El comienzo del siglo XX fue una época de dura lucha por la virulencia del anticlericalismo de José Batlle y Ordóñez, que impulsó medidas lesivas para los intereses de la Iglesia: eliminación de imágenes religiosas en hospitales públicos (1906); ley de divorcio (1907); supresión de enseñanza y prácticas religiosas en escuelas públicas (1909); entre otras.
El golpe de gracia fue la Constitución de 1917. Las autoridades eclesiásticas procuraron, a través de los constituyentes elegidos por la unión Cívica, mantener en todos sus términos el artículo 5, pero los esfuerzos resultaron infructuosos.
La Iglesia logró el reconocimiento de la propiedad de todos los edificios destinados al culto, salvo los que estaban en edificios públicos y, fundamentalmente, se emancipó del Patronato que tanto la había limitado, las diócesis vacantes pudieron ser provistas libremente por la Sede Apostólica.
La secularización uruguaya culminó exitosamente para los intereses de los sectores anticlericales. A partir de entonces uruguay fue reconocido por su sistema político laico, profundamente liberal y democrático.
LAS RESPUESTAS DE LA IGLESIA
Para enfrentar el creciente anticlericalismo los obispos de la época (Vera, Yéregui y Soler) recurrieron a distintas estrategias. El rol desempeñado por Jacinto Vera fue muy importante para reorganizar la institución; luego de su participación en el Concilio Vaticano I se estrecharon los vínculos entre la iglesia
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26 M. SOLER, Memorandum Confidencial al Venerable Clero Secular y Regular, Montevideo, 1905,
3-10.
27 idem.
uruguaya y la Santa Sede. Vamos a revisar sucintamente las iniciativas llevadas
adelante. Estas fueron coincidentes, en líneas generales, con las ensayadas en
otras repúblicas americanas (Chile, Argentina…), pero en uruguay no lograron
revertir el proceso secularizador.
a. Creación de un clero nacional
La escasez de personal religioso impidió una acción evangelizadora profunda
y perdurable. Mons. Vera intentó crear y consolidar el clero nacional, para
ello envió a varios jóvenes con inquietudes vocacionales a seminarios argentinos.
Los hermanos Rafael e Inocencio Yéregui28 estudiaron en Buenos Aires;
Mariano Soler,29 Ricardo Isasa30 y Norberto Betancur en Santa Fe. Isasa, Betancur
y Soler culminaron su carrera en Roma. Todos tuvieron posteriormente destacado
desempeño. Recién en 1880 estuvieron dadas las condiciones para
fundar un Seminario Diocesano; fue confiado a la dirección de la Compañía de
Jesús y en 1888 llegó a tener 42 estudiantes.
Para mejorar la acción evangelizadora se promovió la inserción de «corporaciones
regulares». En 1863 había solamente 3 comunidades religiosas, en
1888 el número subió a 13, y en 1904 a 27. En torno a 1900 sus efectivos, masculinos
y femeninos, eran cientos, mayoritariamente extranjeros y establecidos
en toda la República.31 Trabajaron en la enseñanza –para competir con la escuela
vareliana–, asistencia de enfermos, cuidado de huérfanos, atención del culto,
etcétera. Se destacaron particularmente los salesianos y jesuitas. Resultaron un
instrumento muy eficaz de propaganda y evangelización. Monseñor Soler opinaba
que gracias a ellas
«(...) se levanta la parte espiritual de las parroquias de campaña, porque muchas de
ellas cuentan ya con Colegios de Hermanas de la Caridad, que forman jóvenes y madres
cristianas, las que, con el tiempo, influyen poderosamente, con la virtud y el buen ejemplo,
en la constitución cristiana del hogar y de la sociedad. En el presente decenio se han
establecido varias congregaciones religiosas de caridad en esta capital y en diversos
pueblos de la Diócesis y se trabaja siempre (...)».32
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28 Segundo Obispo de Montevideo.
