miércoles, 1 de octubre de 2025

RECORDANDO A ORLANDO YORIO.- Aporte Silvia-Eduardo Caram.- Viedma Argentina.- ¿Cómo recordar hoy y que la memoria hecha una lo íntimo, lo pequeño, lo cotidiano con la historia de los pueblos?

 De MEMORIA, UTOPÍAS, ALTERNATIVAS Exposición de Orlando Yorio en el curso-taller realizado en la Casa Nazaret, (Septiembre 1999), teniendo en vistas el próximo Seminario de Formación Teológica que se realizaría en la ciudad de Buenos Aires en Febrero del 2000. Cuyo lema será: “Desde los pobres construimos una sociedad para todos”. Este fue su último seminario.¿Cómo recordar y que la memoria permita superar las injusticias que hacen estéril a un pueblo y le devuelva fecundidad?

Quiero proponer otra forma de hacer memoria. San Mateo, en el primero de los textos citados, capítulo 1°, muestra una manera peculiar de recuerdo. José se encuentra ante un imprevisto angustioso. María está embarazada. Según la ley debe morir (Lv. 20, 10). José, en su soledad, queda entre sus sueños de amor y de vida, que se desvanecen, y el cumplimiento duro de la ley. La memoria de Mateo viene en su ayuda, le recuerda una interpretación posterior de la ley, que la puede hacer más benigna: repudiar a la mujer (Dt. 24, 1). Así salva la vida de la mujer y del bebé. Y lo hará en secreto, así salva su fama. Es una salida. Estrecha y dolorosa, pero es una salida. José puede descansar. En medio de su descanso, Dios le anuncia una alternativa nueva, de vida y de amor.

Me llama la atención el caminito seguido por José. Desde la soledad y la angustia, la búsqueda de una salida.

La memoria que posibilita encontrar una interpretación más humana, ayuda a salvar la vida. Y al final de esa búsqueda de José, Dios se pone con una alternativa nueva para José y para toda la Historia de los hombres.

Es notable también como en este caminito, en este modo de hacer memoria, acontecimientos íntimos y pequeños de la vida de José se unen a la historia de su pueblo y a la historia grande de la humanidad.

Este mismo tipo de anamnesis se da, al mismo tiempo, en la vida de María. También ella pasa por una soledad y por una incertidumbre.

También a ella el ángel tiene que decirle -como a José- que no tenga miedo.

Y así como Mateo hace memoria a partir de la vida de José, Lucas la hace a partir de la vida de María (Lc. 1, 26 ss.). Y une acontecimientos íntimos y pequeños con la historia grande de su pueblo. Por ejemplo: el ángel Gabriel, que le trae el anuncio a María, es el mismo que siglos antes le había anunciado al profeta Daniel que el sufrimiento del pueblo, reprimido por los persas, tenía un término preciso y que vendría un Salvador (Dn. 9, 21-25). La pregunta de María: “¿Cómo será esto, si no conozco varón?”, se corresponde con la esterilidad del pueblo desterrado. “El pueblo separado de su tierra es como mujer que no conoce varón” (Baruc 4, 12- 16).

En el útero de María se cumplen, cinco siglos después, la ilusión de David, de construirle una casa a Dios, y la promesa de Dios, de construirle una casa a David (2 Sam 7, 1-16).


¿Podemos hoy recordar al modo como lo hacen Mateo y Lucas?

¿Cómo recordar y que la memoria permita superar los dogmatismos, las interpretaciones estrictas de las leyes, que angustian, que quitan libertad y que frenan la vida? ¿Cómo recordar y que la memoria permita superar las injusticias que hacen estéril a un pueblo y le devuelva fecundidad?

¿Cómo recordar y que la memoria hecha traiga un anuncio de vida nueva?

¿Cómo recordar hoy y que la memoria hecha una lo íntimo, lo pequeño, lo cotidiano con la historia de los pueblos?


Una anécdota de mi vida de cura quizá pueda ayudar para aclarar más el sentido de estas preguntas.

