El clericalismo sigue intacto y cerrado. José Arregi
"La Iglesia institucional seguirá repitiendo viejos moldes vacíos, formas y palabras sin alma ni vida"
"En ningún momento reivindica, ni siquiera sugiere, la abolición – indispensable y posible – del vigente modelo clerical, piramidal, autoritario, patriarcal de la institución eclesial"
"Es la jerarquía la que elige a la jerarquía y se considera a sí misma como elegida por Dios. Se cierra en círculo"
"No hay mejor reflejo ni peor efecto del clericalismo sacralizado e inamovible que el lugar y el papel que se reconoce a la mujer en la Iglesia"
No esperaba que este cuarto Sínodo del pontificado del papa Francisco, al igual que los tres primeros, fuera a dar ningún paso decisivo en el camino de la irrenunciable y urgente reforma institucional de la Iglesia Católica Romana. Visto lo visto, no esperaba que fuera a cumplir la condición indispensable de una tal reforma: la supresión del obstáculo estructural decisivo, a saber, el modelo clerical jerárquico. El Instrumentum Laboris que acaba de publicarse me reafirma en mi escepticismo: el clericalismo sigue intacto y cerrado, y condena el Sínodo a un callejón sin salida.
Me explico. En este documento que servirá de base de reflexión para la segunda sesión ordinaria de los obispos en el próximo mes octubre, se siguen distinguiendo y separando claramente dos tipos de servicios y poderes en la Iglesia: los “ministerios” y poderes que dependen de la decisión comunitaria – histórica, contingente, variable –, y los que dependen de la voluntad divina – eterna, absoluta, inmutable –. Los primeros son ministerios y poderes comunes, vienen de “abajo”, y cualquier bautizado adulto puede desempeñarlos, si la comunidad lo nombra. Los segundos son ministerios y poderes superiores, “ordenados” (diáconos, sacerdotes” y obispos), vienen “de arriba”, son conferidos por Dios a sus “elegidos” (en griego klerikói) a través de un rito o sacramento de “ordenación” válidamente ejecutado por un obispo; estos ministerios superiores solamente pueden ser desempañados por varones, y otorgan en exclusiva el poder de absolver los pecados y de presidir la eucaristía o misa convirtiendo el pan y el vino en “cuerpo y sangre” de Jesús.
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