29 Tercer Obispo y primer Arzobispo de Montevideo.
30 Administrador Apostólico de Montevideo.
31 Cfr. ACEM, C. 173, c. Censo.
32 M. SOLER, Visita Ad Limina (1896), 15, ACEM, Arzobispado de Montevideo, C. 4.
b. Fundación de medios de prensa
En la década de 1870 se fundaron órganos de prensa oficiales de la curia con
el objetivo de enfrentar los embates de la prensa liberal, difundir la doctrina
cristiana e informar a los católicos. Entre 1871 y 1877 salió El Mensajero del
Pueblo, semanario dirigido por el P. Rafael Yéregui; posteriormente, de 1886 a
1918, apareció La semana Religiosa.
La causa católica contó, además, con un medio semioficial orientado por laicos:
el periódico El Bien Público, fundado en 1878 por el insigne poeta Juan
Zorrilla de San Martín, que siguió imprimiéndose buena parte del siglo XX. Publicaba
cuestiones doctrinales, noticias de actualidad y artículos polémico-apologéticos.
En 1885 tuvo problemas con el gobierno por su actitud crítica de la
ley de Matrimonio Civil Obligatorio, fue censurado y debió cambiar temporalmente
de nombre, pasó a llamarse El Diario Católico.
c. Fomento de la actividad evangelizadora en el interior del país
Los prelados se preocuparon particularmente por fomentar la evangelización
en el interior del país propiciando la realización de misiones rurales. Pretendían
combatir lo que en la época denominaban «apatía» e «indiferentismo»
y promover el «progreso moral» y «espiritual» de los fieles.33 Los propios
obispos recorrieron el campo procurando tener un contacto directo con sus feligreses.
Durante los días que duraba la misión (entre cuatro y ocho), los sacerdotes
realizaban charlas de contenido doctrinal, celebraban misa y administraban
los sacramentos del matrimonio, bautismo y confesión. Buscaban eliminar el
«amancebamiento» y otros «vicios morales» como el juego, violencia y holgazanería.
Al final de cada misión se erigía una cruz en un sitio elevado con el objetivo
de perpetuar entre los comarcanos la memoria del acontecimiento.
Se crearon organizaciones dedicadas exclusivamente a las misiones. La más
importante fue el «Centro Apostólico San Francisco Javier», fundado el 17 de
agosto 1896 por iniciativa de un grupo de damas católicas de Montevideo y con
el respaldo de la Compañía de Jesús.34 Su propósito era
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33 En 1872 un sacerdote le decía a Mons. Vera: «ilmo. Sr. Manifiesto mis dolores que me hace concebir
este pueblo recién formado (...) Son muy cumplidos unos con los otros pero con la iglesia (...) se
avergüenzan: las visitas, las murmuraciones y el ocio y mate los entretenimientos con que cumplen
exactamente» (Carta del Padre Francisco Leivas a Mons. Jacinto Vera, 29 de octubre de 1872. ACEM.
Vicariato Apostólico. Correspondencia de Mons. Vera, C. 305, c. 31).
34 Los detalles de sus primeras empresas han quedado registrados en un importante documento titulado
Obra de civilización o viajes del Centro Apostólico a los diecinueve departamentos de la República
Oriental del Uruguay por un Padre de la Compañía de Jesús, Montevideo, 1914.
«(...) llevar la luz de la instrucción moral y religiosa a los moradores de la campaña,
que por vivir lejos de todo centro de población, viven en lamentable ignorancia de su último
fin. (...) el conocimiento de Dios (...) es lo que el Centro lleva a los alejados del comercio
de las ciudades y pueblos; con este conocimiento, que es el fundamental, lleva el
Centro a estos infelices la regeneración moral, el orden en su vida y costumbres, la paz
con los hombres y la amistad con Dios».35
Entre 1896 y 1908 el Centro realizó una gira completa por los 19 departamentos
de la República. Los resultados cuantificados revelan una actividad febril:
211 misiones, 23.986 comuniones, 12.524 confirmaciones, 3.016
bautismos y 318 matrimonios regularizados.36 La falta de continuidad en la realización
de misiones y la carencia de sacerdotes impidieron una acción prolongada
en el tiempo que calara profundamente en los habitantes de la campaña.
d. Desarrollo del asociacionismo católico
El asociacionismo católico tuvo una época de expansión, especialmente a
partir del obispado de Jacinto Vera. Estas organizaciones laicales (cofradías y
hermandades) estaban orientadas por sacerdotes, director», «asesor», o «capellán
», y poseían estatutos y autoridades propias. Fueron un medio de evangelización
urbana y estaban dedicadas a la realización de actos devocionales,
piadosos y/o caritativos. La patrona, la Virgen en cualquiera de sus advocaciones,
Cristo, o un santo, debía inspirar virtudes y valores.
