La Iglesia y el proceso de secularización en el Uruguay.
SEGUNDA PARTE
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Hispania Sacra, LXIII 127, enero-junio 2011, 283-303, ISSN: 0018-215-X de Orleans y llegó a dominar las cátedras universitarias. Posteriormente comenzó a decaer frente a los avances del positivismo. uno de sus textos clásicos, muy utilizado con fines didácticos, fue el Cours de philosophie de Eugenio Geruzez.
9 A propósito del mismo nos dice Arturo Ardao: «Atendido lo esencial, la filosofía positivista surgió en el siglo XiX como un gran movimiento de reacción contra la metafísica, llevado a cabo en nombre de la ciencia, y en particular de la ciencia de la naturaleza. (...) Ante todo representó el positivismo la síntesis del racionalismo con el empirismo. (...) El positivismo como escuela fue fundado en Francia por Augusto Comte (...)» (A. ARDAO, Espiritualismo... 67-70).
10 Cfr. ibidem, 61 y 108.
11 Ardao define al racionalismo religioso, como «toda posición que proclame o reivindique los derechos de la razón frente al dogmatismo teológico de la fe, aunque no siempre llegue a romper con ese dogmatismo» (A. ARDAO, Racionalismo... ll).
12 Las fechas indicadas deben tomarse como límites aproximados y no implican la desaparición de las formas anteriores.
El modelo de cristiandad fue confrontado y puesto en cuestión por las medidas
anticlericales, que jalonaron la secularización de un Estado fuertemente influido
por el racionalismo y el positivismo. Las autoridades eclesiásticas no escaparon a este movimiento que envolvió a toda la sociedad uruguaya y necesariamente tuvieron que «imaginar» una Iglesia adaptada a la nueva y desafiante realidad.
El 16 de julio de 1865 el Papa Pío IX consagró al Vicario Apostólico, Pbro.
Jacinto Vera,13 obispo titular de Megara «in partibus infidelium». Esta disposición
coadyuvó a jerarquizar la institución y dotar a su máxima autoridad de la
dignidad y poderes jurisdiccionales para enfrentar los embates anticlericales. El
proceso de consolidación institucional tuvo un hito fundamental en 1878 cuando
el Vicariato fue elevado a la categoría de Diócesis. Vera se transformó en el
primer obispo de Montevideo con autoridad sobre todo el territorio nacional.
Desempeñó un rol trascendente en la organización de la iglesia uruguaya hasta
su muerte en 1881.
Vera y sus sucesores Inocencio María Yéregui, obispo entre 1881 y 1891, y
Mariano Soler,14 obispo a partir de 1891 y Arzobispo desde 1897 hasta su
muerte en 1908, debieron enfrentar críticas situaciones: ad extra, los embates
del anticlericalismo y ad intra problemas económicos y organizativos.
La pobreza edilicia y ornamental de los templos de campaña era notoria y provocaba
reclamos por parte de los fieles que querían dignificar sus lugares de culto.
Algunas capillas de parajes muy apartados carecían de los elementos necesarios
para la realización de ceremonias religiosas. En ocasiones los sacerdotes no po -
dían bautizar por la falta de crismeras. Los útiles litúrgicos eran muy escasos.15
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Hispania Sacra, LXIII 127, enero-junio 2011, 283-303, ISSN: 0018-215-X 13 Gran organizador institucional de la Iglesia uruguaya que debió enfrentar serias dificultades desde el comienzo de su gestión. En la década de 1870 desarrolló una acción muy intensa: estimuló el ingreso al país de congregaciones religiosas como bayoneses, salesianos, capuchinos, vicentinas y jesuitas, entre otros; promovió a un grupo de clérigos y laicos jóvenes; contó incondicionalmente con el respaldo de los jesuitas. La Compañía de Jesús merece una mención especial pues constituyó en la primera época racionalista la avanzada de lucha contra la masonería católica. En los panfletos y en la prensa anticlerical posterior a la década de 1850 el término «jesuitismo» fue utilizado con una connotación peyorativa.
14 Soler estudió entre 1863 y 1868 en el colegio Inmaculada Concepción de Santa Fe (Argentina) a cargo de los jesuitas, en 1869 viajó a Roma para completar sus estudios en el Colegio Pío Latinoamericano; entre 1871 y 1874 obtuvo los grados académicos de Licenciado y Doctor en Teología y en Derecho Canónico; en 1874 volvió a Montevideo y comenzó una intensa actividad, ocupó cargos importantes a nivel de Curia e incluso fue electo Diputado (1879-1882). Tuvo un rol preponderante en la segunda etapa de organización de la Iglesia. Durante su episcopado procuró aumentar el clero y mejorar la formación de los seminaristas. Gran polemista, luchó duramente contra el anticlericalismo acérrimo de la época. Viajó incansablemente, recorrió el mundo llegando en varias ocasiones a Tierra Santa. Falleció en 1908 cuando retornaba a Uruguay de uno de esos viajes.