Soy cura en Montevideo, ciudad que puede hacer memoria de antagonismos hondos entre ateos y católicos. En mi parroquia, hay gente que recuerda cómo hasta hace unos años, en el momento en que en el templo comenzaban las celebraciones del viernes santo, en la vereda de enfrente, al aire libre y con una ostentosa parrillada, los ateos comenzaban a comerse un regio asado.

Hace dos o tres meses organizamos una Misa, en la que los enfermos que quisieran recibirían el Sacramento de la Unción.

Un momento antes de la Misa se me acerca un señor mayor, pidiéndome hablar en privado. Su esposa iba a recibir en la Misa la Unción de los enfermos. Lo había invitado a él para que la acompañara. Hacía 37 años que él y su esposa se querían mucho; él siempre le había sido fiel. Quería acompañarla de todo corazón, él también estaba enfermo y quería recibir la bendición que iba a recibir su esposa.

Pero él era ateo. Quería advertírmelo de antemano, no fuera que al recibir la Unción “el de arriba” le echara en cara su ateísmo. Él era e iba a seguir siendo ateo. Pero él jugaba limpio. Y quería dejarle “al de arriba” las cosas claras de antemano.

Unos segundos antes de la Misa, yo tenía que resolver en soledad si le daba o no la Unción al ateo.

Recordé una situación parecida, muchos años atrás, yo era cura en la Villa Miseria del Bajo Flores. Me habían llamado para bautizar a un bebé recién fallecido. Durante el camino me preparé para rezar un responso, porque a un chiquito muerto no se lo bautiza. Pero cuando llegué me encontré con los padrinos, preparados para ser padrinos de bautismo. Una vez más volví a hacer memoria. La Iglesia desde sus comienzos, ha reconocido, que los catecúmenos que morían sin llegar a pasar por las aguas del bautismo, igualmente recibían el bautismo al pasar por su deseo de bautizarse. Se lo llama también bautismo de fuego, aludiendo a la fuerza bautismal que tienen los deseos del corazón. La familia del bebito muerto y la comunidad que la acompañaba lo bautizaban con el fuego de su fe. Todavía no habían podido bautizarlo porque eran muy pobres y estaban juntando un poco de dinero para la fiestita. Antes del año el bebito empezó a pararse. Esa zona de la villa miseria estaba edificada sobre un sitio que había sido depósito de adoquines de la Municipalidad. El bebito había caído de espaldas y su muerte fue instantánea. Pero su familia y la comunidad habían deseado y esperado su bautismo. Ahora, durante el velatorio, esperaban de la Iglesia un signo ritual que expresara la eficacia bautismal del deseo y de la fe de la comunidad. Ellos creían que su bebito era hijo de Dios y pertenecía a su Pueblo.

El ateo de mi parroquia de Montevideo tenía un fuego en su corazón. Había sido fiel a su amor y era fiel a ese momento de su vida. Pedía un signo de ese fuego de su corazón y del de su esposa, que los estaba ungiendo en el trance trabajoso y doloroso de la enfermedad. Para eso se unía a la comunidad cristiana de ella.

En esa Misa pasaron muchos enfermos a recibir la Unción, pero todavía hoy siento dentro de mí la sonrisa, mezcla de gozo profundo y de picardía, del ateo. El gozo de la Unción, la picardía de la complicidad conmigo para hacer un contrabando de Gracia.

Hay una manera de recordar que nos ayuda a conectamos con dinamismos de contrabando de Vida. Esta manera de recordar hace que la vida ordinaria vaya más allá de los límites ordinarios. Por eso inaugura nuevas alternativas.

Por eso une lo íntimo y lo pequeño con la historia grande de un pueblo. Por eso hace de la vida ordinaria un lugar de anuncios, de promesas y de “signos de cumplimiento”.

Es una manera de recordar que nos permite recuperar libertad y que nos reubica en el centro de nuestros pactos de amor y de justicia.





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