Los estatutos reglamentaban minuciosamente los actos religiosos y prescribían
un código de conducta para sus miembros. Las siguientes disposiciones tomadas
del libro de actas de la Pía unión de Hijas de María (mayo de 1878,
Parroquia de la ciudad de Rosario) resultan ilustrativas:
«La profesión pública que hacen las Hijas de María de ser devotas de Nuestra Señora
las obliga naturalmente a dedicarse con más empeño que las demás a la práctica de
las obras de piedad. Así no dejarán, al levantarse por la mañana, de dar gracias a Dios
consagrando a El los primeros pensamientos; rezarán tres Padre Nuestros y Ave Marías
a honra de la Santísima Trinidad, un Credo y una Salve, sin perjuicio de otras devociones
suyas que tengan de costumbre. Harán, siempre que les sea posible, un rato de oración
mental o lectura de algún libro espiritual; harán firme propósito de no ofender a
Dios en el día (...). A la noche antes de recogerse harán examen de conciencia, rezarán
tres Padre Nuestros y Ave Marías, otro más por las ánimas del Purgatorio y pedirán por
último la bendición a María.
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35 ibidem, 339.
36 ibidem, 332-333.
«En todo tiempo y circunstancia harán diligencia y empeño las congregantas en imitar
las virtudes, de que tienen un modelo acabado en la vida de María Santísima y de
Santa Rosa, particularmente la humildad, la modestia, la pureza, obediencia, mortificación
y amor al trabajo.
«Evitarán con todo cuidado las diversiones peligrosas, la compañía de personas ajenas
al espíritu de piedad o imbuidas de máximas contrarias a la religión, o corrompidas
por malas costumbres. Se guardarán asimismo de la lectura de libros prohibidos».37
Estas disposiciones estaban pensadas y dedicadas a las mujeres, última «reserva
moral» de la Iglesia, que «salvarían» a las familias y a la sociedad uruguaya.
La hermandad representaba un bastión contra los embates del
secularismo. Las congregantas debían preservarse de todo aquello que pudiera
ir contra la doctrina eclesiástica y la moral cristiana. El control clerical correspondía
al Director, pero involucraba también a las mismas congregantas quienes
debían vigilar y denunciar a quienes transgredieran los reglamentos.
Existen varios documentos oficiales de la Iglesia uruguaya que revelan el rol
asignado a estas organizaciones. Los prelados insistían recurrentemente en la
eficacia salvífica de la incorporación a estas organizaciones y encomiaban a los
clérigos para que promovieran las asociaciones patronales en sus respectivas
parroquias.38 Para autorizar la erección de una cofradía era necesario solicitar
permiso al obispo.39 En las asociaciones se intentó formar cuadros de resistencia
al anticlericalismo. Contribuían, relativamente, a compensar las carencias
de personal eclesiástico «clericalizando» a los laicos en organizaciones rígidas
donde la obediencia era fundamental. Son testimonio de una etapa de endurecimiento
de la Iglesia; constituyen un ejemplo del repliegue clerical y de la forma
temerosa en que se miraba al mundo moderno que acechaba contra la ciudadela
de la «civilización cristiana».40
e. Los Congresos Católicos
Entre 1889 y 1911 se realizaron cuatro Congresos Católicos (1889, 1893,
1900 y 1911), verdaderos cónclaves de laicos, sacerdotes y religiosos de los
que surgían iniciativas para hacer más efectiva la tarea de la Iglesia. En el 4º
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37 Libro de Actas de la Pía Unión de Hijas de María, 1878, APNSR.