15 Algunos testimonios de época son elocuentes del estado material en que se encontraban las iglesias de campaña:
Además de los problemas económicos, había otro muy importante y que
persistió a largo plazo: la escasez de vocaciones sacerdotales. La situación era
muy difícil en el interior de la República y estaba agravada por la enorme extensión
de las circunscripciones parroquiales. La tarea evangelizadora estaba
muy resentida y existieron abusos. Mons. Yéregui constataba dolorosamente
este problema:
«Las parroquias no se hallan en estado más próspero porque, diré con sentimiento y
sin pretender agraviar, que habiendo sido estas regenteadas por sacerdotes extranjeros, estos generalmente, y salvo honrosas excepciones, han procurado atesorar para retirarse a su país y no se han dedicado a las mejoras materiales o fundación de obras pías en las parroquias a su cargo».16
Las apreciaciones del prelado no eran exageradas. La poca dedicación de los
sacerdotes a sus tareas pastorales era un mal de larga data en el país. En 1834 el
cónsul de Francia en Uruguay describía con tintes sombríos el personal sacerdotal
de la campaña y el descreimiento generalizado que había detectado:
«La religión, el freno más seguro para un pueblo ignorante y corrompido, es aquí
completamente impotente para detener ese desborde de las costumbres y atemperar ese carácter de ferocidad. En campaña, las prácticas que prescribe son difíciles de observar, a causa de la gran distancia que separa las viviendas de los pueblos en que de ordinario se encuentran la iglesia y el domicilio de los curas. Así pasan los meses y los años sin que los pobladores asistan al servicio divino o a una instrucción pastoral. (...) la incredulidad se ha hecho una moda; y tales sentimientos se han transmitido así, de generación en generación hasta el presente. (…) Puede decirse que en este pueblo se han extinguido todos los sentimientos religiosos, o al menos que exagera su indiferencia en materia de Religión.
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«Sr. Presbítero Nicolás Luquese: Desde el momento en que me hice cargo de esta Vice Parroquia por medio de VD. manifesté a Su ilma. (...) las necesidades de ella, y entre las más urgentes (...) un misal: Vd. de respuesta me dijo: que no convenía comprar misal, porque se estaba reformando; y esto hace más de un año. Por la presente someto a la consideración de VD. que el misal existente en esta iglesia es del año 1761, no contiene ninguna de las misas de los misterios de la Pasión de Jesucristo, nada le digo de las otras misas que contienen los otros misales que se imprimieron después de la indicada fecha (...). Si Su Sra. ilma. creerá conveniente hacerme conseguir alguno de los muchos existentes en la catedral se lo agradecería, y con el tiempo comprar alguno después de la reforma» (Carta del Padre Vicente Caggiano al Padre Nicolás Luquese, s/d, ACEM. Obispado de Montevideo. Monseñor Inocencio Yéregui, C. 298, c. 3c).
Estos problemas no eran patrimonio del interior, Mons. Yéregui informaba que la propia Iglesia Catedral de Montevideo no tenía «rentas propias provenientes de beneficios, fundaciones o legados píos, sino las rentas de pie de altar que recibe por ser parroquia y que apenas son suficientes para atender al servicio que ha tenido siempre como iglesia Matriz de la Capital» (Cfr. I. Ma. YEREGuI, Visita Ad Limina. Estado de la diócesis de Montevideo (1888). ACEM. Obispado de Montevideo, Mons. Inocencio Ma. Yéregui, C. 298, c. 3b).
16 idem.
«La ignorancia y la inconducta del clero han influido (...) en este abandono casi general de todos los principios religiosos. Pocos de nuestros pastores de aldea no serán infinitamente más instruidos que la mayor parte de los sacerdotes de esta capital. Y en Francia no hay un solo ministro del Altar que dé el escándalo de un concubinato flagrante, como la mayor parte de los de esta república. El respeto por el culto se resiste por este estado de cosas, que ejerce una influencia funesta sobre la moral pública de todo el país».17
En 1904 había 139 sacerdotes para la atención pastoral de 51 parroquias, 9
viceparroquias y 42 capillas extendidas por todo el territorio nacional; 47 uruguayos y 92 extranjeros, 55 de los cuales no estaban incardinados.18 El personal eclesiástico de los departamentos más alejados de la Capital era escaso, v.gr., dos sacerdotes en Artigas, uno en Salto y uno en Rivera. Primaba la heterogeneidad en cuanto niveles de instrucción y vivencia del compromiso ministerial. Monseñor Vera y sus sucesores hicieron denodados esfuerzos por crear un clero nacional con una formación intelectual sólida.
