Constantemente resuena en la Cuaresma la palabra “conversión” palabra que implica cambio profundo. La vida de todo cristiano fiel es un ir
superando etapas, como nos muestra la vida
de tanta/os laica/os, religiosa/os que dan testimonio de su fe en la
acción. La fe es un éxodo constante,
como el de Abraham, que ha de renunciar
a su entorno hacia el lugar de la promesa. Dar un paso hacia adelante: cambiar la jerarquía de valores, renunciar a
un estilo de vida consumista, hacer un
compromiso de “servicio”, embarcarse
en lo comunitario, en definitiva,
morir un poco más a nosotros mismos,
supone a veces alterar nuestra vida en la que quizás nos sentimos
cómodos, para adentrarnos en lo desconocido e inseguro. Ante esta urgencia cuaresmal salta
inevitablemente la pregunta: ¿ merece la pena? ¿ no es suficiente vivir como un
cristiano cumplidor fiel con Dios en lo religioso ? ¿Podré llevar a cabo esta aventura, si me complico con tanto compromiso ?
Algo parecido
pasaba por el espíritu de Jesús y el de
sus amigos ante los acontecimientos trágicos que el Maestro ha anunciado por
segunda vez y ellos algo presienten vagamente. Jesús se siente acongojado y
como siempre en los momentos más difíciles recurre a la forma más intensa y
porfiada a la comunicación con su Padre.
El Padre responde con una esplendorosa teofanía, rodeada de elementos
simbólicos y con clara referencia a Moisés.
Con ella se anticipa la
resurrección de Jesús y su victoria sobre la muerte, y se hace partícipe de su
gloria. “Qué bueno se está aquí!!” exclama Pedro .
La transfiguración es una exhortación de urgencia hecha de manera especial para Pedro, que se ha opuesto audazmente a que el Reino que viene a establecer el Mesías pase por la tortura y la muerte (Mc 8,31-32), para que se avenga a escuchar a Jesús cuando habla de sus penurias y de su muerte como camino para entrar en su gloria.
Unos somos
cirineos necesarios para otros. Así nos ha constituido el Señor. Nos quejamos al sentirnos desvalidos ante el
peligro, las dificultades, el sufrimiento.
No es que Dios nos desampare, lo que ocurre es que nosotros no recurrimos
al amparo que Él nos ofrece que es la ayuda del otro para mi y la mía para el
otro. La ayuda que el Padre ofrece a Jesús
en su subida al Calvario es el Cirineo.
Dios nos quiere Cirineos unos para los otros. De vez en cuando nos regala la experiencia
del Tabor para reconfortarnos; la EUCARISTÍA en COMUNIDAD, por ejemplo.
Del "El Don de la Palabra" (2002) Comentario abreviado autorizado por el autor. Realizado por J.E.Bernadá
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