LA IGLESIA Y EL PROCESO DE SECULARIZACIÓN
EN EL URUGUAY MODERNO (1859-1919)* POR TOMÁS SANSÓN CORBO Universidad de la República (Uruguay)
RESUMEN.- PRIMERA ENTREGA
URUGUAY se caracteriza, entre otras cosas, por ser un país eminentemente
laicista. La Constitución de 1917 consagró la separación absoluta de la Iglesia y
el Estado y puso fin a un largo proceso de secularización iniciado en 1859. La
Iglesia perdió su preponderancia sociocultural y desde el Estado se articuló un
imaginario colectivo prescindente de referentes religiosos. En este artículo pretendo
analizar la frustrada lucha de la Iglesia por conservar su influencia sociocultural
y las estrategias articuladas en varios frentes (pastoral, educativo,
periodístico, político, catequético) para evitar lo que en la época se denominó la
«descristianización». Este enfoque contribuye a explicar los rasgos originales de
la Iglesia uruguaya y el carácter de sus relaciones con la sociedad y el Estado.
PALABRAS CLAVE: Iglesia, uruguay, secularización, siglo XIX.
THE CHuRCH AND THE PROCESS OF SECuLARIZATION
IN THE MODERN uRuGuAY (1859-1919)
ABSTRACT
Uruguay is characterized itself by, among other things, to be an eminent
secular country. The Constitution of 1917 established the absolute separation of
the Church and the State and it put an end to a long process of secularization initiated
in 1859. The Church lost its socio-cultural preponderance, and from the
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* REFERENCIAS: ACEM: Archivo de la Curia Eclesiástica de Montevideo; APNSM: Archivo de la Parroquia Nuestra Señora de las Mercedes; APNSR: Archivo de la Parroquia Nuestra Señora del Rosario;
C: Cajón; c: Carpeta.
State was articulated an imaginary collective devoid of any religious point of re -
ference. In this article, I expect to analyze the unsuccessful fight of the Church to
preserve its socio-cultural influence and the strategies structured in several fronts
–pastoral, formative, journalistic, political, catechism educational– to avoid what
in the time, was denominated the «Dechristianization». This approach leads to
explain the original features of the uruguayan Church and the character of its relationships
with the society and the State.
KEY wORDS: Church, uruguay, secularization, XIX century.
Recibido/Received 16-02-2010
Aceptad/Accepted 16-11-2010
CONTEXTO HISTÓRICO
El territorio que conforma la Provincia Eclesiástica del uruguay perteneció,
sucesivamente, a las diócesis de Lima (1543-1547), Asunción (1547-1582) y
Buenos Aires (1582-1832).
Durante el período colonial la Iglesia estaba profundamente unida al Estado.
El Rey recibió, paulatinamente, amplias potestades otorgadas por la Santa Sede
para evangelizar el Nuevo Mundo.1 El conjunto de concesiones constituyeron
el «Patronato Real», signo jurídico de la implantación de la cristiandad en Indias.
Comprenderlo es fundamental para entender la historia eclesiástica latinoamericana
y, en particular, la uruguaya.
Durante el período comprendido entre la erección del obispado de Buenos Aires
(1620) y la fundación de Montevideo (1724) comenzó la acción evangelizadora
en la Banda Oriental2 y las primeras modalidades de implantación eclesiástica.
La Banda Oriental fue denominada «tierra sin ningún provecho» por las autoridades
españolas en el siglo XVI en función de la escasez de metales preciosos.
La presencia de tribus indómitas retrasó notoriamente el poblamiento y
desalentó la realización de esfuerzos misioneros intensos pues el estadio cultural
de los nativos, recolectores y cazadores, los hacía poco proclives a la conversión.
La evangelización fue tan tardía como la colonización.
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1 Las concesiones del Papa se dieron de forma paulatina y su conjunto constituye el corpus jurídico
que rigió la relación entra la Corona y la Iglesia católica en Indias. Esta legislación es contemporánea
del descubrimiento, tuvo comienzo con la bula inter Caetera del papa Alejandro VI de mayo de 1493 y
se fue configurando durante todo el período hispánico, tanto por decisiones pontificias, como por una
jurisprudencia propia que se caracterizó por un marcado tinte regalista.
