EL HOMBRE,
DOMICILIO DE DIOS.-
Las Comunidades cristianas en las que vive Juan, están siendo vapuleadas
por la persecución y por los conflictos internos. Se sienten zarandeados como la barca de
Pedro, tienen la impresión de que el Señor está ausente. Juan les recuerda que puede parecer está
dormido, pero en realidad, está vigilante y que si mantienen la fe y se acogen
a Él calmará la tormenta. Les
recuerda a aquellos cristianos desanimados que su
promesa de permanecer entre los suyos no era sólo para los cristianos de la
primera generación, sino para todos hasta el final de la historia.
Juan afirma tajantemente: Quién permanece en el amor permanece en Dios y Dios
en él . (1Jn4,16) Cuando abro la puerta al hombre, con él entra Dios. Y si niego la entrada al hombre, Dios se queda
afuera. El Padre, el Hijo
y el Espíritu establecen su morada en el corazón del que acoge al otro
fraternalmente, establecen su morada en
la familia, en el grupo o la comunidad
eclesial que ama.
Los discípulos de Emaús, si no hubieran invitado al misterioso compañero
de camino a cenar y pernoctar con ellos, se hubieran perdido la oportunidad de
reconocerle al partir y compartir el pan. Solo quienes hospedan cordialmente al prójimo
reconocerán al Señor. Los cristianos
orientales tienen un dicho para no olvidar:
“Mira al hombre….y verás a Dios”
Fragmento del comentario de “El Don
de la Palabra” (2003) C.C. de Atilano Alaíz.
Autorizado por el autor.-
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