EQUIVOCAR LA PREGUNTA A.María Diaz (Chile)
Hace veintitrés siglos, Aristóteles, llegó a la conclusión de que, lo que más les interesa a los hombres y mujeres, es ser feliz. Y a lo largo de la historia, los pueblos, culturas, sistemas de pensamiento y grandes autores se han esforzado por responder la pregunta: ¿Qué es la felicidad? Esa respuesta nos permitiría saber cómo alcanzarla. También nosotros nos hemos hecho esa pregunta y hemos encontrado una respuesta.
Nos demos cuenta o no, el modo en que vivimos es fruto de la respuesta que estamos dando a esa pregunta. Sin embargo, el nivel de estrés, desarmonía, agresividad, desencuentros, temor, descontento, frustración, dolor, etc., en el que nos descubrimos viviendo muchas veces, debería ser un cuestionamiento muy serio a cómo estamos entendiendo lo que es ser feliz y lo que de facto estamos haciendo para serlo. En el evangelio de hoy, nos volvemos a encontrar con la historia de aquel joven que se acercó a Jesús a preguntarle por la felicidad. La historia del joven rico no es una historia simple, no se trata sólo del prosaico tema del materialismo, aunque la riqueza juega un papel importante en la historia. El texto nos cuenta el crucial momento en que una persona se cuestiona el sentido de su existencia y descubre que la respuesta que se viene dando no lo satisface. Se trata de una historia que nos refleja, puesto que todos los seres humanos, con mayor o menor conciencia, decisión y coraje, nos hacemos esta pregunta, más de una vez en la vida.
El joven rico había venido trabajando con la lógica de la acumulación, del crecimiento, del aumento y la progresión. Y no tenía dudas de que eran las debilidades que aún le quedan por superar, las responsables de su insatisfacción. Por eso, la pregunta que le obsesiona es la que lo llevó a acercarse a Jesús: ¿qué más debo hacer?
La respuesta de Jesús lo dejó perplejo. Cuando el joven rico se encuentra con Jesús, como le ocurre a tanta gente, recibe una enorme sorpresa. Se da cuenta que Jesús le propone un cambio de lógica, una mirada diferente sobre sí mismo, sobre la vida y, sobre todo, una mirada diferente sobre su relación con Dios. El asunto no es lo que le falta sino lo que le sobra. Jesús le propone que allí donde hasta ahora ha vivido atemorizado, en adelante pase a vivir seguro; donde antes se esforzó por ser cada día mejor, ahora pase a gozar gratuitamente de quien es; donde antes había una excesiva preocupación por el auto modelamiento, ahora haya una espontánea expansión de sí mismo. Se trata de dejar de sostener la propia vida, para ponerla en manos de Dios, de dejar de sospechar de sí mismo, para pasar a confiar y a mirar las propias debilidades como el lugar desde el cual Dios nos ama especialmente.
El joven rico recibirá el regalo de comprender que la pregunta crucial no es ¿Qué más debo hacer? Si no ¿Quién soy? A él, como a todos le tomará tiempo encajar esta perspectiva. En mi último año escolar, durante el retiro anual, nos pidieron leer el cuento de León Tolstoi “La camisa del hombre feliz”.
Por si no recuerdan, trata de un poderoso rey que enferma de un “mal desconocido”, era profundamente desdichado. Los médicos indicaron que lo único que podría curarlo sería usar la camisa de un hombre feliz. Buscaron por todo el reino sin encontrar a nadie que reconociera ser feliz. Cuando ya estaban por rendirse, un emisario encontró en una choza, en los confines del reino, un hombre que cantaba a voz en cuello y parecía completamente feliz, pero cuando se acercó a mirar, descubrió que el hombre iba con el torso desnudo.
Muchos años después leí los resultados de las investigaciones que Csikszentmihalyi hizo durante 12 años acerca de la felicidad, en las que descubrió que los momentos más felices que vivimos son aquellos en los que nos dejamos llevar, cuando no estamos luchando por la vida, sino que, fluyendo con ella; cuando el tiempo se nos pasa sin darnos cuenta; cuando abandonamos nuestro afán de logro y gozamos de experiencias autotélicas, que tienen un fin en sí mismas, como cantar sin camisa. También a nosotros, Jesús nos hace el regalo de decirnos al oído que la pregunta no es ¿qué más tengo que hacer?, ¿Qué tengo que alcanzar?, ¿Qué imagen tengo que proyectar? ¿Cuánto riesgo corro de ser un perdedor?
Esto quiere decir que la felicidad no tiene nada que ver con internalizar exigencias hostiles, vividas control externo y manipulación de la conciencia; en medio del temor, la competencia salvaje y la obsesiva preocupación por la apariencia. La felicidad es fruto de la confianza, el abandono y la libertad. Es posible que todo esto nos suene complejo, difícil, utópico, idealista. Justamente de eso nos habla Jesús, de que el giro que necesita nuestro proyecto de felicidad es tan radical, profundo y total, que parece imposible. Pero la buena noticia es que Dios puede hacer pasar un camello por el ojo de una aguja y está dispuesto a hacerlo, si acertamos a la pregunta.
