jueves, 21 de enero de 2021

Los hermanos Eduardo y Silvia de la ciudad de VIEDMA, nos envían esta reflexión. Del libro de Orlando Yorio, "Tanteando Pactos de Amor", del Centro Nueva Tierra:

 Una anécdota,   de mi pasaje por  Montevideo, Uruguay.-

ORLANDO  YORIO.-

Una anécdota de mi vida de cura quizá pueda ayudar para aclarar más el sentido de estas preguntas.

Soy cura en Montevideo, ciudad que puede hacer memoria de antagonismos hondos entre ateos y católicos. En

mi parroquia, hay gente que recuerda cómo hasta hace unos años, en el momento en que en el templo comenzaban

las celebraciones del viernes santo, en la vereda de enfrente, al aire libre y con una ostentosa parrillada, los ateos

comenzaban a comerse un regio asado.

Hace dos o tres meses organizamos una Misa, en la que los enfermos que quisieran recibirían el Sacramento

de la Unción.

Un momento antes de la Misa se me acerca un señor mayor, pidiéndome hablar en privado. Su esposa iba a

recibir en la Misa la Unción de los enfermos. Lo había invitado a él para que la acompañara. Hacía 37 años

que él y su esposa se querían mucho; él siempre le había sido fiel. Quería acompañarla de todo corazón, él tam-

bién estaba enfermo y quería recibir la bendición que iba a recibir su esposa.

Pero él era ateo. Quería advertírmelo de antemano, no fuera que al recibir la Unción “el de arriba” le echara

en cara su ateísmo. Él era e iba a seguir siendo ateo. Pero él jugaba limpio. Y quería dejarle “al de arriba” las

cosas claras de antemano.

Unos segundos antes de la Misa, yo tenía que resolver en soledad si le daba o no la Unción al ateo.

Recordé una situación parecida, muchos años atrás, yo era cura en la Villa Miseria del Bajo Flores. Me habían

llamado para bautizar a un bebé recién fallecido. Durante el camino me preparé para rezar un responso, por-

que a un chiquito muerto no se lo bautiza. Pero cuando llegué me encontré con los padrinos, preparados para

ser padrinos de bautismo. Una vez más volví a hacer memoria. La Iglesia desde sus comienzos, ha reconocido,

que los catecúmenos que morían sin llegar a pasar por las aguas del bautismo, igualmente recibían el bautismo

al pasar por su deseo de bautizarse. Se lo llama también bautismo de fuego, aludiendo a la fuerza bautismal

que tienen los deseos del corazón. La familia del bebito muerto y la comunidad que la acompañaba lo bauti-

zaban con el fuego de su fe. Todavía no habían podido bautizarlo porque eran muy pobres y estaban juntando

un poco de dinero para la fiestita. Antes del año el bebito empezó a pararse. Esa zona de la villa miseria es-

taba edificada sobre un sitio que había sido depósito de adoquines de la Municipalidad. El bebito había caído

de espaldas y su muerte fue instantánea. Pero su familia y la comunidad habían deseado y esperado su bautismo.

 Ahora, durante el velatorio, esperaban de la Iglesia un signo ritual que expresara la eficacia bautismal del

deseo y de la fe de la comunidad. Ellos creían que su bebito era hijo de Dios y pertenecía a su Pueblo.

El ateo de mi parroquia de Montevideo tenía un fuego en su corazón. Había sido fiel a su amor y era fiel a

ese momento de su vida. Pedía un signo de ese fuego de su corazón y del de su esposa, que los estaba ungiendo

en el trance trabajoso y doloroso de la enfermedad. Para eso se unía a la comunidad cristiana de ella.

En esa Misa pasaron muchos enfermos a recibir la Unción, pero todavía hoy siento dentro de mí la sonrisa,

mezcla de gozo profundo y de picardía, del ateo. El gozo de la Unción, la picardía de la complicidad conmigo

para hacer un contrabando de Gracia.

Hay una manera de recordar que nos ayuda a conectamos con dinamismos de contrabando de Vida. Esta

manera de recordar hace que la vida ordinaria vaya más allá de los límites ordinarios. Por eso inaugura nuevas

alternativas.

Por eso une lo íntimo y lo pequeño con la historia grande de un pueblo. Por eso hace de la vida ordinaria un

lugar de anuncios, de promesas y de “signos de cumplimiento”.

Es una manera de recordar que nos permite recuperar libertad y que nos reubica en el centro de nuestros

pactos de amor y de justicia.

  Falleció en Montevideo, donde se encontraba exiliado, perseguido por la dicadura argentina, su DELITO:  dedicarse a los pobres más pobres....

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