sábado, 26 de febrero de 2022

CarlitoSARACINI, desde FORMOSA, donde está acompañado al hermano FRANCISCO NAZAR, ante el grave quebranto de salud, nos alienta: HAY QUE SEGUIR ANDANDO.

 ANA MARÍA DIAZ.  desde Ñuñoa, Chile.-

A SALVO DE RENUNCIAR Hemos visto, una vez más, las dolorosas imágenes de gente salir con lo puesto de su casa, dejando atrás la seguridad de su hogar, de sus bienes y sus vínculos, y arrancar de la guerra, ese “monstruo grande que pisa fuerte”, dirigiéndose a un destino incierto, pero sin duda precario. Todo a causa de la sed insaciable de poder, la ambición de hegemonía y la práctica de un ajedrez de dominación político territorial, por parte de los poderosos de siempre, a quienes no le importa condenar a la muerte y el sufrimiento a miles de seres humanos. Desde siempre muchos pensadores han reflexionado sobre la guerra, porque es una experiencia siempre presente o latente. Unos atribuyen como su causa a la naturaleza humana, lo cual nos pone en la dramática situación de tener que aceptar que siempre acompañará la historia de la humanidad. Por eso, otros prefieren atenerse a la comprensión de las situaciones sociopolíticas de cada guerra en particular, porque lo mejor que se puede hacer, es tratar de limitar espacial y temporalmente los conflictos, minimizando su impacto. Otros dicen que “las armas exigen guerras y las guerras exigen armas, y los cinco países que manejan las Naciones Unidas, los que tienen derecho de veto, resultan ser también los cinco principales productores de armas.” (Galeano). El zoólogo Nikolaas Tinbergen opinaba que el hombre es la única especie del mundo que ha aprendido que matar puede ser una eficaz respuesta al miedo, así se quita la amenaza de encima. Hoy, ante la invasión de Ucrania por parte del poderoso ejército ruso, no parece tan importante dirimir si se trata de la naturaleza o la cultura. Parece más fecundo renovar nuestra fe en el ser humano, en su capacidad de construcción cotidiana de la paz; en la edificación de comunidades humanas que no creen en la seguridad que viene de la dominación, del sometimiento de otros, de la conquista territorial, ni de la expansión de fronteras, aplastando a los vecinos. Como nos dijo François Fénelon: “La guerra es un mal que deshonra al género humano”, porque es una renuncia a nuestra capacidad de forjar entendimientos, de practicar una ética planetaria, de comprendernos como una sola familia. Con nuestros corazón y pensamientos puestos en Ucrania, sigamos cultivando esa fe que nos pone a salvo de renunciar a nuestra humanidad.

Ana María Díaz Ñuñoa, 24 de febrero de 2022

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