Una primera lectura de este evangelio podría limitarse
a considerar que los discípulos de Jesús se encontraron en un momento muy difícil, cruzando el mar en medio de una fuerte tormenta, con el peligro de hundirse. Recorren a Jesús y él los salva. La aplicación inmediata que se hace es que hay que pedir la ayuda del Señor en las dificultades de la vida.
En realidad, el texto es mucho más rico y complejo. Jesús había
anunciado, en parábolas, algunas características del Reino de Dios, el proyecto de una nueva manera de vivir ofrecido a todos los pueblos. Por eso propone a sus discípulos: “Crucemos a la otra orilla”. Es la invitación a la misión, a superar el mar de la separación y del privilegio, para ir a llevar la Buena Noticia a tierras paganas, a pueblos y culturas diferentes.
Los discípulos aceptan la invitación, pero asumen ellos mismos la
iniciativa, según sus criterios de separación y discriminación nacionalista:
“Dejando a la multitud, lo llevaron en la barca, así como estaba”. Y no piden
la colaboración de nadie: “Había otras barcas junto a la suya”.
En una misión así concebida, el mismo Jesús es como ausente, no
participa, se siente excluido: “Estaba en la popa, durmiendo sobre el cabezal”.
Esa misión no puede tener éxito. Se le oponen la mentalidad
conquistadora de los discípulos y la resistencia de los pueblos que no aceptan
esa forma de dominación y colonización religiosa: “Se desató un fuerte
vendaval”.
Frente al fracaso de todos sus esfuerzos misioneros y al peligro que
desaparezca la misma comunidad de los discípulos, “las olas entraban en la
barca, que se iba llenando de agua”, ellos buscan a Jesús, sorprendidos de su
falta de apoyo, y lo despiertan asustados: “¡Maestro! ¡No te importa que nos
ahoguemos?”.Jesús responde a su
llamado: “Despertándose, él increpó al viento y dijo al mar: ‘¡Silencio!
¡Cállate!’.”Es el lenguaje y la
autoridad con que echaba a los demonios, a los espíritus malos que ataban a los
poseídos. El camino a la misión se abre cuando los discípulos se liberan de su
mentalidad y se hacen portadores de un mensaje de liberación, igualdad y
reconciliación: “El viento se aplacó y sobrevino una gran calma”.
Marcos recuerda el reproche de Jesús a los discípulos, porque es un
reproche que sirve también para su comunidad que está viviendo un momento de
crisis muy grave, por la persecución y las deserciones: “¿Por qué tienen miedo?
¿Cómo no tienen fe?”. Jesús llama a los discípulos a renovar su adhesión a él y
al proyecto del Reino de Dios, a cambiar su manera de pensar y a abrirse a un
horizonte universal, enfrentando sin miedo con él las dificultades de la misión
y la crisis de la comunidad.
La reacción de los discípulos es de desconcierto. Todavía no lo conocen
bien. Pasan del miedo a las dificultades, al miedo a Jesús mismo: “Entonces
quedaron atemorizados”. La pregunta que se hacen: “¿Quién es éste, que hasta el
viento y el mar le obedecen?”, no es sólo asombro. Se dan cuenta que la acción
de Jesús no coincide con sus criterios mezquinos, y temen su juicio. Será el
don de Pentecostés que los librará del miedo y los lanzará por los caminos del
mundo, para seguir sembrando con confianza y humildad las semillas del Reino.
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