En 1897 el Papa León XIII creó la Provincia Eclesiástica del Uruguay conformada por el Arzobispado de Montevideo y las diócesis sufragáneas de Melo y Salto. Los desacuerdos con el gobierno determinaron que las nuevas diócesis permanecieran vacantes. Cuando en 1908 murió Mons. Mariano Soler quedó también acéfala la Sede Metropolitana. Mons. Ricardo Isasa asumió el gobierno de la Iglesia uruguaya en calidad de Administrador Apostólico. Le tocó enfrentar los últimos embates del secularismo anticlerical de José Batlle y Ordóñez, que derivó en la separación absoluta de la Iglesia y el Estado establecida en la Constitución de 1917.
Mons. Isasa fue sustituido en 1918 por el sacerdote redentorista José Johannemann, como designado por el Vaticano Visitador Apostólico y encargado de normalizar la situación de la proyectada Provincia Eclesiástica del uruguay.
Desarrolló su labor entre 1918 y 1919. En 1919, desaparecido el obstáculo del
Patronato, fueron provistas las sedes vacantes: el Papa Benedicto XV designó a Juan Francisco Aragone Arzobispo de Montevideo; Tomás Camacho, Obispo de Salto; José Semería, Obispo de Melo. Se abría una nueva etapa en la historia de la Iglesia uruguaya…
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17 «Informe del Señor Cónsul de Francia en Montevideo, M.R., Baredère, al Ministerio de relaciones
Exteriores de Francia (1834)» Revista Histórica XXVIII (1958) 501-503.
18 Datos tomados de ACEM, Censo, C. 173.
LA SECuLARIZACIÓN Y SuS CONSECuENCIAS
La secularización19 fue un lento pero sostenido proceso de diferenciación de
campos de influencia,20 jalonado por una serie de enfrentamientos entre la Iglesia y el Estado. Se desarrolló durante las últimas cuatro décadas del siglo XIX y comienzos del XX, coincidiendo con la modernización del país.
Los antecedentes del conflicto se encuentran a finales de la década de 1850,
durante el vicariato de Lamas. Éste hizo pública una carta pastoral referida a los problemas de la Iglesia y advertía a los clérigos sobre la amenaza de la masonería y el racionalismo:
«Rodeados de una vana y engañosa filosofía, y poco observada en algunos puntos la disciplina eclesiástica, nos desentenderíamos de un deber gravísimo y seríamos unos mercenarios infieles, si no os dirigiésemos nuestras letras. (...)
«Venerables sacerdotes: vosotros sois el primer objeto de nuestra solicitud. Por vuestro elevado estado sois el espejo en que se miran los demás. De vuestro arreglo pende ciertamente el de todo el pueblo. Vosotros sois los ministros del Señor, y como tales, os corresponde promover la observancia de la divina Ley, no menos con las obras que con las palabras. A vosotros toca celar el decoro de su sagrado Templo, la pureza de la religión, la reforma de las costumbres, ofreciendo con vuestros procedimientos el mejor modelo
».21
En 1856 publicó otro documento recordando la condena eclesial sobre la
masonería.
El 26 de enero de 1859, el Presidente de la República decretó la expulsión
de los jesuitas por manifestaciones antimasónicas de algunos de sus miembros.
En 1861 se produjeron los acontecimientos relatados en el apartado anterior,
vinculados con la muerte de Jacobson y que derivaron en la municipalización
de los cementerios. A partir de entonces la relación entre Iglesia y Estado se
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19 Categoría polisémica y controvertida que ha dado lugar a muchos debates y reformulaciones
teóricas (F. FERRAROTTI et al., Sociologia da religiao, San Pablo, 1990; R. DIAZ-SALAZAR - S. GINER -
F. VELASCO, Formas modernas de religión, Madrid, 1994). En este artículo es entendido y manejado,operativamente como proceso de enfrentamiento, separación y autonomización de las esferas de acción e influencia de la Iglesia y el Estado. El resultado del mismo, en la sociedad uruguaya, fue una importante privatización de lo religioso, fenómeno que diferencia y caracteriza al país en el contexto latinoamericano
(cfr.: R. BLANCARTE, «Laicidad y secularización en México», Estudios Sociológicos, El
Colegio de México XIX (2001) 843-855).
20 Cfr.: C. ZuBILLAGA y M. CAYOTA, Cristianos y cambio social…; J. P. BARRAN, iglesia Católica y
burguesía en el Uruguay de la modernización (1860-1900), Montevideo, 1988; G. CAETANO y R. GEYMONAT,
La secularización uruguaya (1859-1919). Catolicismo y privatización de lo religioso, Montevideo,
1997; D. STuRLA, ¿Santa o de Turismo? Calendario y secularización en el Uruguay, Montevideo,
2010.
