domingo, 3 de diciembre de 2023

Cristina, comparte del COMUNIcándonos de la Santa Cruz, esta otra versión de José Antonio PAGOLA.-

 

    Las primeras comunidades vivieron años muy difíciles. Perdidos en el vasto Imperio de Roma, en medio de conflictos y persecuciones, aquellos cris­tianos buscaban fuerza y aliento esperando la pronta venida de Jesús y recordando sus palabras:         “Vigilen Vivan despiertos. Tenganlos ojos abiertos. Estén aler­ta.”

¿Significan todavía algo para nosotros las llamadas de Jesús a vivir despiertos?

¿Qué es hoy para los cristianos poner nuestra espe­ranza en Dios viviendo con los ojos abiertos?

¿Dejaremos que se agote definitivamente en nuestro mundo secular la esperanza en una última justicia de Dios para esa inmensa mayoría de víctimas inocentes que sufren sin culpa alguna?

Precisamente, la manera más fácil de falsear la es­peranza cristiana es esperar de Dios nuestra salva­ción eterna, mientras damos la espalda al sufrimiento que hay ahora mismo en el mundo. Un día tendre­mos que reconocer nuestra ceguera ante Cristo Juez: ¿Cuándo te vimos hambriento o sediento, extranjero o desnudo, enfermo o en la cárcel, y no te asistimos? Este será nuestro dialogo final con él si vivimos con los ojos cerrados.

Hemos de despertar y abrir bien los ojos. Vivir vi­gilantes para mirar más allá de nuestros pequeños intereses y preocupaciones. La esperanza del cristia­no no es una actitud ciega, pues no olvida nunca a los que sufren. La espiritualidad cristiana no consiste solo en una mirada hacia el interior, pues su corazón está atento a quienes viven abandonados a su suerte.

En las comunidades cristianas hemos de cuidar cada vez más que nuestro modo de vivir la esperanza no nos lleve a la indiferencia o el olvido de los pobres. No podemos aislarnos en la religión para no oír el clamor de los que mueren diariamente de hambre. No nos está permitido alimentar nuestra ilusión de inocencia para defender nuestra tranquilidad.

Una esperanza en Dios, que se olvida de los que viven en esta tierra sin poder esperar nada, ¿no puede ser considerada como una versión religiosa de cierto op­timismo a toda costa, vivido sin lucidez ni responsa­bilidad? Una búsqueda de la propia salvación eterna de espaldas a los que sufren, ¿no puede ser acusada de ser un sutil “egoísmo alargado hacia el más allá”?

Probablemente, la poca sensibilidad al sufrimiento inmenso que hay en el mundo es uno de los sínto­mas más graves del envejecimiento del cristianismo actual. Cuando el Papa Francisco reclama “una Igle­sia más pobre y de los pobres”, nos está gritando su mensaje más importante a los cristianos de los países del bienestar.

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