domingo, 25 de julio de 2021

Hace pocos días recibí una gran lección de dignidad..... DIGNIDAD.... Rosa RAMOS.

                                                                                   Sometido a los golpes del destino                                                                          mi cabeza sangra, pero está erguida                                                                                           William Ernest Henley

 

Cada día nos trae su pan. En esto creo, creemos los cristianos, que confiadamente lo pedimos en la oración del Padrenuestro.

 

El pan que recibimos no es solamente el pan de trigo o de maíz, ese que, fruto de la tierra y del trabajo de hombres y mujeres, llega a nuestras mesas a veces abundante y tantas otras escaso, pero que compartimos en familia o comunidad agradecidos y comprometiéndonos a que llegue a todos. Recibimos otros panes que alimentan la vida, la fe, la esperanza, el amor, pues si bien necesitamos el pan material, humanamente no nos basta, tenemos, además, que saciar otras hambres. Por eso al rezar el Padrenuestro    pedimos el pan cotidiano que recree nuestra vida en todas sus dimensiones.

 

Necesitamos el pan de la amistad, de los encuentros y de los abrazos que la pandemia ha hecho escasear o racionar. Necesitamos el pan de la verdad, el pan de la justicia, el pan de la paz que es hija suya. Necesitamos el pan de la belleza, del arte en sus múltiples expresiones: poesía, música, danza, pinturas, etc., que nos eleva al plano de la gratuidad. Necesitamos el pan del sentido que regala significado y dirección a nuestras vidas.

 

Enumerar tantas necesidades revela que somos seres menesterosos, y eso no es mala noticia, todo lo contrario, nos recuerda que somos criaturas y no dioses, que hemos de asumir la encarnación y, desde ahí, humanizarnos mutuamente en la historia.

 

Confesar las necesidades  va de la mano con la apertura a recibir agradecidos y a compartir sin avaricia ese pan cotidiano que nos llega hoy, como llegaba cada mañana el maná en el desierto al pueblo que peregrinaba hacia la tierra prometida. Cada día, si estamos atentos, se nos ofrece el pan tan necesario para alimentar nuestra vida. 

 

Hace pocos días recibí como pan sabroso, luego de paladearlo lentamente, pues al principio parecía amargo, una gran lección de dignidad, que pongo aquí sobre la mesa.

 

Salía yo de un comercio con las compras del día, entre ellas unos bizcochos, que en otros países llaman facturas, en otros dulces, en otros “medias once”; en realidad no es un alimento necesario, pero aporta calorías, que algunos necesitan y otros no. Comer bizcochos da la sensación de satisfacción, “llena la panza”, aunque no aporta proteínas. En mi breve camino estaba un hombre muy pobre, que veo a diario sentado en espera de clientes para su mercadería que es aún más pobre: ropas, calzados, juguetes y objetos varios muy gastados. No sé si alguien le compra algo, pero él pasa cada vez más horas allí sentado en ese intento.

 

Al verlo pensé que yo no necesitaba comer bizcochos, en tanto aquel hombre sí, que aliviaría su hambre, así que al pasar frente a él, saqué el paquetito de mi bolsa y se lo ofrecí. Para mi gran asombro, el hombre me respondió con voz firme: “No, gracias, tengo”. Quedé por un momento muy descolocada ante el rechazo. En mi empeño de regalar los bizcochos, que ya ardían en mi mano como algo que no me pertenecía (según algunos Padres de la Iglesia, lo que nos sobra es algo que hemos robado a quien lo necesita), se los ofrecí a otro que los aceptó.

 

Hice los pocos metros que distaban de mi casa en un estado mental de confusión, que luego dio paso a un tiempo de oración, agradecida por el maná recogido esa mañana en el camino, admirada por la lección recibida. Tras un silencio reverente, pude poner en palabras, según mi matriz, que exige expresar así lo aprendido para atesorarlo. Otros la expresarían de otro modo.

 

No sé el nombre de ese hombre -creo que debí empezar por preguntárselo- con su breve pero firme “No, gracias, tengo”, me estaba diciendo mucho más. Tras esas palabras pude leer otras: “Señora, no soy un mendigo, soy un trabajador, yo no estoy aquí pidiendo pan, estoy ganándomelo”. Me revelaba su dignidad en medio de su evidente necesidad. 

 

Desde la fe podemos afirmar que la dignidad humana está incoada en todos, en tanto creados por Dios a su imagen, aunque muchas veces las situaciones históricas atropellan a tal punto esa dignidad que hasta es ignorada por muchas personas y grupos enteros. En tal sentido, la filosofía, la teología latinoamericana y del tercer mundo en general, han subrayado que la dignidad humana ha de ser defendida y exigida en las luchas por la resistencia y por la vida. 

 

La pandemia, la crisis, la situación de empobrecimiento de nuestra gente, había llevado a ese trabajador, como a miles y miles, a perder su trabajo, a no encontrar otro, pero se resistía a abandonarse o a abandonar a su familia a la miseria, se resistía a mendigar. Lo que a mí me parecía perder el tiempo intentando vender objetos invendibles, era, es, para él un porfiado intento de trabajar, quizá por eso lo veo colocarse en esa esquina cada vez más horas.

 

Esa su dignidad, y su exigencia de ser respetada, era su grito callado de cada día, pero que esa mañana subió a su garganta para revelarme que era mucho mayor que su necesidad material. Este hombre es consciente de su dignidad y la cuida resistiendo calladamente día a día en su lucha por ganarse el pan, por no vender su dignidad al duro precio de la necesidad. Él probablemente sufra hambre de pan, a juzgar por su delgadez, pero me ofreció a mí esa mañana un pan ácimo para el camino a recorrer personal y comunitariamente; su actitud nos convoca especialmente a los cristianos a luchar por la dignidad de todos.

 

¿Conoce este trabajador el poema de Henley que Nelson Mandela hizo suyo? No me atrevo a decir que no, por lo pronto lo encarna:

 

Más allá de la noche que me cubre,

negra como el abismo insondable,

doy gracias al dios que fuere

por mi alma inconquistable.

 

En las garras de las circunstancias

no he gemido ni llorado.

Sometido a los golpes del destino

mi cabeza sangra, pero está erguida.

 

Más allá de este lugar de ira y llantos

donde yace el horror de la sombra,

la amenaza de los años

me halla, y me hallará sin temor.

 

No importa cuán estrecho sea el camino,

ni cuán cargada de castigos la sentencia,

soy el amo de mi destino,

soy el capitán de mi alma.

 

Imagen: https://livepkassets.pechakucha.com/slides/5ac5a118-b291-4899-aa5a-176996c6de53/dignida.jpeg

1 comentario:

  1. ....."su actitud nos convoca especialmente a los cristianos a luchar por la dignidad de todos."

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