lunes, 13 de enero de 2025

LA IGLESIA Y EL PROCESO DE SECULARIZACIÓN EN EL URUGUAY MODERNO (1859-1919)* POR TOMÁS SANSÓN CORBO Universidad de la República (Uruguay)

 LA IGLESIA Y EL PROCESO DE SECULARIZACIÓN

EN EL URUGUAY MODERNO (1859-1919)*  POR   TOMÁS SANSÓN CORBO    Universidad de la República (Uruguay)

RESUMEN.-       PRIMERA   ENTREGA

   URUGUAY se caracteriza, entre otras cosas, por ser un país eminentemente

laicista. La Constitución de 1917 consagró la separación absoluta de la Iglesia y

el Estado y puso fin a un largo proceso de secularización iniciado en 1859.      La

Iglesia perdió su preponderancia sociocultural y desde el Estado se articuló un

imaginario colectivo prescindente de referentes religiosos. En este artículo pretendo

analizar la frustrada lucha de la Iglesia por conservar su influencia sociocultural

y las estrategias articuladas en varios frentes (pastoral, educativo,

periodístico, político, catequético) para evitar lo que en la época se denominó la

«descristianización». Este enfoque contribuye a explicar los rasgos originales de

la Iglesia uruguaya y el carácter de sus relaciones con la sociedad y el Estado.

PALABRAS CLAVE: Iglesia, uruguay, secularización, siglo XIX.

THE CHuRCH AND THE PROCESS OF SECuLARIZATION

IN THE MODERN uRuGuAY (1859-1919)

ABSTRACT

Uruguay is characterized itself by, among other things, to be an eminent

secular country. The Constitution of 1917 established the absolute separation of

the Church and the State and it put an end to a long process of secularization initiated

in 1859. The Church lost its socio-cultural preponderance, and from the

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* REFERENCIAS: ACEM: Archivo de la Curia Eclesiástica de Montevideo; APNSM: Archivo de la  Parroquia Nuestra Señora de las Mercedes; APNSR: Archivo de la Parroquia Nuestra Señora del Rosario;

C: Cajón; c: Carpeta.

State was articulated an imaginary collective devoid of any religious point of re -

ference. In this article, I expect to analyze the unsuccessful fight of the Church to

preserve its socio-cultural influence and the strategies structured in several fronts

–pastoral, formative, journalistic, political, catechism educational– to avoid what

in the time, was denominated the «Dechristianization». This approach leads to

explain the original features of the uruguayan Church and the character of its relationships

with the society and the State.

KEY wORDS: Church, uruguay, secularization, XIX century.

Recibido/Received 16-02-2010

Aceptad/Accepted 16-11-2010

CONTEXTO HISTÓRICO

El territorio que conforma la Provincia Eclesiástica del uruguay perteneció,

sucesivamente, a las diócesis de Lima (1543-1547), Asunción (1547-1582) y

Buenos Aires (1582-1832).

Durante el período colonial la Iglesia estaba profundamente unida al Estado.

El Rey recibió, paulatinamente, amplias potestades otorgadas por la Santa Sede

para evangelizar el Nuevo Mundo.1 El conjunto de concesiones constituyeron

el «Patronato Real», signo jurídico de la implantación de la cristiandad en Indias.

Comprenderlo es fundamental para entender la historia eclesiástica latinoamericana

y, en particular, la uruguaya.

Durante el período comprendido entre la erección del obispado de Buenos Aires

(1620) y la fundación de Montevideo (1724) comenzó la acción evangelizadora

en la Banda Oriental2 y las primeras modalidades de implantación eclesiástica.

La Banda Oriental fue denominada «tierra sin ningún provecho» por las autoridades

españolas en el siglo XVI en función de la escasez de metales preciosos.

La presencia de tribus indómitas retrasó notoriamente el poblamiento y

desalentó la realización de esfuerzos misioneros intensos pues el estadio cultural

de los nativos, recolectores y cazadores, los hacía poco proclives a la conversión.

La evangelización fue tan tardía como la colonización.

