la calidad y la
calidez de nuestras relaciones humanas familiares, de amigos, de compañeros y
compañeras de grupo y de comunidad, habremos convertido esta situación en
tiempo de gracia, en tiempo memorable de expansión y liberación psicológicas
para nosotros y para las personas que forman nuestro entorno. No hay que
olvidar nunca lo que se repite con frecuencia: “Las penas compartidas se
dividen; las alegrías compartidas se multiplican”. Nelson Mandela, que tanto
supo de sufrimientos testimoniaba: “Lo peor del sufrimiento no es el
sufrimiento en sí mismo, sino el tener que afrontarlo solo”. Haríamos y nos
haríamos un gran regalo si, a partir del confinamiento, iniciáramos unas
relaciones humanas permanentes más profundas, más cordiales, más comunicativas.
Marcaríamos una nueva etapa en la vida.
4. “No
adoréis a nadie más que a él”. Es imposible calcular acertadamente las ruinas que va a dejar este
fenómeno apocalíptico del Covi-19 en todos los ámbitos de la vida personal y
social. Meterse en la piel de los más afectados produce estremecimiento. Entre
otros efectos el coronavirus ha derribado el retablo donde muchos tenían
entronizados sus ídolos que, al caer, se han hecho añicos como preciosas
figuras de Sargadelos. No me extraña que los psicológos prevean una numerosa
multiplicación de suicidios. A muchos se les ha roto el ídolo que daba sentido
a su vida: “Mi vida es mi popularidad”, “mi vida es el bienestar y el consumo”,
“mi vida es el deporte”, “mi vida son los negocios”, “mi vida es la música”;
muchos han perdido a seres queridos que eran el soporte de sus vidas. Van a ser
legión las personas que va a perder lo que constituye una necesidad vital
básica: el empleo. Muchos no se atreverán al suicidio físico, pero se hundirán
en el suicidio psicológico de la depresión, del sinsentido de la vida. Son
dignos de compasión por su estado de muertos en vida. Los que, por obra y
gracia del Espíritu Santo, creemos de verdad y apostamos por Jesús de Nazaret,
aunque sea entre cobardías e infidelidades, lo que hemos de hacer es darle
gracias y ratificar que “que no queremos adorarle más que a él, y sólo a él”.
Pero, por otra parte, nos corresponde ejercer nuestra misión de profetas de la
esperanza, la de anunciar que la vida tiene muchas salidas, que es posible
rehacerla, y que aquí estamos nosotros para arrimar el hombro y echarles las
dos manos.
5.“Amarás
al Señor tu Dios con todo tu corazón”. Hay que dar gracias a Dios porque Él y los valores eternos son nuestra
opción fundamental, pero también hay que reconocer que, de forma inconsciente,
rendimos también un culto clandestino a los ídolos, doblamos nuestra rodilla y
agitamos el incensarios; eso son nuestras culpas, nuestras adicciones, nuestras
egolatrías. Sólo los santos aman y sirven al Señor “con todo su corazón, con
toda su ama y con toda su mente” (Mt 22,37). Nosotros servimos a la causa del
Reino, vivimos los valores eternos sólo a tiempo parcial, no a tiempo completo.
Las ruinas de la pandemia que contemplamos a nuestro alrededor son una
invitación a vivir más apasionada y comprometidamente nuestra condición de
seguidores de Jesús. Él nos invita a dar un salto de la posible languidez al
entusiasmo y la generosidad.
El 1 de
mayo de 1539 moría en Toledo, a los 36 años, la emperatriz Isabel, esposa de
Carlos V, consideraba la mujer má bella de su tiempo y que le tenía un tanto
enamorado a Francisco de Borja, su servidor. Su cadáver es llevado a enterrar a
Granada junto a los Reyes Católicos. Antes de introducir el ataúd en el
sepulcro, lo abren para ver el estado del cadáver, Francisco de Borja que forma
parte del cortejo fúnebre, al ver el estado deforme del rostro de la
emperatriz, dice tajantemente: “Nunca más serviré a un rey o una reina que se
me puedan morir”. Aquel día nació san Francisco de Borja. A partir de aquel
día, Jesús y su Reino lo fueron todo para él. Alguien ha puesto en boca de
Jesús una advertencia, que él, ciertamente, hace suya: “Corazones partidos yo
no los quiero, que cuando doy el mío, lo doy entero”.
Ser
sabios de verdad es atenerse a la consigna divina de Jesús: “Buscad tesoros que
los ladrones no roban ni el orín corrompe” (Mt 6,19-21), “buscad el tesoro del
Reino, la perla preciosa, invertid todo en él” (Mt 13,44), “sed ricos ante
Dios” (Lc 12,13-29). El Covid-19 ha puesto de manifiesto hasta qué punto somos
frágiles y vulnerables, a nivel personal y a nivel social, y hasta qué punto
corren riesgos nuestros bienes sociales y temporales. Todo ello nos invita a
entregarnos apasionadamente a la vivencia de valores “eternos”, indestructibles,
que desafían todos los virus, todas las enfermedades, todos lo tsunamis y hasta
misma muerte.