La disposición que de hecho otorgó al Rey de España y a sus descendientes el Patronato, es la bula
Universalis Ecclesiae de Julio II del 28 de julio de 1507 (cfr. Cayetano BRuNO, Historia de la iglesia
en la Argentina, Buenos Aires, 1966, t. I, 111).
2 Denominación que recibió en la época colonial el territorio de la actual República Oriental del
uruguay.
No hubo condiciones favorables para una efectiva consolidación de la instituciones
eclesiásticas. Es indudable que existió una cristiandad colonial, pero
fue epidérmica, un leve barniz que coloreó las formas de la vida cotidiana en
las ciudades, estimuló la mentalidad mágica y supersticiosa de los «hombres
sueltos de la campaña», criollos y mestizos, y resultó indiferente para la gran
mayoría de las parcialidades indígenas. Careció de la profundidad que adquirió
en otras regiones de América como Colombia, México y Perú, en las que existieron
tempranamente sedes arzobispales. En la Banda Oriental faltaron difusores
eficaces y guardianes de las pautas religiosas que resultaron tan operativas
para la Corona y la Iglesia.
Hubo una marcada heteronomía institucional, dependencia absoluta del obispado
de Buenos Aires, que impidió mayor dinamismo en la resolución de problemas.
Faltaron iniciativas y/o recursos para establecer monasterios, escuelas y
universidades que hubieran dado a la sociedad colonial una dimensión sociocultural
más elevada. La acción eclesiástica quedó librada a la iniciativa y posibilidades
de unos pocos clérigos que hacían lo que las circunstancias personales y
colectivas les permitían. Faltó la presencia permanente y cercana del obispo que
actuara como fiscalizador, animador de las comunidades parroquiales y conventuales
y de los servicios religiosos y sociales prestados por las mismas.
Con la fundación de núcleos poblados, fundamentalmente Montevideo, comenzó
una modesta acción evangelizadora.3
Durante el proceso revolucionario (1811-1830) la mayoría del clero oriental
se manifestó a favor de la Independencia. Los franciscanos, por ejemplo, fueron
expulsados en 1811 del Montevideo dominado por los españoles a causa de su
abierta simpatía con los revolucionarios. En 1812 murió el último obispo español
de Buenos Aires, Mons. Benito Lué y Riega. En función del Patronato y de la situación
de guerra con España fue imposible designar un nuevo prelado; la Sede
fue administrada por sucesivos Provisores. En 1815 José Artigas, caudillo revolucionario.
logró que las autoridades eclesiásticas bonaerenses reconocieran amplios
poderes al titular de la Matriz de Montevideo, Padre Dámaso Antonio
Larrañaga, sobre todo el territorio de la Provincia Oriental. En 1824 la Santa Sede
intentó desbloquear la inercia, en que habían caído sus relaciones con las iglesias
particulares latinoamericanas, y envió a Mons. Juan Muzi como Nuncio a América
Latina. Al pasar por uruguay ratificó a Larrañaga como Vicario.
uruguay comenzó efectivamente su vida independiente el 18 de julio 1830
cuando se juró la Constitución. Su artículo 5 establecía: «La Religión del Esta-
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3 El establecimiento de reducciones indígenas administradas por franciscanos fue muy limitado,
solamente una, la de Santo Domingo Soriano, tuvo relativo éxito. El carácter indómito de los nativos
de esta región resultó fundamental para explicar estos fracasos.
do es la Católica Apostólica Romana». La fórmula surgió luego de muchos debates
entre los constituyentes.
Jerárquicamente la Iglesia uruguaya seguía dependiendo de la antigua Sede
Episcopal de Buenos Aires. El 2 de agosto de 1832 el Papa Gregorio XVI creó
el Vicariato Apostólico del uruguay y designó titular del mismo al Pbro. Larrañaga,
quien ocupó el cargo hasta su muerte en 1848. Los vicarios posteriores
fueron: Lorenzo Fernández (1848-1852), Benito Lamas (1854-1857), Juan Domingo
Fernández (1857-1859), y Jacinto Vera (1859-1878). El 16 de julio de
1865 el Papa Pío IX consagró a Vera obispo titular de Megara «in partibus infidelium
». En 1878 se convirtió en el primer obispo uruguayo al crearse la Diócesis
de Montevideo.