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1 Las concesiones del Papa se dieron de forma paulatina y su conjunto constituye el corpus jurídico

que rigió la relación entra la Corona y la Iglesia católica en Indias. Esta legislación es contemporánea

del descubrimiento, tuvo comienzo con la bula inter Caetera del papa Alejandro VI de mayo de 1493 y

se fue configurando durante todo el período hispánico, tanto por decisiones pontificias, como por una

jurisprudencia propia que se caracterizó por un marcado tinte regalista.

La disposición que de hecho otorgó al Rey de España y a sus descendientes el Patronato, es la bula

Universalis Ecclesiae de Julio II del 28 de julio de 1507 (cfr. Cayetano BRuNO, Historia de la iglesia

en la Argentina, Buenos Aires, 1966, t. I, 111).

2 Denominación que recibió en la época colonial el territorio de la actual República Oriental del

uruguay.

No hubo condiciones favorables para una efectiva consolidación de la instituciones

eclesiásticas. Es indudable que existió una cristiandad colonial, pero

fue epidérmica, un leve barniz que coloreó las formas de la vida cotidiana en

las ciudades, estimuló la mentalidad mágica y supersticiosa de los «hombres

sueltos de la campaña», criollos y mestizos, y resultó indiferente para la gran

mayoría de las parcialidades indígenas. Careció de la profundidad que adquirió

en otras regiones de América como Colombia, México y Perú, en las que existieron

tempranamente sedes arzobispales. En la Banda Oriental faltaron difusores

eficaces y guardianes de las pautas religiosas que resultaron tan operativas

para la Corona y la Iglesia.

Hubo una marcada heteronomía institucional, dependencia absoluta del obispado

de Buenos Aires, que impidió mayor dinamismo en la resolución de problemas.

Faltaron iniciativas y/o recursos para establecer monasterios, escuelas y

universidades que hubieran dado a la sociedad colonial una dimensión sociocultural

más elevada. La acción eclesiástica quedó librada a la iniciativa y posibilidades

de unos pocos clérigos que hacían lo que las circunstancias personales y

colectivas les permitían. Faltó la presencia permanente y cercana del obispo que

actuara como fiscalizador, animador de las comunidades parroquiales y conventuales

y de los servicios religiosos y sociales prestados por las mismas.

Con la fundación de núcleos poblados, fundamentalmente Montevideo, comenzó

una modesta acción evangelizadora.3

Durante el proceso revolucionario (1811-1830) la mayoría del clero oriental

se manifestó a favor de la Independencia. Los franciscanos, por ejemplo, fueron

expulsados en 1811 del Montevideo dominado por los españoles a causa de su

abierta simpatía con los revolucionarios. En 1812 murió el último obispo español

de Buenos Aires, Mons. Benito Lué y Riega. En función del Patronato y de la situación

de guerra con España fue imposible designar un nuevo prelado; la Sede

fue administrada por sucesivos Provisores. En 1815 José Artigas, caudillo revolucionario.

logró que las autoridades eclesiásticas bonaerenses reconocieran amplios

poderes al titular de la Matriz de Montevideo, Padre Dámaso Antonio

Larrañaga, sobre todo el territorio de la Provincia Oriental. En 1824 la Santa Sede

intentó desbloquear la inercia, en que habían caído sus relaciones con las iglesias

particulares latinoamericanas, y envió a Mons. Juan Muzi como Nuncio a América

Latina. Al pasar por uruguay ratificó a Larrañaga como Vicario.

uruguay comenzó efectivamente su vida independiente el 18 de julio 1830

cuando se juró la Constitución. Su artículo 5 establecía: «La Religión del Esta-

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3 El establecimiento de reducciones indígenas administradas por franciscanos fue muy limitado,

solamente una, la de Santo Domingo Soriano, tuvo relativo éxito. El carácter indómito de los nativos

de esta región resultó fundamental para explicar estos fracasos.

do es la Católica Apostólica Romana». La fórmula surgió luego de muchos debates

entre los constituyentes.