38 Cfr. ARquIDIÓCESIS DE MONTEVIDEO, Esquema de las constituciones Sinodales, Montevideo,
1925, 185-186.
39 Cfr. ARquIDIÓCESIS DE MONTEVIDEO, Tercer Sínodo Diocesano, Montevideo, 1951, 98.
40 Estas organizaciones comenzaron a decaer irremediablemente a partir de la década de 1950. La
crisis socioeconómica y la inserción de la Iglesia posterior al Vaticano II las hicieron disfuncionales
con la realidad histórico-religiosa.
Congreso, convocado por Mons. Isasa en 1911, se concretaron las instituciones
que estaban en germen: la unión Social (coordinación de obras asistenciales y
caritativas surgidas bajo el estímulo de la Rerum Novarum de León XIII), la
unión Económica (coordinación de organizaciones católicas dedicadas al ahorro
y préstamo), y la unión Cívica (partido político que se presentó a las elecciones
de constituyentes de 1916). Nacieron varias organizaciones que
constituyeron una sólida estructura eclesial que aspiraba a cubrir todas las necesidades
del cristiano.
f. El Club Católico
Para contrarrestar el monopolio ideológico del racionalismo en las élites
culturales se fundó el Club Católico el 20 de junio de 1875. Pretendía brindar a
la juventud religiosa un ámbito de estudio y formación para luchar contra el anticlericalismo
reinante en la universidad. Mons. Jacinto Vera acogió calurosamente
esta iniciativa laical, designó directores a Mariano Soler y Ricardo Isasa.
El primero resultó un decidido animador del Club, realizó conferencias y cursos
destinados a la edificación y formación de los militantes de «la causa» sobre
temas muy variados: teorías darwinistas, racionalismo, protestantismo, etc.
g. Acción en el plano educativo
La reforma escolar impulsada por José Pedro Varela a partir de 1877 buscó
imponer una educación estatal gratuita, laica y obligatoria. A partir de entonces
la Iglesia estimuló la fundación de una serie de instituciones relacionadas con la
enseñanza que buscaban establecer un contrapeso a los avances del laicismo en
la educación:
El «Liceo de Estudios universitarios» en 1877, iniciativa de Mariano Soler con el fin
de que se convirtiera en una universidad católica.
El «Instituto Pedagógico» en 1882, para contrarrestar la acción del laicismo en la escuela primaria; Francisco Bauzá, ilustre historiador y legislador católico, fue elegido Presidente.
A su amparo se fundaron varias escuelas en Montevideo y en el interior del país,
se elaboraron programas especiales para ellas y Bauzá redactó los textos.
La «Asociación de enseñanza Católica» en 1885.
Surgió una extendida red de colegios administrados, en su gran mayoría, por
congregaciones religiosas.
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CONCLUSIÓN
La implantación de la Iglesia en Uruguay fue tan tardía como la colonización española de su territorio. Se trató de un catolicismo epidérmico y formal.
La dependencia eclesiástica de la diócesis de Buenos Aires le quitaba a los clérigos orientales dinamismo, creatividad y capacidad de iniciativa. En la larga duración puede apreciarse claramente que careció de recursos económicos significativos, sacerdotes ilustrados, salvo excepciones, y un centro superior de educación. Estuvo mal preparada para enfrentar los desafíos que se le plantearon a partir de la independencia nacional. El Estado se autoproclamó heredero del Patronato y por tanto, reivindicó su hegemonía sobre la Iglesia.
La Constitución de 1917 fue interpretada por los católicos como una derrota.
Adquirieron conciencia de la pérdida definitiva de la vieja y añorada estructura de «cristiandad» y de la irreversible realidad de convivir en una sociedad plural y laica. Esto favoreció el repliegue eclesial y la paulatina merma de su influencia sociocultural. Fenómenos nuevos como el rápido desarrollo de confesiones protestantes, pentecostales y cultos sincréticos de origen afrocristianos, coadyuvaron en el transcurso del siglo XX a disminuir notoriamente la ya cuestionada ascendencia católica.
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