REFLEXIONES SOBRE LA IGLESIA DESPUÉS DE MUNILLA. José Arregui, teólogo
Munilla tras haber haber presidido como obispo la diócesis de Donostia-San Sebastián desde 2010 hasta 2022. Las páginas que siguen son la respuesta al cuestionario propuesto por el director de RELIGIÓN DIGITAL, pero quieren ser más que nada una reflexión de fondo sobre la situación de la Iglesia católica en general:
1) ¿Qué ha dejado tras de sí?
Tras 12 años, se ha ido dejando tras de sí una situación social, política y religiosa que debe de resultar desoladora a sus ojos: la asunción generalizada del pluralismo de la verdad y de la laicidad de la ética, el abandono masivo de la práctica religiosa, el cierre imparable de los conventos, el alejamiento general en relación con la Iglesia, y… el considerable aumento del voto nacionalista. Todo ello constituye un clamoroso fracaso del proyecto nacionalcatólico –éticamente confesional, religiosamente premoderno, políticamente predemocrático– para el que fue nombrado José Ignacio Munilla. Feliz fracaso.
Pero infeliz fracaso por otro lado, pues deja una comunidad diocesana cuyos sectores más activos y abiertos –grupos de acción y de reflexión, catequistas, religiosas y religiosos de espíritu más renovador, buena parte del clero mayor inspirados por el Concilio Vaticano II– se sienten desalentados por la edad, por la falta de relevo y por la marginación institucional diocesana padecida a lo largo de 12 años. La diócesis está en manos de un clero joven tan escaso como ideologizado, de traje negro y cuello romano, muy identificado con su rol clerical y demasiado preocupado por la doctrina, el rito y la moral sexual. Encaminan a la comunidad creyente a un gueto social y cultural, y se condenan a sí mismos a inútiles y dolorosos conflictos con la sociedad y consigo mismos.
Pero no culpo de ello a la persona de José Ignacio Munilla, sino al sistema eclesiástico del que es hijo y servidor. Tampoco es un problema particular y distintivo de esta diócesis –quiero subrayarlo–, sino espejo de la deriva general de la Iglesia católica en los últimos siglos y de manera especial en las últimas décadas, en los pontificados de Juan Pablo II (1978-2005) y de Benedicto XVI (2005-2013), espejo de una Iglesia empeñada en conservar y restaurar las ruinas del pasado. No logró con ello sino arruinar su legado espiritual más vivo, la memoria liberadora y humanizadora de Jesús para nuestro tiempo.
La situación de esta diócesis es reflejo del irreversible derrumbe socio-cultural del paradigma teológico y del modelo eclesial tradicionales. Y ha sido a la vez, muy particularmente bajo la dirección de Monseñor Munilla, reflejo de la resistencia de la Iglesia a cambiar de paradigma y de modelo, del aferramiento más tenaz y anacrónico al viejo paradigma teológico, al viejo modelo eclesial jerárquico y clerical, masculino y patriarcal, en ruptura cada vez mayor con la cultura, con el Espíritu y con la espiritualidad de la vida.
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