Ana María Díaz, Ñuñoa, 10 de octubre de 2021
Hace veintitrés siglos, Aristóteles, llegó a la conclusión de que, lo que más les interesa a los hombres y mujeres, es ser feliz. Y a lo largo de la historia, los pueblos, culturas, sistemas de pensamiento y grandes autores se han esforzado por responder la pregunta: ¿Qué es la felicidad? Esa respuesta nos permitiría saber cómo alcanzarla. También nosotros nos hemos hecho esa pregunta y hemos encontrado una respuesta.
Nos demos cuenta o no, el modo en que vivimos es fruto de la respuesta que estamos dando a esa pregunta. Sin embargo, el nivel de estrés, desarmonía, agresividad, desencuentros, temor, descontento, frustración, dolor, etc., en el que nos descubrimos viviendo muchas veces, debería ser un cuestionamiento muy serio a cómo estamos entendiendo lo que es ser feliz y lo que de facto estamos haciendo para serlo. En el evangelio de hoy, nos volvemos a encontrar con la historia de aquel joven que se acercó a Jesús a preguntarle por la felicidad. La historia del joven rico no es una historia simple, no se trata sólo del prosaico tema del materialismo, aunque la riqueza juega un papel importante en la historia. El texto nos cuenta el crucial momento en que una persona se cuestiona el sentido de su existencia y descubre que la respuesta que se viene dando no lo satisface. Se trata de una historia que nos refleja, puesto que todos los seres humanos, con mayor o menor conciencia, decisión y coraje, nos hacemos esta pregunta, más de una vez en la vida.
El joven rico había venido trabajando con la lógica de la acumulación, del crecimiento, del aumento y la progresión. Y no tenía dudas de que eran las debilidades que aún le quedan por superar, las responsables de su insatisfacción. Por eso, la pregunta que le obsesiona es la que lo llevó a acercarse a Jesús: ¿qué más debo hacer?
La respuesta de Jesús lo dejó perplejo. Cuando el joven rico se encuentra con Jesús, como le ocurre a tanta gente, recibe una enorme sorpresa. Se da cuenta que Jesús le propone un cambio de lógica, una mirada diferente sobre sí mismo, sobre la vida y, sobre todo, una mirada diferente sobre su relación con Dios. El asunto no es lo que le falta sino lo que le sobra. Jesús le propone que allí donde hasta ahora ha vivido atemorizado, en adelante pase a vivir seguro; donde antes se esforzó por ser cada día mejor, ahora pase a gozar gratuitamente de quien es; donde antes había una excesiva preocupación por el auto modelamiento, ahora haya una espontánea expansión de sí mismo. Se trata de dejar de sostener la propia vida, para ponerla en manos de Dios, de dejar de sospechar de sí mismo, para pasar a confiar y a mirar las propias debilidades como el lugar desde el cual Dios nos ama especialmente.
El joven rico recibirá el regalo de comprender que la pregunta crucial no es ¿Qué más debo hacer? Si no ¿Quién soy? A él, como a todos le tomará tiempo encajar esta perspectiva. En mi último año escolar, durante el retiro anual, nos pidieron leer el cuento de León Tolstoi “La camisa del hombre feliz”.
Por si no recuerdan, trata de un poderoso rey que enferma de un “mal desconocido”, era profundamente desdichado. Los médicos indicaron que lo único que podría curarlo sería usar la camisa de un hombre feliz. Buscaron por todo el reino sin encontrar a nadie que reconociera ser feliz. Cuando ya estaban por rendirse, un emisario encontró en una choza, en los confines del reino, un hombre que cantaba a voz en cuello y parecía completamente feliz, pero cuando se acercó a mirar, descubrió que el hombre iba con el torso desnudo.
Muchos años después leí los resultados de las investigaciones que Csikszentmihalyi hizo durante 12 años acerca de la felicidad, en las que descubrió que los momentos más felices que vivimos son aquellos en los que nos dejamos llevar, cuando no estamos luchando por la vida, sino que, fluyendo con ella; cuando el tiempo se nos pasa sin darnos cuenta; cuando abandonamos nuestro afán de logro y gozamos de experiencias autotélicas, que tienen un fin en sí mismas, como cantar sin camisa. También a nosotros, Jesús nos hace el regalo de decirnos al oído que la pregunta no es ¿qué más tengo que hacer?, ¿Qué tengo que alcanzar?, ¿Qué imagen tengo que proyectar? ¿Cuánto riesgo corro de ser un perdedor?
Esto quiere decir que la felicidad no tiene nada que ver con internalizar exigencias hostiles, vividas control externo y manipulación de la conciencia; en medio del temor, la competencia salvaje y la obsesiva preocupación por la apariencia. La felicidad es fruto de la confianza, el abandono y la libertad. Es posible que todo esto nos suene complejo, difícil, utópico, idealista. Justamente de eso nos habla Jesús, de que el giro que necesita nuestro proyecto de felicidad es tan radical, profundo y total, que parece imposible. Pero la buena noticia es que Dios puede hacer pasar un camello por el ojo de una aguja y está dispuesto a hacerlo, si acertamos a la pregunta.
Ana María Díaz, Ñuñoa, 10 de octubre de 2021
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