Jerárquicamente la Iglesia uruguaya seguía dependiendo de la antigua Sede

Episcopal de Buenos Aires. El 2 de agosto de 1832 el Papa Gregorio XVI creó

el Vicariato Apostólico del uruguay y designó titular del mismo al Pbro. Larrañaga,

quien ocupó el cargo hasta su muerte en 1848. Los vicarios posteriores

fueron: Lorenzo Fernández (1848-1852), Benito Lamas (1854-1857), Juan Domingo

Fernández (1857-1859), y Jacinto Vera (1859-1878). El 16 de julio de

1865 el Papa Pío IX consagró a Vera obispo titular de Megara «in partibus infidelium

». En 1878 se convirtió en el primer obispo uruguayo al crearse la Diócesis

de Montevideo.

En el período entre la independencia y la erección del obispado, la Iglesia

evidenció una notoria debilidad estructural, consecuencia de la evangelización

tardía y la inexistencia de un centro eclesiástico importante. El Derecho de Patronato

heredado por el Estado provocó frecuentes roces; la Iglesia debió confrontar

en el plano ideológico contra masones y racionalistas; tenía un escaso

número de sacerdotes para cubrir las necesidades espirituales de los fieles.

Durante la Guerra Grande (1839-1852) la Iglesia quedó dividida. En el denominado

«Gobierno del Cerrito», Larrañaga mantuvo su autoridad, pero en la

ciudad de Montevideo sitiada, «Gobierno de la Defensa», el Presbítero Lorenzo

Fernández gobernó como Provisor Eclesiástico.

En 1842 los jesuitas retornaron al país por primera vez luego de su expulsión

en el siglo XVIII. Su fidelidad a Roma y su férrea defensa de la autoridad

pontificia desentonó y chocó abiertamente con los intereses del Gobierno por

mantener sujeta y sumisa a la Iglesia y a sus pastores.

En 1856 el Vicario Lamas publicó un documento recordado la condena contra

la masonería. Estas y la Iglesia se enfrentaron duramente y comenzaron a

distanciarse progresivamente. El 26 de enero de 1859, el Presidente de la República

decretó la expulsión de los jesuitas por manifestaciones antimasónicas de

algunos de sus miembros. Pero el conflicto más sonado fue a raíz de la muerte,

15 de abril de 1861 y en la ciudad de San José, del médico Enrique Jacobson,

católico y masón: las autoridades eclesiásticas se negaron a sepultar sus restos

en el cementerio. Eso provocó un enfrentamiento que culminó con la secularización

de las necrópolis por parte del Estado.

Hubo serias polémicas internas en la Iglesia que generaron la decisión de

Vera de sustituir al párroco de la catedral de Montevideo, Padre Juan Brid, sacerdote

de tendencia masónica, por Inocencio María Yéregui. El Presidente

Bernardo Berro no lo aceptó. En virtud del Patronato, anuló el pase dado el año

anterior al Breve Pontificio que designaba Vicario a Vera, quien fue desterrado

el 7 de octubre de 1862 y se refugió en Buenos Aires. En agosto de 1863 se rec-

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tificó y consiguió convencer a Vera de retornar a uruguay. Tal actitud fue condicionada

por la coyuntura política del momento: el Presidente no quería que el

problema eclesiástico fuera una causa más de respaldo al caudillo Venancio

Flores, quien estaba preparando una revolución. Estos acontecimientos marcaron

el comienzo del proceso de secularización.

En la década de 1860 se inició una etapa de profundas transformaciones estructurales

en uruguay que duró cuatro décadas y se conoce como «modernización

». Este concepto ha sido utilizado «para dar cuenta del proceso de tránsito

de una sociedad de la ‘tradicionalidad’ a la ‘modernidad’. Ese proceso combina

–aunque no siempre todos, ni todos contemporáneamente– los siguientes

factores: urbanización, industrialización, superación de pautas tradicionales

de comportamiento, eliminación de referentes religiosos de la normativa social,

y articulación de una estructura política democrática y participativa».4

Carlos Zubillaga y Mario Cayota distinguen dos modelos preponderantes en el

proceso modernizador: el agro-exportador5 y el urbano-industrial.6

En la época de la modernización el Estado uruguayo debió «imaginar» una

nación. Intelectuales como Francisco Bauzá, Juan Zorrilla de San Martín, Juan

Manuel Blanes y José Pedro Varela, entre otros, contribuyeron a construir un

pasado, crear una identidad colectiva, con un fuerte carácter laico, y a afirmar

la viabilidad del país.