En el período entre la independencia y la erección del obispado, la Iglesia
evidenció una notoria debilidad estructural, consecuencia de la evangelización
tardía y la inexistencia de un centro eclesiástico importante. El Derecho de Patronato
heredado por el Estado provocó frecuentes roces; la Iglesia debió confrontar
en el plano ideológico contra masones y racionalistas; tenía un escaso
número de sacerdotes para cubrir las necesidades espirituales de los fieles.
Durante la Guerra Grande (1839-1852) la Iglesia quedó dividida. En el denominado
«Gobierno del Cerrito», Larrañaga mantuvo su autoridad, pero en la
ciudad de Montevideo sitiada, «Gobierno de la Defensa», el Presbítero Lorenzo
Fernández gobernó como Provisor Eclesiástico.
En 1842 los jesuitas retornaron al país por primera vez luego de su expulsión
en el siglo XVIII. Su fidelidad a Roma y su férrea defensa de la autoridad
pontificia desentonó y chocó abiertamente con los intereses del Gobierno por
mantener sujeta y sumisa a la Iglesia y a sus pastores.
En 1856 el Vicario Lamas publicó un documento recordado la condena contra
la masonería. Estas y la Iglesia se enfrentaron duramente y comenzaron a
distanciarse progresivamente. El 26 de enero de 1859, el Presidente de la República
decretó la expulsión de los jesuitas por manifestaciones antimasónicas de
algunos de sus miembros. Pero el conflicto más sonado fue a raíz de la muerte,
15 de abril de 1861 y en la ciudad de San José, del médico Enrique Jacobson,
católico y masón: las autoridades eclesiásticas se negaron a sepultar sus restos
en el cementerio. Eso provocó un enfrentamiento que culminó con la secularización
de las necrópolis por parte del Estado.
Hubo serias polémicas internas en la Iglesia que generaron la decisión de
Vera de sustituir al párroco de la catedral de Montevideo, Padre Juan Brid, sacerdote
de tendencia masónica, por Inocencio María Yéregui. El Presidente
Bernardo Berro no lo aceptó. En virtud del Patronato, anuló el pase dado el año
anterior al Breve Pontificio que designaba Vicario a Vera, quien fue desterrado
el 7 de octubre de 1862 y se refugió en Buenos Aires. En agosto de 1863 se rec-
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tificó y consiguió convencer a Vera de retornar a uruguay. Tal actitud fue condicionada
por la coyuntura política del momento: el Presidente no quería que el
problema eclesiástico fuera una causa más de respaldo al caudillo Venancio
Flores, quien estaba preparando una revolución. Estos acontecimientos marcaron
el comienzo del proceso de secularización.
En la década de 1860 se inició una etapa de profundas transformaciones estructurales
en uruguay que duró cuatro décadas y se conoce como «modernización
». Este concepto ha sido utilizado «para dar cuenta del proceso de tránsito
de una sociedad de la ‘tradicionalidad’ a la ‘modernidad’. Ese proceso combina
–aunque no siempre todos, ni todos contemporáneamente– los siguientes
factores: urbanización, industrialización, superación de pautas tradicionales
de comportamiento, eliminación de referentes religiosos de la normativa social,
y articulación de una estructura política democrática y participativa».4
Carlos Zubillaga y Mario Cayota distinguen dos modelos preponderantes en el
proceso modernizador: el agro-exportador5 y el urbano-industrial.6
En la época de la modernización el Estado uruguayo debió «imaginar» una
nación. Intelectuales como Francisco Bauzá, Juan Zorrilla de San Martín, Juan
Manuel Blanes y José Pedro Varela, entre otros, contribuyeron a construir un
pasado, crear una identidad colectiva, con un fuerte carácter laico, y a afirmar
la viabilidad del país.
