Anécdotas
de excursionistas perdidos (y
rescatados) son material frecuente en nuestros informativos: el grupo dudaba,
decidió seguir adelante; ante sospechas mayores, en lugar de volver atrás,
intentó enderezar el camino por desvíos laterales, trepó con algunos riesgos…
hasta que llega un momento en que no se sabe a dónde ir y no se puede volver
atrás… Suerte que podemos echar mano del móvil para recabar ayuda. Pero a veces
el episodio, ha de anotar algunas vidas humanas en su “debe”.
Es
bueno que la anécdota nos resulte familiar porque es un parábola completa de la historia del género humano.
Embarcados en una loca obsesión de progreso hemos ido adentrándonos por caminos
desconocidos, al principio quizás convencidos de llegaríamos a buen puerto; más
tarde con dosis crecientes de sospecha pero también con la obsesión de que ya
no era posible volver atrás. Y la lección a sacar es ésta: todos los crímenes
que cometemos para acelerar nuestro progreso, acaban enquistándose en nuestro
mundo en forma de problemas si solución.
Problemas
sin solución hay muchos: algunos tan
fáciles como el hambre parecen insolubles. Recientemente,
dramas como los de Egipto y Siria se han convertido en emblemas de estos
callejones sin salida: malo es bendecir un golpe de estado cruento y malo es
sostener a un dictador cruel. Malo es implicarse en aventuras bélicas oscuras y
malo es permitir que quede impune la transgresión de algunas “líneas rojas”.
Pero
además de constatar la falta de soluciones claras, y el peligro de buscar
salidas falsas por la temeridad o por el pasteleo, convendría preguntarse por qué y cómo se ha llegado
hasta ese callejón sin salida. Entonces descubriremos cuántos de esos problemas
insolubles los hemos creado nosotros mismos a base de pasos en falso. Obama
puede no ser personalmente un hipócrita. Pero resulta hipócrita oír a un jefe
de estado proclamar lo intolerable de la muerte de miles de civiles inocentes
(buen número de ellos niños) gaseados por las llamadas armas químicas, y no
pararse un minuto a preguntar quién fabrica y vende esas armas cuyo uso estamos
maldiciendo, cuando ese agente ha sido precisamente nuestro propio país. (Para
no hablar sólo de USA, España cobró el año pasado 100 millones de euros por
venta de armas a Egipto…).
Los
productos de la técnica se fabrican para ser usados: y hacer nuestro negocio entregando armas
a un país, con la esperanza de que luego no las use (o quizás que las regale a
las Hermanitas de los pobres…) resulta tan ridículo como venderle a uno un
jamón de jabugo con la condición de que luego no lo abra nunca (o, en todo
caso, si lo abre que sea sólo para olerlo…).
Por
supuesto, no percibimos la barbarie de estas contradicciones cuyo reconocimiento
nos avergonzaría. Pero ello no es debido a que no sean atroces, sino a que la
mayor salvajada puede convertirse en una evidencia cuando se ampara en una
fuerte convicción social. Hace poco
puse el ejemplo de las mujeres africanas que mutilan genitalmente a sus hijas.
Nos parecerá increíble; pero no podemos argüir que esas mujeres sean malas
madres desalmadas, quizá incluso quieren a sus niñas más que nosotros.
¿Qué ha
pasado pues? Pues que la convicción ambiental se ha convertido en evidencia de
que las cosas ”son y han de ser así”. Y nosotros, por muy fatuamente ilustrados
que nos creamos en nuestro primer mundo, somos tan incivilizados como esas
madres africanas. Ellas practican sólo una clitoridectomía; nosotros
practicamos una “humanotomía” (extirpación de lo humano) en nombre del
progreso. Hora es pues de que comencemos a reconocer que estamos mutilando
brutalmente al género humano.
¿Cómo?
Veamos algunos ejemplos: un sistema
económico donde el capital tiene toda la primacía sobre el trabajo;
un sistema político mundial donde no existe una autoridad global, como no sea
ese fantoche impotente de la ONU que siempre llega tarde a todas partes y que
no sirve para evitar conflictos sino para cohonestar los crímenes de los
poderosos; la conversión de las armas en objeto de mercado y de comercio,
cuando éstas deberían estar reservadas únicamente a esa autoridad mundial
inexistente; y la conversión de la educación en un negocio en lugar de un
derecho. Además estamos esquilmando la tierra y ahogando al planeta,
pretendiendo que no hacemos más que emprender caminos audaces y creativos de
progreso. Pero el progreso era otra cosa.
Luego
podremos mirar con superioridad a esas incultas mujeres africanas y hasta
prohibirles que hagan lo que hacen con sus hijas. Y bien está. Pero nosotros
mutilamos a nuestros hijos con la misma inconsciencia que ellas a su niñas. Así
hemos llegado a vernos perdidos en mitad de la marcha de la historia.
Consecuencia de la tozudez en seguir caminando por una senda que decíamos nos
llevaba al progreso, pero que no era más que la senda de un crecimiento
económico cuantitativo.
Cómo
salir de ahí, no lo sé: porque aquí no podemos llamar a ninguna central con
ningún teléfono móvil, ni echar botellas al mar con algún mensaje para que nos
vengan a sacar. Pero al menos, saber
que vamos por mal camino, algo podría ayudarnos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario