26.11.2025
Tú, mi Dios, Padre y Madre de toda bondad, me has acompañado durante toda mi vida. Conoces todos mis pasos, mis huidas, mis silencios, mis vacilaciones, mi egoísmo, mis alegrías y mis sufrimientos.
Recoge en la cuenca de tus manos todas las lágrimas amargas que han surcado mi rostro. Pero, sobre todo, acepta y transfigura las lágrimas de quienes han experimentado una vida de dolor, de desesperación, de exclusión.
Esas lágrimas sí que son valiosas, son las que nos invitan a cambiar,
a dar un vuelco a nuestra vida, a conceder sentido a la existencia, a esperar el perdón de quienes se lo ocasionamos.
A la luz de sus vidas y de su ejemplo, confío en tu compasión, en tu ternura,
para llegar a vivir junto a ellos y ellas en el país de la vida.
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