San
Antonio Ma.Claret era un joven superdotado para el arte textil reconocido
socialmente en toda Cataluña, con un futuro profesional muy halagüeño. Pero su
aficción se le ha convertido en una adicción que le impede una relación normal
con las personas, pero sobre todo con Dios, a pesar de sus esfuerzos. El arte
textil se le ha convertido en un ídolo. Un domingo, al entrar en el templo para
participar en la Eucaristía, recuerda la sentencia del Señor: “¿Qué le
aprovecha al hombre ganar todo el mundo si pierde su alma?” (Mt 16,26). “Me
sentí como Pablo, derribado del caballo”, confiesa en su Autobiografía, nº- 69.
A partir de esta experiencia se dice a sí mismo: “Antes ser persona, antes ser
cristiano, antes ser humano, que una famosa firma textil”. Fue el gran acierto
de su vida y el gran regalo para la Iglesia y la sociedad.
Con
frecuencia, las personas son lo que hacen, lo que los otros dicen de ellos, lo
que tienen; es decir, son su éxito, su popularidad, sus posesiones, pero estas
realidades son muy inseguras, están constantemente amenazadas, por el
coronavirus, por ejemplo, y, con toda seguridad, por la muerte agazapada no
sabemos dónde ni cuándo. Quien vive sostenido sólo por estas realidades
temporales ya es un muerto en vida. No se trata, por supuesto de desdeñarlas,
sino de situarlas en el lugar que les corresponde. Se trata de absolutizar los
valores absolutos y de relativizar los relativos. Para los santos y cristianos
ardientes Dios-Padre-Madre y Jesús lo centralizan y lo totalizan todo en sus
vidas; y como ellos son amantes fieles, se sienten enteramente seguros en sus
manos y por eso no le tienen miedo a nada ni a nadie, ni a todos los virus, ni
a las persecuciones, ni al martirio, ni al sufrimiento, ni a la misma muerte.Es
más, se sienten alegres y en paz en medio de los sufrimientos, como Pablo, que
aseguraba: “Sobreabundo de gozo en toda tribulación” (2 Cor 7,4). Para la
mayoría de los cristianos, la meta a la que hay que tender es a sentir y a
vivir la exhortación de santa Teresa de Jesús: “Nada te turbe, nada te espante;
Dios no se muda; quien a Dios tiene nada le falta”.
6.
Apostar por valores eternos.La veradera sabiduría, el verdadero amor así mismo, está en apostar
por valores eternos, por vivencias fecundas y felices para este nuestro devenir
temporal y para la vida sin fin de la gloria. Señala certeramente
Saint-Exúpery, autor del Princito: “Lo que de verdad importa es lo que seamos
cuando muramos”. Pero hay que advertir que nuestro presente es profecía de
aquel futuro, que no se improvisa de ninguna manera. La grandeza y densidad de
nuestro ser depende siempre de nuestra capacidad de amar. Seremos eternamente
nuestra capacidad de amar. “El amor no falla nunca” (1 Cor 13,8), afirma Pablo.
Todo pasará, menos el amor en todas sus dimensiones. Por eso afirma
poéticamente Antonio Machado refiriéndose a los difuntos: “Vive el que vivió y
lleva el que dejó”. San Juan nos aclara quién vivió: “nosotros sabemos que
hemos pasado de la muerte a la vida porque amamos a los hermanos; no amar es
permanecer en la muerte” (1 Jn 3,14). ¿Qué nos encontraremos en la “otra vida?”
Los bienes eternos que hemos promovido y desarrollado en esta. Nos lo asegura
el Señor por boca la Iglesia, por boca del concilio Vaticcano II: “Los bienes
de la dignidad humana, de la unión fraterna y de la libertad, y todos los demás
bienes que son fruto de nuestro trabajo y esfuerzo, después de haberlos
propagado por la tierra, volveremos a encontrarlos de nuevo limpios de toda
mancha, iluminados y transfigurados, cuando Cristo entregue al Padre “el reino
eterno y universal” (GS,39). Por eso testimonió Abbé Pierre en su Testamento
espiritual: “La vida me ha enseñado que vivir es un poco de tiempo que se
concede a nuestras libertades para aprender a amar y prepararse para el
encuentro eterno con el Amor Eterno. Esta es la certeza que quisiera poder
ofrecer en herencia. Porque esta certeza es la clave de mi vida y de todo lo que
he hecho” (Abbé Pierre, Testamento, PPC, Madrid, 1994,93).
