“No se puede tocar una flor, sin que se estremezca una estrella” Cuando las coplas las canta el pueblo, ya nadie sabe el autor ¡eso pasa con esta afirmación!
Al regresar de Lima, del IV Congreso Continental de Amerindia, me pareció valioso hacer un collage con varias voces de participantes que regresaron muy motivados y agradecidos. Creo que se logró una hermosa sinfonía, que seguramente sigue sonando en distintos ambientes, pues todos hemos seguido rumiando lo vivido. Así como cuando lanzamos una piedrita al agua, los círculos a su alrededor se ensanchan más y más, el Congreso siguió moviendo aguas y estrellas distantes.
Sin embargo, he recibido el pedido e impulso para que hiciera también yo mis ecos. En primer lugar, repetiría lo escrito en el artículo anterior: ¡volvimos con renovada gratitud y esperanza! En cada Congreso de Amerindia sucede esa “magia” de trocar las reales dificultades del mundo, incluso el dolor y mucha impotencia, en porfiada esperanza. Creo que eso sucede porque experimentamos que la Teología nacida en el Continente, de la visión y pluma de Gustavo Gutiérrez, a quien homenajeamos especialmente este año, sigue muy viva y fecunda, sus raíces se ahondan y proliferan las ramas, las flores, los frutos. Y todo ello nos compromete más.
Subrayaré algunas notas sobresalientes: las oraciones diarias fueron muy vividas, hermosas, auténticas y fueron in crescendo, como si todos nos hubiésemos puesto de acuerdo. Comenzamos el primer día invitando a sumergirnos en el lema del Congreso, en esos horizontes de esperanza a tejer juntos desde abajo. Desde abajo, con la realidad dolorosa que interpela, pero también con las pequeñas respuestas generosas; recordando de dónde venimos y hacia dónde vamos. Invitando a poner todos nuestros hilos en su diversidad de colores, para tejer juntos una urdimbre nueva, bella, cálida… El segundo día disfrutamos de la oración con los símbolos mayas, con sus telas y velas de diferentes colores, moviéndonos todos hacia los cuatro puntos cardinales, agradeciendo, ofreciendo, invocando. Esa mañana la oración concluyó con baile en el que participamos todos los presentes, muy bien animados, sin duda, por los que la prepararon… El tercer día la oración fue conmovedora hasta las lágrimas ante los datos y el grito: “No es guerra, es genocidio”. Si bien la sangre, el hambre, el dolor inenarrable, que se estaba viviendo en la tierra de Jesús estuvo muy presente siempre, ese día en clima orante el clamor fue muy fuerte, muy valiente. Los símbolos de cada día se iban sumando a un altar improvisado en el suelo, entre los panelistas y el auditorio.
Las exposiciones para el ver, juzgar y actuar fueron muchas, diversas, profundas, y asimismo muy desafiantes los testimonios de resistencia de los movimientos desde la base. Podría trazar un arco con las que personalmente más me impactaron desde el planteo de la realidad geopolítica realizado por Alejandro Ortiz, y la “contracara” en breves trazos de Raúl Zibechi, a la magnífica y provocadora lectura de fe realizada por Theresa Denger, pasando por alentadoras ponencias de Eduardo Arens y Francisco Aquino Junior. Pido disculpas por dejar de mencionar muchas valiosas exposiciones, algunas de mucho rigor académico, pero el espacio me permite destacar estas pocas que, repito, me llegaron más por diversas razones.
La exposición de Alejandro Ortiz, actual Coordinador de Amerindia Continental, que ha asumido con enorme responsabilidad y dedicación la misión, fue sin duda un abre-fuegos, o una mecha que encendió el fuego. Su apasionada exposición de la cruda realidad, no la que ha de venir, sino que ya es, a nivel geopolítico, nos proporcionó una inmersión brusca en el lodo de la historia, y digo “lodo” a propósito. No fue por catastrofismo, Alejandro es un hombre que apuesta a la vida y le pone el pecho, su propósito -apelando a muchos datos- fue que partiéramos viendo la realidad. Moema Miranda lo siguió y mostró otro rostro durísimo, hablando del colapso ambiental. Siguieron en esa mañana del “ver”, dos exposiciones más optimistas, la de Birgit Weiler sobre la realidad eclesial y los pasos de la sinodalidad, y la de Raúl Zibechi. Este último contó con escaso tiempo, sin embargo, también con mapas y datos, ofreció una pintura impresionista más esperanzadora “desde abajo”, mostrando los logros de pequeñas comunidades, con propuestas diversas, a lo largo del continente y del mundo. Su planteo me recordó el que nos hiciera aquí Mercedes Clara, que en medio de tantas dificultades puso el acento en la construcción comunitaria, en la resistencia de las comunidades.