Las corrientes de pensamiento imperante en el período fueron el espiritualismo
y el positivismo.7
El espiritualismo8 de origen francés fue introducido en uruguay en 1848 por
el Prof. José de la Peña, catedrático de Filosofía de la universidad. Esta escue-
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4 C. ZuBILLAGA y M. CAYOTA, Cristianos y cambio social, Montevideo, 1982, t. I, 97.
5 Llevado adelante por lo que José Pedro Barrán y Benjamín Nahum denominaron «la nueva clase
alta rural» (J. P. BARRAN, B. NAHuM, Historia rural del Uruguay Moderno, Montevideo, 1967, t. I,).
Estaba integrada por «estancieros que concebían la explotación ganadera como una ‘empresa’, fue el
sustractum desde el que partió la acción de la Asociación Rural, impulsora de la modernización». Este
sector presentaba una «visión unilateral del modelo de desarrollo» privilegiando una racional explotación
agropecuaria y asegurando el orden en la campaña gracias al concurso del Estado militarista. El
modelo feneció aproximadamente en 1886 por falta de inversión de capitales y por «las divergencias
subsiguientes entre los productores agropecuarios, que enfrentaban al sector modernizador nucleado
en la Asociación Rural con el sector de los estancieros tasajeros» (C. ZuBILLAGA - M. CAYOTA, 101).
6 El modelo urbano-industrial comenzó a fines de la década de 1880. Fue impulsado por las políticas
civilistas y la todavía débil burguesía industrial. Puso en práctica una política proteccionista que
permitió obrar con cierta independencia de los intereses extranjeros.
7 A. ARDAO es el autor uruguayo que mejor ha estudiado este fenómeno en dos obras clásicas: Espiritualismo
y positivismo en el Uruguay, Montevideo, l968 y Racionalismo y liberalismo en el Uruguay,
Montevideo, l963.
8 El espiritualismo ecléctico nació en Francia a comienzos del siglo XIX y tuvo como principal exponente
a Víctor Cousin. Se trata de un movimiento que procuró realizar una síntesis de los elementos
más positivos de distintas escuelas de pensamiento. Tuvo su apogeo durante el reinado de Luis Felipe
la, hegemónica durante 25 años, formó ideológicamente a la clase dirigente en
un teoricismo acendrado –el fracaso del Principismo, expresión política de esta
filosofía, revela las carencias de estos hombres para enfrentar los problemas del
país. Creó las condiciones para el desarrollo del racionalismo religioso. La
«Profesión de Fe Racionalista» de 1872 estaba impregnada de una ética y un
deísmo característicos del espiritualismo.
En la segunda mitad de la década de 1870 ingresó al país el positivismo.9 A
partir de 1880 cambió la orientación filosófica de la universidad. Su rápido éxito
estuvo vinculado a la instalación de las primeras cátedras de la Facultad de Medicina
(1876) y al estudio de las ciencias naturales que permitieron la consolidación
de lo que Arturo Ardao denominó «la cultura científica» del siglo.10 El positivismo
influyó en distintos planos, contribuyó a crear en los gobernantes una mentalidad
nueva para enfrentar y solucionar los problemas nacionales. Las medidas
comenzaron a tomarse en base a necesidades y hechos concretos, incorporándose
el concepto de evolución a todas las realidades sociales y culturales. A nivel educativo,
la reforma vareliana recogió elementos positivistas que se reflejaron en la
tendencia científica y naturalista de la misma.
En materia religiosa tanto el espiritualismo como el positivismo eran racionalistas.
11 En uruguay el racionalismo decimonónico evolucionó rápidamente
en distintas etapas y bajo su hegemonía intelectual se concretó el proceso de secularización.
Cada etapa estuvo marcada por un conflicto religioso:
1. racionalismo teísta (1850-1865, enfrentamiento entre masones católicos
y jesuitas);
2. racionalismo deísta (1865-1880, racionalistas propiamente dichos contra
católicos en general); y
3. racionalismo ateo o agnóstico (1880-1925, liberales frente a clericales)12.
PRIMERA PARTE continua
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