21 Pastoral del ilustrísimo y Reverendísimo Sr. Vicario Apostólico de esta República. D. José Benito Lamas. A su respetable clero y a todos los fieles, 28 de setiembre de 1854. hizo cada vez más tensa. Se crearon una serie de normas lesivas para la Iglesia, pero hubo dos particularmente importantes: las leyes de Registro de Estado Civil (1879) y de Matrimonio Civil Obligatorio (1885). Ambas erosionaron y debilitaron a influencia eclesiástica pues le quitaron el monopolio de la inscripción de bautismos, matrimonios y defunciones.
La ley de 1879 generó muchos problemas. Algunos jueces y fiscales la interpretaban en el sentido de que prohibía a los sacerdotes realizar el bautismo sin la constancia de la anotación en el Registro Civil.22 Resulta ilustrativo el caso del Párroco de Durazno, Juan Cruz Echenique quien en una carta dirigida al Vicario General y Gobernador de la Arquidiócesis explica la situación que le tocó vivir:
«Accediendo por fin a las reiteradas indicaciones de V.E. hoy he hecho presentar la fianza para mi excarcelación. (...)
«Como V.E. puede enterarse del expediente, aquí ya no se trata de si los curas pueden o no inscribir en los libros parroquiales las partidas de las criaturas que se bautizan sin el certificado de su inscripción en el Registro Civil, que es a lo único que se refiere el Artículo 37 de la Ley de Registro Civil. Aquí se trata directamente de si se pueden o no bautizar esas criaturas sin el peligro de ir a una cárcel a la simple denuncia de un mentecato sin sentido común y de un fiscal sectario y hambriento de la persecución clerical, como dicen ser (como lo prueban con los hechos) el del Durazno, con el concurso de un juez letrado que, ofuscado también por el espíritu liberal, cree que el Art. 37 (...) no solo prohíbe la inscripción en los libros de las criaturas que no traen certificado, sino también el mismo Bautismo: pues no se comprende de otra manera el auto de prisión en las circunstancias en que se ha dictado. (...)
«¿Se creerán estos nuevos Nerones que, puesto el Clero Diocesano con sus autoridades a la cabeza en la alternativa de obedecer a Dios o a los hombres dudarán en la elección?
(…) ¡insensatos!»23
Las cifras de bautismos y matrimonios ofrecen importantes datos para «medir » la «descristianización» de la sociedad tal como la percibían los actores eclesiásticos. Ofrecemos a continuación una serie de cuadros estadísticos que permiten comparar el número de matrimonios religiosos y bautismos celebrados antes y después de 1885 en algunas parroquias de Montevideo e interior, y datos particulares de la Parroquia de San Eugenio, Departamento de Artigas, donde se informa sobre la situación filiatoria de los bautizados.
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22 El artículo 37 de la ley de 1879 establecía claramente que «(...) los curas párrocos no admitirán
inscripción alguna de bautismo en sus libros parroquiales, sin que los interesados exhiban previamente
el correspondiente certificado de inscripción en el Registro Civil de nacimiento» (Ma. GRIEGO y
otros, Monseñor Soler. Acción y obras, Montevideo, 1991, 120).
Siendo diputado, Soler propuso el 25 de junio de 1880 en la Cámara la supresión de este artículo
por considerarlo inconveniente. No tuvo éxito, la votación le fue adversa y el artículo siguió vigente.
23 Carta de Juan Cruz Echenique a Santiago Haretche, 16 de agosto de 1899. APNSM. C. Asuntos
Generales (1827-1909), c. Asuntos Varios, 1889-1909.
Los datos del cuadro I evidencian que en la gran mayoría de las parroquias
descendió notoriamente el número de matrimonios. Hubo una disminución del
38% que en algunos casos llegó al 82% (Tacuarembó). Las cifras tienden a aumentar
en los departamentos más alejados de Montevideo con menor presencia
clerical. Largas distancias, escasez de sacerdotes, costo de los derechos eclesiásticos,
y la posibilidad de legalizar civilmente las uniones de hecho, fueron
los factores esenciales que oficiaron como inhibidores en muchas parejas para
contraer matrimonio religioso.
Cuadro i
matrimonios
Fuente: Estadísticas de matrimonios religiosos (1870-1900). ACEM, C. 173, c. Estadística. Nacimientos.
Bautismos. Defunciones.
Las cifras de bautizados, que figuran en el cuadro II, no disminuyeron
tanto como las de matrimonios y, en algunos casos, aumentaron. Para explicar
esta diferencia estadística debemos tener en cuenta la significación del
este sacramento: el bautismo estaba rodeado de un halo de sacralidad por su
carácter de rito de iniciación y sacramento salvífico; era considerado impostergable
mientras que el matrimonio religioso representaba para muchas personas
un mero formulismo y un recurso de los sacerdotes para sacar dinero a
Parroquias 1870-85 Promedio 1896-900 Promedio
Matriz 6.000 375
Continuará TERCERA PARTE
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