Salteo por razón del espacio disponible otras exposiciones, incluso la de Francisco Aquino, para destacar las del mayor y la de la menor en edades, que compartieron en dos días diferentes un mensaje semejante y muy estimulante. Me refiero a Eduardo Arens y a Theresa Denger. Ambos nos centraron en Jesús, en su Buena Noticia, que es faro luminoso para los cristianos, a fin de reorientar nuestra mirada y nuestro actuar en tiempos complejos. “El Evangelio es la alternativa” afirmó enfáticamente Arens una y otra vez, alternativa a la cultura actual que nos arrastra al egoísmo craso y sin sentido: suicida. Seguir a Jesús de Nazaret y el único mandamiento que predicó: el amor, es la alternativa. Sugiero ver en you tube su ponencia y sus énfasis en el diálogo posterior.
Por su parte, el último día, Denger, la joven alemana, que vive en El Salvador, casada con un salvadoreño y madre de tres hijos, fue ella misma -y con su planteo- una epifanía. Con claridad meridiana, con frescura y ternura de mujer, expuso las ideas centrales de su tesis doctoral como “aportes para una espiritualidad de la resistencia”. De su planteo destaco la pregunta más desafiante: “¿Cómo compaginar profetismo martirial con llamado a cuidar la vida?”. Volver al Jesús histórico interpela con su praxis profética -dijo- a resistir desde la marginalidad compartiendo la mesa con los excluidos, pero también a seguir su praxis de cuidador, su desmesura continua de cuidar y curar, asumiendo el riesgo. También pueden ver a Theresa en youtube, y vaya si lo vale.
Pero, a riesgo de pasarme en líneas, quiero compartir otros aspectos del Congreso… La cosecha o recogida del día, llevada adelante por los representantes de “Bendita mezcla”, fue cada día diferente, creativa, explorando diversos recursos: un libro en tela, relatos varios, videos, actuación, y canciones, enlazando gravedad con humor… En tanto, se iba tejiendo cada vez con más entusiasmo y audacia el telar que finalmente se ofrendó en la Eucaristía del cierre. Los jóvenes animaban, pero los mayores, que éramos la mayoría, nos uníamos confiados a las propuestas. A mi juicio el punto culminante del tiempo de cosecha fue el final: contemplando “las estrellas de nuestro firmamento”. Nos movimos para mirar las estrellas y pudimos contemplar emocionados y agradecidos el rostro de tantos que nos han precedido, en el quehacer teológico y en la lucha social a favor de la vida, pues ya aprendimos en estas tierras que “la gloria de Dios es que el pobre viva”.
Las noches, ese “plus” de cada día. El primero con la obra de teatro sobre el poeta Arguedas y su amistad con Gustavo Gutiérrez, que gustó mucho. La segunda con el recuerdo agradecido al “padre de la Teología de la Liberación”; allí escuchamos largamente a Leonardo Boff que se conectó vía zoom, vimos un video de Jon Sobrino, ya que no pudieron asistir y escuchamos en vivo los ricos testimonios de cuatro amigos de Gustavo: Jesús Cosamalón, Yolanda Díaz, Edmundo Alarcón y Carmen Lora. La tercera y última noche fue la Eucaristía, teniendo presente una gran foto del homenajeado y donde se leyó el Mensaje final del Congreso y la carta a enviar al Papa León. La homilía de Pedro Hughes fue un hermoso reconocimiento hecho con admiración y calidez de amigo. Y acabada la celebración continuamos cantando y tomándonos fotos por grupos. Costaba irse…
La yapa, así llamaban los quechuas a la “añadidura” o regalo, fue ir al día siguiente a Rimac y ser acogidos por la tan cálida como humilde comunidad que guarda muy viva la memoria de Gustavo.
¿Cómo no destacar la convivencia tan fraterna? El intercambio en los corredores y en los grupos, en las comidas, el regalo en toda ocasión de compartir… En especial los abrazos y el reconocimiento de tantos “amigos amerindios” de distintos países, que nos venimos encontrando y tejiendo lazos a través de muchos años; abrazos que integran también a los ausentes que fueron parte y ya no asisten, por edad, por enfermedad, o porque partieron y nos esperan. Encuentros y convivencia que fueron sin duda “comunión de los santos”, “reino ya presente” aunque no siempre descubierto.
En suma, fue todo Gracia, pero al decir casi con humor de Bonhoeffer, ella no es barata y nada hubiera sido posible sin el enorme esfuerzo de Amerindia, de su Comité Coordinador, de las Agencias e Instituciones que apoyaron, y sin lugar a dudas de Rosario Hermano, su “pienso” y su compromiso, también -nada menor- su trabajo de logística antes y durante el Congreso.
Esperamos el V Congreso donde seguiremos compartiendo horizontes de esperanza. Entretanto, seguimos en el día a día, desde nuestros lugares, tejiendo la sociedad y la Iglesia que soñamos.
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