Comentario para la reflexión:
¿estaría la Iglesia dispuesta a deslizarse
por un camino resbaladizo pero en dirección a una humanidad plenamente asumida,
animada por el Espíritu Santo, que no tiene nada que ver con principios y
casuismos que acaban matando el amor al prójimo? Es preciso esperar». Sí, llenos de confianza, esperaremos.
De hecho,
no pocas autoridades eclesiásticas, papas, cardenales, obispos y curas, con
dignas excepciones, perdieron, en gran parte, el buen sentido de las cosas;
olvidaron la imagen del Dios de Jesucristo, al que llama dulcemente Abba, Papá
querido. Ese Dios suyo mostró dimensiones maternas al esperar al hijo
extraviado por el vicio, al buscar la moneda perdida en la casa, al recogernos
a nosotros bajo sus alas como hace la gallina con sus polluelos. Su
característica principal es el amor incondicional y la misericordia sin límites
pues “Él ama a los ingratos y malos y da
el sol y la lluvia a buenos y a malos” como nos dicen los Evangelios.
Para
Jesús no basta ser bueno como el hijo fiel que se quedó en la casa del padre y
seguía todas sus órdenes. Tenemos que ser
compasivos y misericordiosos con los que caen y quedan perdidos en el
camino. Al único que Jesús criticó fue a ese hijo bueno pero que no tuvo
compasión y no supo acoger a su hermano que estaba perdido y volvía a casa.
El Papa
Francisco al hablar a los obispos en Río les encargó la «revolución de la ternura» y una capacidad ilimitada de comprensión
y de misericordia.
Seguramente
muchos obispos y curas deben estar en crisis, urgidos a enfrentarse a este
desafío de la «revolución de la ternura». Deben cambiar radicalmente el estilo
de relación con el pueblo: nada burocrático y frío, sino cálido, sencillo y
lleno de cariño.
Este era
el estilo del buen Papa Juan XXIII. Hay un hecho curioso que revela como
entendía las doctrinas y la importancia del encuentro cordial con las personas.
¿Qué cuenta más: el amor o la ley? ¿Los dogmas o el encuentro cordial?
Giuseppe
Alberigo, laico de Bologna, extremadamente erudito y comprometido con la
renovación de la Iglesia, fue uno de los mayores historiadores del Concilio
Vaticano II (1962-1965). Su gran mérito fue haber publicado una edición crítica
de todos los textos doctrinales oficiales de los papas y de los concilios desde
los principios del cristianismo: el Conciliorum Oecumenicorum Decreta. Él mismo
cuenta en Il Corriere di Bologna que el 16 de junio de 1967 viajó orgulloso a
Roma para hacer entrega solemne al Papa Juan XXIII del voluminoso libro. Juan
XXIII gentilmente tomó el libro en sus manos, se sentó en su silla pontificia,
colocó tranquilamente el volumen en el suelo y puso ambos pies encima del
famoso volumen.
Es un
acto simbólico. Está bien que haya doctrinas y dogmas, pero las doctrinas y
dogmas existen para sostener la fe, no para inhibirla, ni para servir de
instrumento de encuadramiento de todos o de condenación.
Bien
pudiera ser que el buen Papa Francisco se animara a hacer algo parecido
especialmente con referencia al Derecho Canónico y a otros textos oficiales del
Magisterio que poco ayudan a los fieles. En primer lugar viene la fe, el amor,
el encuentro espiritual y la creación de esperanza para una humanidad aturdida
por tantas decepciones y crisis. Después, las doctrinas. Ojalá el buen Dios, en
su infinita bondad, conduzca al Papa Francisco en esta dirección con valentía y
sencillez.
(Para quienes
quieran verificar la información anterior, dejo aquí la fuente de referencia:
Alberto Melloni, Introducción al libro Ángelo Giuseppe Roncalli, Giovanni
XXIII. Agende del Pontefice 1958-1963, Instituto per le Scienze Religiose,
Bologna 1978, p. VII).
No hay comentarios:
Publicar un comentario