7.Leña
al fuego sagrado. “La vida es el tiempo que se nos da para aprender
a amar”, nos ha dicho Abbé Pierre, un hombre todo corazón. Pero, ¿cómo se
aprende a amar? Amando amando se aprende a amar. Haciendo el bien por amor y
con amor se ensancha nuestro corazón, crecemos por dentro. Por eso Jesús nos
invita: “Caminad mientras tenéis luz, antes de que os sorprendan las tinieblas”
(Jn 12,36). Y Pablo: “Queridos hermanos, estad firmes e inconmovibles,
tratabajando cada vez más por el Señor, sabiendo que vuestras fatigas no son
inútiles” (1 Cor 15,58). Antonio Machado, refiriéndose a los difuntos, afirma:
“Vive el que vivió y lleva el que dejó”. Es lo mismo que afirma san Juan
en el
Apocalipsis urgido por el Espíritu Santo: “Oí una
voz del cielo que decía: “Escribe: “Dichosos los muertos que mueran en el
Señor. Que descansen de sus trabajos, porque sus obras los acompaña” (Ap
14,13). Un dicho indio afirma: “Tendrás en tus manos muertas lo que hayas dado
con tus manos vivas”. Nuestro quehacer configura nuestro ser, que es el
único que vivirá eternamente.
Por eso
es trascendental repensar nuestras posibilidades de hacer el bien a nivel
personal y colectivo. Santa Teresa de Jesús vivió angustiosamente el desgarrón
de la Iglesia con el cisma protestante; su respuesta fue: “En vista de los
grandes males que padecía la Iglesia, determiné hacer lo poco que estaba a mi
mano”. La otra santa Teresa, la de Calcuta, aconsejaba a personas socialmente
irrelevantes y que se creen inútiles: “Si no puedes hacer cosas grandes, haz
las pequeñas con mucho amor”. En este sentido propone Mons. Juanjo Chaparro,
obispo claretiano de Bariloche (Argentina), un compromiso muy oportuno que él
vivió escrupulosamente en la parroquia claretiana del Corazón de María y san
Pancracio (Montevideo) de la que fue responsable durante un decenio:
“Informórmate y ponte en comunicación con las personas solas y enfermas de
la manzana donde vives. Acompáñalas”.
Poder hacerlo es un verdadero privilegio.
Todo ello
constituye una invitación a la verdadera alegría, la que regocija el hondón más
profundo del alma. Debería estar grabado a fuego en todas partes el dicho
revolucionario de Jesús: “Hay más dicha en dar que en recibir” (He
20,35). Nuestro filósofo cristiano José Luís Aranguren lo confirmaba con su
propia experiencia en los últimos años de su vida: “He sido feliz, soy feliz y
espero morir feliz, pero porque he puesto las cosas importantes en su justo
orden y, en este sentido, el amor ha ocupado siempre en mi vida el lugar de
honor”. El que ama es feliz en esta vida y, por los siglos de los siglos, lo
será en la otra. Y amar significa ser en todo momento un regalo para los demás,
un darse sin cansancio, en definitiva. Porque, como señala san Juan de la Cruz,
“el que ama no se cansa, no cansa, no descansa”. San Francisco de Asís, a tono
con Jesús, nos asegura infaliblemente: “es dando, es dándose, como se
recibe”. ¿Qué más podemos esperar?
PARA LA REFLEXIÓN, LA ORACIÓN, EL DIÁLOGO Y EL
COMPROMISO
1º-
¿Dedico el tiempo suficiente a la reflexión, a la autorrevisión y a la
autocrítica, o soy en alguna medida “alma ventanera”?
2º- ¿Mi
relación con las personas tiene calidad y calidez? ¿En qué medida cultivo
(cultivamos) la amistad? ¿Qué más tendría (tendríamos) que hacer en este
sentido?
3º- ¿Es
Jesús con su Causa quien absolutiza de hecho nuestra vida personal, familiar,
grupal y comunitaria? ¿Qué habría (habríamos) de potenciar y qué habríamos de
rectificar, en este sentido, en nuestra forma de vida?
4º- ¿En
qué medida estoy (estamos) siendo un regalo para los demás y una bendición de
Dios para nuestro entorno?
5º- ¿A qué
compromisos me (nos) urge el Espíritu Santo con este mensaje del Señor?
Atilano
Alaiz
Aconsejable: 1º- Una lectura íntegra al
principio y una reflexión meditativa y
Oracional por días.
2º- La Palabra de Dios es un derecho de todos. Los demás tienen
el mismo derecho que nosotros; tú eres su mensajero; divúlga este mensaje a todas las más
personas posibles.
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