Hoy el ser humano busca con ahínco la liberación de las opresiones externas, pero descuida la liberación interior, que es la verdadera. Jesús habla de liberarse antes de liberar. En el evangelio de Juan, está muy claro que tan grave es oprimir como dejarse oprimir. El ser humano puede permanecer libre, a pesar de sometimientos externos, hay una parte de su ser que nadie puede doblegar. La primera obligación del hombre es no dejarse esclavizar y el primer derecho, verse libre de toda opresión.
¿Cómo conseguirlo? El evangelio nos lo acaba de decir: “Jesús volvió a Galilea con la fuerza del Espíritu”. Ahí está la clave. Solo el Espíritu nos puede capacitar para cumplir la misión más importante que tenemos como seres humanos. Tanto en el AT como en el NT, ungir era capacitar para una misión. Pablo nos lo dice con claridad meridiana: Si todos hemos bebido de un mismo Espíritu, seremos capaces de superar el individualismo, y entraremos en la dinámica de pertenencia a un mismo cuerpo.
La idea de que todos formamos un solo cuerpo es genial. Ninguna explicación teológica puede decirnos más que esta imagen. La idea de que somos individuos con intereses contrapuestos es tan demencial como pensar que una parte de nuestro cuerpo pueda ir en contra de otra parte del mismo cuerpo. Cuando esto sucede le llamamos cáncer. El individualismo solo puede ser superado por la unidad del Espíritu.
Pablo nos invita a aceptarnos los unos a los otros como diferentes. Esa diversidad es precisamente la base de cualquier organismo. Sin ella los seres vivos superiores serían inviables. Una de las exigencias más difíciles de nuestra condición de criaturas consistiría en aceptar al otro como diferente, encontrando en esa diferencia no una amenaza, sino una riqueza. Es fácil aceptar que estamos en la dinámica opuesta. Seguimos empeñados en rechazar y aniquilar al que no es como nosotros.
Lo único que predicó Jesús fue el amor, la unidad. Eso supone la superación de todo egoísmo y toda conciencia de individualidad. Los conocimientos científicos adquiridos en estos dos últimos siglos vienen en nuestra ayuda. Somos parte del universo, somos parte de la vida. Si seguimos buscando el sentido de nuestra existencia en la individualidad, terminaremos todos locos. El sentido está en la totalidad, que no es algo separado de mi individualidad, sino su propio constitutivo esencial.
El Espíritu no es más que Dios presente en lo más hondo de nuestro ser. Eso que hay de divino en nosotros es nuestro verdadero ser. Todo lo demás, no solo es accidental, transitorio y caduco, sino que terminará por desaparecer. No tiene sentido que sigamos potenciando aquello de lo que tenemos que despegarnos. Querer poner el sentido a mi existencia en lo caduco es ir en contra de nuestra naturaleza más íntima.
Fray Marcos
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