jueves, 5 de agosto de 2021

 

1. Cuando el evangelio de Juan fue escrito, los cristianos ya habían sido expulsados de la sinagoga. Había un áspero enfrentamiento entre los sectores mayoritarios judíos de la diáspora y los cristianos provenientes del paganismo y del judaísmo. Paganos y judíos ridiculizaban las expresiones de fe cristiana, como la eucaristía. Para los paganos, romanos y griegos, la comunidad cristiana era vista como un grupo de pretenciosos que querían anunciar como buena noticia la muerte de un carpintero anónimo y pobre. Para ellos, las buenas noticias venían sólo del emperador y las autoridades que alegraban a sus súbditos con alguna regalía. Para los judíos, Jesús era sólo un profeta insignificante, hijo de un artesano y oriundo de un caserío miserable. Para ninguno de los dos grupos Jesús podía ser «el pan bajado del cielo». Las comunidades cristianas debieron desde el comienzo pararse muy bien para defender con energía y convicción el significado de Jesús para la historia de la humanidad. La salvación no sólo provenía de los judíos, sino que venía de la gente pobre de Galilea que había descubierto en Jesús a su redentor. Jesús es pan bajado del cielo porque es capaz de comunicar esa vida en plenitud que viene sólo de Dios. Jesús es el camino hacia una humanidad fraterna, donde todos(as) se reconocen iguales e hijos(as) de la misma familia.

 

2. El texto de hoy nos introduce en un segundo momento del discurso del pan de vida. Como es lógico, Juan está discutiendo con los «judíos» que no aceptan el cristianismo, y el evangelista les propone las diferencias que existen, no solamente ideológicas, sino también prácticas. Su evangelio pone de manifiesto quién fue Jesús: un hombre de Galilea, de Nazaret, hijo de José. Se murmuraban diciendo: ¿cómo puede venir del cielo? Es la misma oposición que Jesús encuentra cuando fue a Nazaret y sus paisanos no lo aceptaron (Mc 6,1ss). Las protestas de los oyentes le dan ocasión al Jesús, no de responder directamente a las objeciones, sino de profundizar más en el significado del pan de vida (que al final se definirá como la eucaristía). Ahí aparece una de las fórmulas de Evangelio de  Juan de más densidad: «yo soy el pan de vida». Y así, el discurso se hace discurso eucarístico.

La presencia personal de Jesús en la eucaristía, pues, es la forma de ir a Jesús, de vivir con El y de El, y que nos resucite en el último día. El pan de vida nos alimenta, pues, de la vida que Jesús tiene ahora, que es una vida donde ya no cabe la muerte. Y aunque se use una terminología que nos parece inadecuada, como la carne, la «carne» representa toda la historia de Jesús, una historia de amor entregada por nosotros(as). Y es en esa historia donde Dios se ha mostrado al ser humano y les ha entregado todo lo que tiene. Por eso Jesús es el pan de vida. El pan de vida, hace vivir.

 

3. «Yo soy el pan vivo bajado del cielo: El pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo. Quien coma de este pan vivirá para siempre»: La invitación a comer no se refiere al acto físico de llevarse un alimento a la boca para tragarlo y digerirlo. Es otro alimento, otra forma de mirar la existencia, a los seres humanos, a las relaciones sociales, al reparto de los propios alimentos que sustentan la especie; supone aceptar sus mandatos; dar respuesta desde los comportamientos al mandato del amor fraterno.

Necesitamos otro alimento junto al que ofrece el digno salario, traducido en comida y bebida, para entender a Jesús, su mensaje y la posibilidad que nos ofrece de transformarnos en Él. Mucho hemos de reflexionar y ahondar para descubrir la conversión, transformación que produce «este pan bajado del cielo». Los alimentos ordinarios al ser ingeridos se trituran y descomponen en otras sustancias más sencillas que son absorbidas y pasan a pertenecer a la persona que nutren o sustentan.  El pan de la Palabra y de la Eucaristía, «pan vivo bajado del cielo» está destinado a cambiarnos desde dentro, a cada uno de nosotros, a convertirnos en hijos(as) de Dios y hacernos semejantes al Hijo por naturaleza. Ese pan nos brinda la ocasión de acercarnos a su identidad más profunda y dejarnos transformar por su mensaje de salvación.

 

4. Dejarse guiar por Dios: El evangelista Juan va ofreciendo su visión de la fe cristiana elaborando discursos y conversaciones entre Jesús y la gente, a orillas del lago de Galilea. En un determinado momento, Jesús hace una afirmación de gran importancia: «Nadie puede venir a mí si no lo atrae el Padre». Y más adelante continúa: «el que escucha lo que dice el Padre y aprende, viene a mí». La incredulidad empieza a brotar en nosotros desde el mismo momento en que empezamos a organizar nuestra vida de espaldas a Dios. Así de sencillo. Dios va quedando ahí como algo poco importante que es fácil arrinconar en algún lugar olvidado de nuestra vida. Incluso los que nos decimos creyentes estamos perdiendo capacidad para escuchar a Dios. No es que Dios no hable en el fondo de las conciencias. Es que, llenos de ruido y autosuficiencia, no sabemos ya percibir su presencia callada en nosotros(as). Quien escucha esa voz interior, se sentirá atraído hacia Jesús.

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