domingo, 1 de noviembre de 2015

Ante la pregunta ¿Cómo proceder?, Atilano ALAIZ, reflexiona...



DAR PARA LLEVAR  (Pura Escobar – 19- 10- 2015)
LA RIQUEZA INTERIOR DE PURA. Hay que empezar dando gracias a Dios por el don de la esperanza, que nos asegura que nuestros difuntos viven y que nosotros, futuros difuntos, también viviremos, viviremos en su compañía para siempre. Y que la vida, si en el peor de los casos nos resulta dura, como señala santa Teresa, al fin no será más que una mala noche en una mala posada”.

    Y la esperanza nos dice, igualmente, que nada de su bondad, de su generosidad, de sus quehaceres se ha perdido, sino que se ha acumulado.
     Entiendo que en estos momentos el Señor nos invita a conjugar con frecuencia en la vida el verbo “dar” y “darse”, porque es lo más fecundo que podemos hacer para nosotros, para las personas de nuestro entorno y para la historia de la salvación, porque la bondad de cada persona es un bien universal.      Lo que en estos momentos tiene Pura en su interior es lo que trabajó en sus actividades educacionales, el haber enseñado al que no sabe, lo que dio, lo que compartió, la semillas de bien que sembró, que fueron sin duda, muchas.      
     Antonio Machado, refiriéndose a los difuntos, tiene una expresión cargada de teología y de poesía: “Vive el que vivió y lleva el que dejó”. Y ¿quién vivió? Nos responde san Juan: “Sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida porque amamos a los hermanos” (1 Jn 3,14). “Lleva el que dejó, ¿qué? Huellas de bondad, gestos de generosidad.
REALIDADES RELATIVAS. ¿Qué realidades hemos de dejar en la aduana al pasar de la vida de acá a la vida del más allá? ¿Qué realidades son funcionales y valen nada más que para esta nuestra existencia terrena y a los que hay que dar el valor que les corresponde, un valor relativo, meramente funcional?
     En primer lugar, como es obvio, los bienes materiales, los bienes económicos. Tienen sólo un valor instrumental. Son como la azada para el labrador, como la aspiradora para el ama de casa, como el ordenador para el empleado de oficina, como el bastón, la calabaza y el sombrero para el peregrino. Por eso escribe Pablo a su discípulo Timoteo: “Recuerda a los miembros de la comunidad: “Nada y nada podremos llevar de él; así que contentémonos con tener lo que necesitamos para vivir” (1 Tm 6,8). Esto lo sabemos todos; pero es provechoso recordarlo.
     El Papa Francisco confiesa que se le grabó profundamente un dicho de su abuela: “La mortaja no tiene bolsillos”.
     No nos llevaremos tampoco los bienes sociales: la fama, el prestigio social, los títulos. No existe el título de marqués, de señoría, ni de monseñor, ni poder y autoridad; allí sólo hay hermanos, en todo iguales, sin otra superioridad que la grandeza de corazón. Por eso, como nos aconseja Jesús, “haceos bolsas que no se estropeen, un tesoro inagotable en el cielo, adonde no se acercan los ladrones ni echa a perder la polilla” ni la muerte os los arrebata (Lc 12,33).      
REALIDADES TRASCENDENTALES.Testimonia Juan en el libro del Apocalipsis: “Oí una voz del cielo que decía: “Dichosos los que mueran en el Señor. “Cierto, dice el Espíritu, descansen de sus trabajos porque sus obras los acompañan” (Ap 14,13). “Cualquiera que dé de beber aunque sea un vaso de agua fresca a uno de estos humildes porque es mi discípulo, no perderá su paga, os lo aseguro” (Mt 10,42). 

     Antonio Machado dijo certeramente: “El que muere lleva consigo lo que dejó” lo que dejó de bondad, de servicio, de entrega.

     Un dicho indio afirma: “Tendrás en tus manos muertas lo que has dado con tus manos vivas”. “Es dando como se recibe”, afirma san Francisco de Asís.

      San Juan de Dios, que había fundado un asilo, recorría las calles de Granada con un yugo al cuello y dos grandes ollas pendiendo de él, gritando: “¿Quién quiere hacerse bien a sí mismo?”, y se acercaban a él para depositar en sus grandes ollas paquetes de patatas, garbanzos, chorizos. Es la pura verdad, la mejor manera de hacerse bien a sí mismo es hacer bien a los demás. Sale más enriquecido el que da que el que recibe. Me confesaba una mujer convertida: “Quiero llevar de este mundo una maleta bien rellenita de buenas obras”.
     Se trata de enriquecerse con valores que desafían el tiempo y perduran por toda la eternidad. No se trata de realidades que llevamos en las manos al pasarla aduana, son realidades que tenemos encarnadas en nosotros mismos, son nosotros mismos”.     
      El concilio Vaticano II afirma con toda su autoridad: “Los bienes de la dignidad humana, de la unión fraterna y de la libertad, y todos los demás bienes
que son el fruto de nuestro trabajo y esfuerzo, después de haberlo propagado por la tierra en el Espíritu del Señor, según su mandato, volveremos a encontrarlos de nuevo limpios de toda mancha, iluminados y transfigurados, cuando Cristo entregue al Padre “el reino eterno y universal, reino de verdad y de vida, reino de santidad y de gracia, reino de justicia, de amor y de paz”. Este reino ya está misteriosamente presente en nuestra tierra; con la venida del Señor se consumará su perfección” (GS,39). Estos valores son los que hay que desarrollar apasionadamente porque son de los que vamos a gozar durante toda la eternidad y son los únicos que puede hacernos feliz en nuestra vida terrena.

BIENES PARA COMPARTIR. Cuando hablamos de dar y de compartir con frecuencia se entiende casi exclusivamente de bienes económicos, de donativos en dinero o en especie. Hay otros que no tienen precio económico, pero son más preciosos: Podemos regalar cariño, afecto, compañía, apoyo, gestos de solidaridad. Podemos dedicar obras de trabajo profesional como obras de servicio, horas de clases, el horario continuo de trabajos en el hogar, gestos de servicio a compañeros, familiares y vecinos.      

     Todo ellos tiene un valor litúrgico, como autorizadamente afirma el Vaticano II: “Los seglares pueden ofrecer al Señor ofrendas espirituales, pues todas sus obras, plegarias y proyectos apostólicos, la vida conyugal y familiar, el trabajo cotidiano, el descanso del alma y cuerpo, si se realizan perfectamente en el Espíritu, más aún, las molestias de la vida, si se aguantan pacientemente, se convierten en ofrendas espirituales, aceptables a Dios por Jesucristo (1 Pe 2,5), y en la celebración de la Eucaristía son ofrecidas piadosamente al Padre, juntamente con la oblación del Cuerpo del Señor. De esta forma, los seglares, como adoradores que obran santamente en todas partes, consagran a Dios el mundo mismo” (LG,34,2).

      Para el cristiano no hay nada profano, todo tiene un sentido litúrgico; y todo enriquece la historia de la salvación.    

A IMPULSOS DEL AMOR. Pero, como todos sabemos, para que lo que hacemos tenga valor trascendental, para que nos enriquezca de verdad, es necesario que lo realicemos a impulsos del amor.

      En esto se diferencia el orden temporal del eterno. En este mundo se pagan las obras, las unidades de producción, los panes que se han amasado, los platos que se han preparado; en el orden espiritual, la obra sólo tiene valor si ha estado realizada a impulsos del amor.
      Conocemos todos de sobra el canto del amor de Pablo: “Ya puedo dar en limosna todo lo que tengo, ya puedo dejarme quemar vivo que, si no tengo amor, no soy nada” (1 Cor 13,3). Como señala Jesús, los que actúan buscando otros fines que el servicio el servicio a los demás, “ya recibieron su paga” en este mundo (Mt 6,2).
     Como se repite con frecuencia, no es cuestión sólo de “dar”, sino de “darse” uno mismo en aquello que da, de vivir la vida como entrega.

CONTAR CON DIOS.     Para vivir esta dinámica del amor, es sumamente eficaz contar con Dios, con el Señor Jesús, que nos da su Espíritu, que enciende nuestros corazones y mueve nuestras manos para dar y darnos.

     Es evidente que Pura se sentía impulsada y fortalecida por la fe para hacer el bien; por eso siempre contó con el Señor, con la escucha de su Palabra, con la oración, con la celebración de los sacramentos hasta el último día, como soy testigo de ello.

“ES DANDO COMO SE RECIBE”. Hay que decir que el fruto de la generosidad de “dar” y “darse” no es sólo la bienaventuranza de la gloria, sino la alegría en esta vida terrena, sin ir más lejos. El egoísmo es hastío, náusea; la generosidad es alegría, paz. “Cuando uno se da, decía la Madre Teresa de Calcuta, el fruto es la paz y la alegría, porque da sentido a su vida, porque sabe que sus gestos tienen una proyección eterna, enriquecen la historia de la salvación.
      Es Jesús mismo el que lo proclama: “Hay más alegría en dar que en recibir” (He 20,35). Es la experiencia que tenemos todos después de haber sacado a alguien de un hoyo. Recordemos la proclamación de san Juan de Dios: “¿Quién quiere hacerse bien a sí mismo?”. La mejor forma de hacerse bien a sí mismo es hacer el bien a los demás. Pura nos invita a ser inversores inteligentes, a no olvidar nunca lo que proclamaba san Francisco de Asís en la conocida oración: “Es dando como se recibe”. 

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