Las corrientes de pensamiento imperante en el período fueron el espiritualismo

y el positivismo.7

El espiritualismo8 de origen francés fue introducido en uruguay en 1848 por

el Prof. José de la Peña, catedrático de Filosofía de la universidad. Esta escue-

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4 C. ZuBILLAGA y M. CAYOTA, Cristianos y cambio social, Montevideo, 1982, t. I, 97.

5 Llevado adelante por lo que José Pedro Barrán y Benjamín Nahum denominaron «la nueva clase

alta rural» (J. P. BARRAN, B. NAHuM, Historia rural del Uruguay Moderno, Montevideo, 1967, t. I,).

Estaba integrada por «estancieros que concebían la explotación ganadera como una ‘empresa’, fue el

sustractum desde el que partió la acción de la Asociación Rural, impulsora de la modernización». Este

sector presentaba una «visión unilateral del modelo de desarrollo» privilegiando una racional explotación

agropecuaria y asegurando el orden en la campaña gracias al concurso del Estado militarista. El

modelo feneció aproximadamente en 1886 por falta de inversión de capitales y por «las divergencias

subsiguientes entre los productores agropecuarios, que enfrentaban al sector modernizador nucleado

en la Asociación Rural con el sector de los estancieros tasajeros» (C. ZuBILLAGA - M. CAYOTA, 101).

6 El modelo urbano-industrial comenzó a fines de la década de 1880. Fue impulsado por las políticas

civilistas y la todavía débil burguesía industrial. Puso en práctica una política proteccionista que

permitió obrar con cierta independencia de los intereses extranjeros.

7 A. ARDAO es el autor uruguayo que mejor ha estudiado este fenómeno en dos obras clásicas: Espiritualismo

y positivismo en el Uruguay, Montevideo, l968 y Racionalismo y liberalismo en el Uruguay,

Montevideo, l963.

8 El espiritualismo ecléctico nació en Francia a comienzos del siglo XIX y tuvo como principal exponente

a Víctor Cousin. Se trata de un movimiento que procuró realizar una síntesis de los elementos

más positivos de distintas escuelas de pensamiento. Tuvo su apogeo durante el reinado de Luis Felipe

la, hegemónica durante 25 años, formó ideológicamente a la clase dirigente en

un teoricismo acendrado –el fracaso del Principismo, expresión política de esta

filosofía, revela las carencias de estos hombres para enfrentar los problemas del

país. Creó las condiciones para el desarrollo del racionalismo religioso. La

«Profesión de Fe Racionalista» de 1872 estaba impregnada de una ética y un

deísmo característicos del espiritualismo.

En la segunda mitad de la década de 1870 ingresó al país el positivismo.9 A

partir de 1880 cambió la orientación filosófica de la universidad. Su rápido éxito

estuvo vinculado a la instalación de las primeras cátedras de la Facultad de Medicina

(1876) y al estudio de las ciencias naturales que permitieron la consolidación

de lo que Arturo Ardao denominó «la cultura científica» del siglo.10 El positivismo

influyó en distintos planos, contribuyó a crear en los gobernantes una mentalidad

nueva para enfrentar y solucionar los problemas nacionales. Las medidas

comenzaron a tomarse en base a necesidades y hechos concretos, incorporándose

el concepto de evolución a todas las realidades sociales y culturales. A nivel educativo,

la reforma vareliana recogió elementos positivistas que se reflejaron en la

tendencia científica y naturalista de la misma.

En materia religiosa tanto el espiritualismo como el positivismo eran racionalistas.

11 En uruguay el racionalismo decimonónico evolucionó rápidamente

en distintas etapas y bajo su hegemonía intelectual se concretó el proceso de secularización.

Cada etapa estuvo marcada por un conflicto religioso:

1. racionalismo teísta (1850-1865, enfrentamiento entre masones católicos

y jesuitas);

2. racionalismo deísta (1865-1880, racionalistas propiamente dichos contra

católicos en general); y

3. racionalismo ateo o agnóstico (1880-1925, liberales frente a clericales)12.

            PRIMERA PARTE   continua


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